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Asturias exporta talentos

Arias: “La Universidad puede ser un motor para transformar la sociedad asturiana”

“Asturias parece una región ensimismada que confía más en la inversión pública que en su propio esfuerzo”, afirma el arqueólogo ovetense

Pablo Arias Cabal, cerca de Pena Pandos (Felechosa).

Pablo Arias Cabal (Cantabria). Oviedo, 1961. Catedrático de Prehistoria de la Universidad de Cantabria. Su actividad investigadora se centra en el estudio de las sociedades de cazadores-recolectores del Paleolítico y el Mesolítico y su transición al Neolítico, con especial atención al simbolismo y el ritual. Dirigió excavaciones arqueológicas en España, Portugal, Francia y Argentina. Premio Nacional de Arqueología 2021 por las investigaciones en la cueva cántabra de La Garma.

¿Qué podemos aprender de quienes habitaron la cueva de La Garma hace 16.500 años? El arqueólogo ovetense Pablo Arias Cabal responde: “Voy a decir algo que puede parecer un tópico, pero que es real: la armonía con la naturaleza. La sociedad paleolítica estaba realmente integrada en el medio natural, era parte de él. Es cierto que este sistema no se puede aplicar literalmente a la sociedad actual, pero merece la pena retener al menos la noción de que los seres humanos somos solo una parte de un sistema complejo y frágil”.

Pregunta para alguien que ha hecho de la observación minuciosa una prioridad: ¿cómo se ve Asturias desde el exterior? “Lamento decir que parece una región ensimismada, fuera del mundo real, que confía más en la inversión pública que en su propio esfuerzo. Los asturianos debemos ser conscientes de que el mundo ha cambiado y de que debemos adaptarnos a las nuevas circunstancias con nuestras propias fuerzas. El asturiano tiene importantes cualidades, como el tesón o la capacidad de trabajo, y tiene que saber aplicarlas de forma eficiente”. La sociedad asturiana, los asturianos en general, “insistimos en nuestras virtudes, pero también en nuestros defectos. La dificultad para abordar tareas colectivas y la falta de iniciativa son los más preocupantes a mi juicio”.

Vayamos al pasado, aunque solo hasta el siglo XX: “Mi infancia transcurre en los últimos años de la Asturias de Palacio Valdés, una región que gravitaba en torno a la minería del carbón, pero que en la que pesaba mucho el mundo rural, esa Asturias campesina, dura y arcaica, que entonces estaba aún muy viva y conservaba gran parte de su rica cultura tradicional. Además, la industria no estaba todavía tan concentrada en la zona costera, y las cuencas mineras, donde yo viví los primeros años, eran también zonas industriales”.

En el primer recuerdo que conserva se ve, cuando tenía unos 3 años, “jugando con mi hermana en la nieve, delante de nuestra casa en La Felguera. Pero lo que me lleva a aquellos años de verdad es la sensación que experimentaba cuando veníamos de Málaga, donde vivimos unos años, al pasar San Isidro, y me encontraba de repente con la montaña asturiana, pasando del sol de Castilla a las nieblas sobre los mayaos del Puerto Braña y la Pena L.lagareyo. Entonces sentía de verdad que llegaba a casa”.

Un rasgo ya perdido del paisaje sonoro de Asturias le lleva “muy particularmente a la infancia: el agudo chirrido de los carros que inundaba los caminos y las caleyas de Felechosa en verano, cuando los vecinos volvían de ‘l’herba’, una música que desapareció casi de repente, en cosa de dos o tres años, a finales de los años 60”.

Arias: “La Universidad puede ser un motor para transformar la sociedad asturiana”

Episodios vitales. En sus años de estudiante, Arias Cabal participó en numerosas excavaciones arqueológicas, varias en el extranjero. La primera fue en Inglaterra, en 1981, donde, a través de Geoff Bailey, un profesor de la Universidad de Cambridge que había investigado en Asturias en los años 60, “me admitieron, junto con mi compañero Carlos Pérez Suárez, en un par de excavaciones –el poblado sajón de Christchurch y el Welland Valley Project–. No obstante, la experiencia que más me marcó fue mi participación en 1988, ya como doctorando, en la Misión arqueológica en Khirbet es Samra, en Jordania, bajo la dirección de mi maestro Juan Fernández-Tresguerres. Enfrentarse a aquel medio tan hermoso, pero tan duro, convivir con una comunidad de beduinos junto al ferrocarril de La Meca, en uno de los puntos que había atacado Lawrence de Arabia durante la I Guerra Mundial, fue una experiencia inolvidable y muy enriquecedora”.

Cuando se está fuera echa de menos “la cordialidad de los asturianos. La sociedad asturiana es muy hospitalaria. Asturias es un sitio donde se vive muy bien y se está realmente a gusto. Creo que lo que me llega más al fondo es nuestra lengua, en particular la variedad del Alto Aller, que es la que he mamado desde la infancia. Nada me remueve más las entrañas que oír a alguien ‘parl.lare’ en el asturiano de Felechosa”.

La carrera académica es una continua carrera de obstáculos. Ahora bien: “No la recuerdo como una sucesión de dificultades, sino como una serie de retos que ha habido que ir superando. Le tengo particular cariño a mis trabajos en la cueva de Los Canes, en Cabrales, una excavación muy difícil técnicamente, en la que tuvimos que enfrentarnos a muchas complicaciones, y en la que, pese a todo, conseguimos hacer un buen trabajo y poner el Mesolítico asturiano en primera línea de la investigación europea”.

Está todo inventado, pero, “desgraciadamente, no basta con copiar las recetas que han aplicado las sociedades más prósperas. Lo que funciona en un sitio puede no hacerlo en otro, porque depende de las características de cada sociedad, y cambiar la organización social y la mentalidad de las personas es mucho más complicado de lo que puede parecer a primera vista. En general, lo que mejor resultado da en cualquier circunstancia es favorecer la imaginación, la iniciativa y la colaboración, pero fomentar esas virtudes en un contexto social particular no es fácil”.

Si un dirigente político tuviera a bien pedirle consejo, “le diría que apostara por la educación. Esta ha sido siempre la mejor inversión que puede hacer cualquier sociedad, y en el mundo actual, en el que estamos viviendo una auténtica revolución, en la que los conocimientos y la innovación son fundamentales, esto es particularmente evidente. Las sociedades que tienen futuro son las que apuestan por una educación de calidad desde la escuela primaria hasta la Universidad. Una educación que debe llegar a todos, pero sin renunciar a la exigencia, a la calidad, sin paternalismos falsamente igualitarios. Y, por supuesto, la Universidad de Oviedo puede ser un motor para la transformación de la sociedad asturiana, pero para eso necesita recursos económicos y una política de personal que prime el mérito y la excelencia por encima de todo. Ya arrimando un poco el agua a mi molino, le pediría una política activa de conservación y puesta en valor de nuestro riquísimo patrimonio cultural”.

Señor Arias, tengo 18 años y quisiera tener una carrera como la suya. ¿Qué puedo, qué debo, qué necesito hacer? “Moverse, participar en muchos y variados trabajos de campo y, sobre todo, intentar formarse en una Universidad puntera. Es cierto que los científicos y los profesionales estamos estudiando toda la vida, pero partir de una formación sólida en los primeros años es fundamental para no dar palos de ciego, para orientar tu carrera por los caminos más fructíferos y prometedores”.

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