El escritor Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga revivieron ayer la aventura de buscar juntos respuestas a grandes cuestiones que acechan al ser humano. El libro “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”, escrito por ambos, es la segunda parte de una serie en la que se mantiene un fértil diálogo científico y literario. Presentados por Diego Álvarez Lao, profesor de Geología de la Universidad de Oviedo, Millás, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, y Arsuaga hicieron las delicias del público que abarrotó el Club Prensa Asturiana: divulgación sonriente. Profunda y amena.

Millás volvió “transformado” de una visita a Atapuerca, el territorio que domina el rey Arsuaga. Allí descubrió que “la prehistoria está en nosotros. Fui a ver a los abuelos que me explicaban mi vida mejor que los biológicos. Luego, cuanto más estudiaba, más se ensanchaba mi ignorancia”. Y planteó a Arsuaga hacer un libro juntos, temiendo que le dijera: ‘¿Tú eres gilipollas? ¡Yo soy escritor!’” Pues no: a los postres de almuerzo llegó el sí. Y planificaron el trabajo, “pero no demasiado”. Arsuaga, que se irá la semana que viene a Ecuador siguiendo la ruta de Humboldt y Darwin, recordó que el libro “empezó por donde menos se esperaba, la desestructuración le da la estructura. Si sigues un plan no descubrirás nada. La vida está llena de bifurcaciones y se necesitan mentes abiertas”. A Millás le preocupaba la unidad narrativa por aquello de la obsesión del novelista, pero Arsuaga le dijo: “Despreócupate de la unidad, será un efecto secundario de nuestro método”.

Este segundo libro tiene para Millás, no obstante, “más unidad temática que el primero: la vejez y la muerte”. Recordó que fue “un niño con muchas dificultades, desgraciado, torturado”. Arsuaga, en cambio, “era el capitán del colegio”. Diferencias de personalidad que no impiden una complicidad total. Millás vio una película de neandertales y le parecieron “encantadores. Buenas personas”: “Por eso desaparecieron. Follaban por amor y los sapiens por interés”.

Arsuaga tiró de manual náutico: “Cuando empezamos estaba sacando el título de patrón, y cuando nos llevaron a hacer prácticas en el mar pregunté por qué no se hacían en un estanque. Me respondieron: ‘Hay una enorme diferencia. En el estanque las olas las produce el viento’. En el mar viene de abajo, de las profundidades, una fuerza gigantesca. Lo mismo pasa con los libros. En esta obra queríamos aprovechar esa fuerza profunda para no ser encorsetada. Hay calma y, de repente, se agita algo profundo”.

Está la muerte que viene de fuera y la interior, que, en palabras de Juan José Millás, es “incomprensible porque no forma parte del programa como un nacimiento o la adolescencia. Y, sin embargo, nos morimos. Un misterio insondable: algo sin programar que sucede inexorablemente”.

El Club Prensa Asturiana, lleno para oír a Millás y a Arsuaga. | L. M.

Destacó Arsuaga que no es un libro de divulgación científica. Hay en él un mar de fondo existencial, la búsqueda de un sentido a la vida sin caer en lo fúnebre o lo trágico, contando la vida cotidiana con sus momentos de “felicidad y alegría. No es una clase, es una conversación con datos técnicos y científicos sobre seres humanos y literatura. Es fruto de la necesidad del saber. Un científico y un escritor en el océano con días de sol y tormenta”. Una aventura pensada ante la tumba de Ramón y Cajal: “Nos encaramos con la muerte”.

Millás descubrió que en la Naturaleza “solo hay plenitud y muerte”. “Tenemos la idea de que los animales envejecen como nosotros cuando la vejez es un invento cultural nuestro, que nos afecta a nosotros y a nuestras mascotas y a los animales del zoo”.

Hubo tiempo para el humor. Arsuaga declaró su beligerancia contra las sillas de playa y se sorprendió de que no hubiera nadie en el público que hiciera sentadillas, tras proponer un experimento sobre glúteos y cuadriceps poniendo las manos bajo los primeros. Y reveló que entre ambos había un pacto no escrito: “Solo corrijo los errores científicos, no me meto con sus reflexiones, aunque no me veo reflejado en el personaje que describe. ¡Pero tú no eres tan borde!, me dijeron una vez tras leerlo”.

Preguntado sobre el origen del don de la palabra, Arsuaga destacó un problema: “No sabemos cómo hablamos ni cómo recordamos. Sin recuerdos no hay palabras, e ignoramos dónde se almacenan. El cerebro es una caja negra para la ciencia. Es un gran desafío para el futuro”. A Millás el libro le ha “jodido la vida, porque escribiéndolo me di cuenta de que soy viejo. Ya estoy en el país de la vejez pero me siento un extranjero en él. Intento conquistar la idea de que morirse es una tontería. Algo que le sucede a todo el mundo no puede ser interesante”.

El escritor recordó que el lenguaje “nació como una cuestión de orden práctico, como una herramienta y con el tiempo se ha dado la vuelta a eso y ya no somos los que hablamos sino que somos hablados. Somos una herramienta del lenguaje, estamos a su servicio. Tenemos un catálogo de frases del que nadie se sale”.

Surge así una necesidad paralela a la del saber: la rebelión. El escritor, insistió Millás, “debe rebelarse. Recuerdo una entrevista que le hicieron hace muchos años a Juan Rulfo en la que le decían que daba la sensación de que grababa cómo hablaba la gente, y el lo negó: la gente de sus libros no habla como la gente real”. Y es que, añadió Millás, “la gente solo dice tonterías. Somos víctimas del lenguaje. En la escuela de escritura siempre decía a los alumnos que nunca intenten reproducir un diálogo real, que hagan creer que un diálogo pueda ser posible, como aquel de la película ‘Johnny Guitar’”. Recitado al instante por Arsuaga: “Miénteme. Dime que todos estos años me has estado esperando. Dímelo”.