La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) se enfrentaba ayer a uno de sus conciertos más emotivos en los últimos años. Lo era porque los músicos se lo quisieron dedicar a Inmaculada Quintanal Suárez, la musicóloga que durante sus diez años como gerente de la sinfónica asturiana logró sentar unas bases sólidas en una formación que en aquellos tiempos, a mediados de los años 90 del siglo pasado, se encontraba en una situación de inestabilidad. Inmaculada Quintanal fallecía este miércoles en Madrid a los 80 años de edad. La orquesta asturiana la quiso recordar ayer en su primera actuación en 2021, en “Iviernu I”.

Justo antes de que la música comenzase a sonar en el Auditorio Príncipe Felipe, una voz en off pedía un minuto de silencio en homenaje a Quintanal y explicaba que la actuación de ayer estaba dedicada a su memoria. El público compartió ese sentimiento y lo hizo saber con un emotivo aplauso. Muchos de los asistentes eran buenos conocedores de lo que la musicóloga supuso para la orquesta asturiana e aquellos complicados momentos.

Pero la emoción no se quedó ahí. El concierto, enmarcado en el ciclo de las Jornadas de Piano que patrocina LA NUEVA ESPAÑA, siguió por ese mismo camino. El pianista ovetense Juan Barahona fue el responsable de mantener esa emoción. El sonido potente y con gran carácter marcó la interpretación del Concierto para piano n.º 2 en do menor, op. 18 de Rachmaninov, pieza muy conocida por el público que Barahona supo llevar a su terreno. Para ello contó con la complicidad de la orquesta. No es para menos teniendo en cuenta de que su padre es violinista de la OSPA. Los músicos y el solista establecieron un sólido diálogo que propició la envoltura necesaria para el piano. La expresividad de Barahona y esa unidad con la orquesta a la hora de tomar decisiones respecto a los tempos o la sonoridad, se puso muy de manifiesto en los pasajes más líricos de la partitura, en un emocionante segundo movimiento, que provocó el aplauso general y la ovación del público.

En la segunda parte del concierto, con la interpretación de la Sinfonía n.º 8 en sol mayor, op. 88 de Dvorak, la OSPA se entregó al máximo a lograr un gran sonido. La batuta del alemán Christoph Gedschold estuvo siempre preocupada por marcar el carácter de cada pasaje. Gedschold y la OSPA no son desconocidos, ya han trabajado juntos en otras ocasiones y eso se apreció ayer en el auditorio ovetense.

Esa complicidad entre el director alemán y los músicos les llevó a crear interesantes atmósferas entre los distintos movimientos de la sinfonía y a destacar la expresividad de la interpretación. La conexión se puso de manifiesto en la articulación de las diferentes dinámicas musicales y en la precisión al jugar con el volumen del sonido en los crescendo.

La complicidad y el entendimiento fueron una de las claves del concierto de ayer. Se pudo apreciar en el saludo final, que habitualmente se queda en lo protocolario y se prolonga más o menos a tenor de los aplausos del público. Cuando los músicos se levantaron ayer al finalizar su actuación se apreciaba en ellos la satisfacción no solo del trabajo bien hecho sino también de haberse divertido. Una sensación que sin duda aplaudiría Inmaculada Quintanal.

Ayer en el Auditorio fue por ella la música y el aplauso de un público que se llevó de propina el Preludio en re número 4 op.23 de Rachmaninov.