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Las distinciones de LA NUEVA ESPAÑA

El equipo científico que descubrió la "medusa inmortal", "Asturiano del mes"

El hallazgo de los investigadores de la Universidad de Oviedo, dirigidos por López-Otín, permite buscar mejores respuestas a las enfermedades relacionadas con la vejez

Por la izquierda, María Pascual, Dido Carrero, Diana Puente, Víctor Quesada, Daniel Maeso, Gabriel Bretones y David Roiz, parte del equipo investigador. Irma Collín

El equipo de investigadores de la Universidad de Oviedo dirigido por el bioquímico Carlos López-Otín que sacó a la luz una minúscula medusa de cuatro milímetros que acoge claves de la inmortalidad ha sido elegido "Asturiano del mes" de LA NUEVA ESPAÑA correspondiente a agosto, cuando se publicó el descubrimiento en la revista americana "Proceedings of the National Academy of Sciences".

Tras cinco años de trabajo, los investigadores han descifrado el genoma de la "Turritopsis dohrnii", conocida ya como la medusa inmortal. El estudio define diversas claves genómicas que contribuyen a extender su longevidad, es decir, permiten su continuo rejuvenecimiento hasta el punto de evitar su muerte.

La medusa, del tamaño de la uña de un dedo meñique, puede revertir la dirección de su ciclo vital hasta volver a su estado anterior asexual, llamado pólipo. Así, en el laboratorio asturiano quedó demostrado que es capaz de resistirse al avance, normalmente sin retorno, del envejecimiento celular y tisular que finaliza con la muerte del organismo, en un ciclo típico que comparten la inmensa mayoría de los seres vivos. En definitiva, "Turritopsis dohrnii" puede revertir su ciclo vital y rejuvenecer.

Las coautoras principales del estudio son María Pascual Torner, investigadora posdoctoral del departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo, y Dido Carrero, que actualmente trabaja en el Instituto de Medicina Oncológica y Molecular de Asturias. También han participado José G. Pérez-Silva, Diana Puente, David Roiz Valle, Gabriel Bretones, David Rodríguez, Daniel Maeso, Elena Mateo González, Yaiza Español, Guillermo Mariño, José Luis Acuña y Víctor Quesada, del departamento de Bioquímica y Biología Molecular, del Instituto Universitario de Oncología del Principado de Asturias, del Instituto de Investigación Sanitaria y del Observatorio Marino de Asturias.

El trabajo, en palabras de López-Otín, "no persigue la búsqueda de estrategias para lograr los sueños de la inmortalidad humana, sino entender las claves y los límites de la fascinante plasticidad celular que permite que algunos organismos sean capaces de viajar atrás en el tiempo. De este conocimiento esperamos encontrar mejores respuestas frente a las numerosas enfermedades asociadas al envejecimiento que hoy nos abruman".

«Si la medusa es inmortal, ¿nosotros podemos serlo?» 

Un ejemplar de «Turritopsis dohrnii». | Universidad de Oviedo

«Si la medusa es inmortal, ¿nosotros podemos serlo? Es la primera pregunta que se te puede poner delante ante un estudio como este. Pero, como siempre dice Carlos López-Otín, tal como somos ahora no podemos. Pero eso no quita para que interpretemos esta investigación como una ayuda para tener más ideas para investigar el cáncer, enfermedades neurodegenerativas, cardiovasculares... todas las que tienen en común que una de sus claves está en el envejecimiento», afirma María Pascual, coautora del estudio.

Más en detalle: «Todo el cuerpo de la medusa se contrae, se hace como una bola y se desarrolla en un nuevo pólipo. Ese es el rejuvenecimiento que hemos comprobado. Reprogramar una célula ya se ha hecho en laboratorio, pero lo interesante de esta medusa es que lo que rejuvenece es todo el organismo, hay un cambio de sus tejidos. Los tejidos que tiene el pólipo no los puedes encontrar en la medusa. De tal forma que rejuvenece el individuo, no la célula». 

La bióloga molecular Dido Carrero (Oviedo, 1994) explica que «esta medusa vive en aguas del Mediterráneo y de Japón. Mi compañera María Pascual viajó a Italia, a la costa de Santa Catalina, para aislar un ejemplar y traerlo a Asturias en una furgoneta manteniendo unas condiciones ideales para su supervivencia. Como Oviedo no tiene mar, colaboramos con el Acuario de Gijón, que nos prestó un apoyo fundamental. En esas instalaciones pudimos mantener la especie y hacerla crecer. Se tomaron muestras de ADN y se mandaron a secuenciar».

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