“Les Arts Florissants”, uno de los míticos grupos del repertorio barroco a nivel internacional, volvió a Oviedo tras su interpretación en 2018 de “La Creación” de Haydn. En esta ocasión, la formación comandada por William Christie, llevó al auditorio ovetense a la corte francesa del siglo XVII de la mano de su exquisito programa, formado por los “air de cour”, canciones populares que pasaron de la calle a la corte, una “rara avis” del repertorio tan poco frecuente como atractiva y exigente para sus intérpretes.

Para enfrentar semejante programa se dieron cita cinco voces magníficas y una formación compuesta por dos violines, viola da gamba, tiorba y clave. Poco se puede decir de las piezas instrumentales que ejecutaron. La utilización de instrumentos historicistas confiere a la sonoridad una riqueza espléndida, que supieron explotar con solemnidad y con un volumen muy cuidado, llevando siempre el tempo correcto y bien ensamblados, disfrutando y recreándose en su propia interpretación, como sucedió en el “Prélude et Allemande chromatique”, de Ballard.

En cuanto a las voces, conformaron un elenco de mucha altura. La soprano Emmanuelle de Negri posee un timbre pulido y atractivo y perfiló sus interpretaciones, con gran delicadeza y expresividad, acentuada por su gracejo y teatralidad. Por su parte, Anna Reinhold (mezzosoprano) aportó un color muy cálido gracias a su voz, bien redondeada y con algo de vibrato, cuidando especialmente los finales de frase con una suavidad y afinación impecables, como ocurrió en “O che gioia ne sento mio bene”.

Pero las voces graves no les fueron a la zaga. Cyril Auvity (tenor), tiene facilidad para la emisión y se valió de la respiración para lograr un sonido compacto y un buen fraseo, con algunas intervenciones en legato que resultaron muy emotivas y de gran belleza. El barítono Marc Mauillon, aunque de voz ligeramente abierta en el registro medio al intentar proyectar con algo más de potencia, se destacó en algunos pasajes en los que contó solamente con el acompañamiento de la tiorba. También supo manejar un registro vocal más descarnado para los momentos satíricos. Lisandro Abadie (bajo), con una voz profunda y poderosa, desarrolló cada frase como si de un gran arco musical se tratara, pasando del piano al forte y retomando, nuevamente, el volumen piano para terminar cada pasaje y generar gran expresividad.

Rossignol mon mignon”, de Claude Le Jeune, una obra compleja por sus contrapuntos, fue paradigmática de las múltiples cualidades vocales del grupo: bien empastados, manejando la sonoridad a su antojo, estirando bien el sonido, sin perder volumen ni color, y con una dicción exquisita. También ayudó enormemente la semiescenificación, que dio mucho juego en otras piezas como “Lorsque j’étais petite garce” y “Que dit-on au village?” provocando carcajadas y el deleite de los asistentes.

Aplausos, ovaciones e incluso algún “¡Merci!” por parte del público, que propiciaron la interpretación de dos propinas: “Tout l’Univers obéit à l’Amour”, de Michel Lambert, y “Bien qu’un cruel martyre” (de Pierre Guédron), rubricando de este modo una velada musical extraordinaria y reafirmando que, a pesar de la pandemia y las dificultades, “el arte (musical) florece” en Oviedo.