El forense de los siete asturianos fusilados de Celanova: "Hay que acordarse de la guerra para que no se repita nunca"

El antropólogo Fernando Serrulla analiza en Verín (Orense) los cuerpos de los asturianos asesinados el 22 de septiembre de 1939 para su posterior identificación, como esperan dos familias | Una técnica de inteligencia artificial ayudará a indicar de quién puede ser cada cráneo

A. G. Tesouro

El Hospital de Verín está en penumbra, es festivo y no hay prácticamente nadie. Derecha, izquierda, derecha y una luz en un pasillo indica que Fernando Serrulla, antropólogo forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia, está trabajando. Hace escasos minutos que acaba de colocar los huesos del esqueleto número 9, que pertenecen a uno de los asturianos fusilados el 22 de septiembre de 1939 en una fosa común en el cementerio de Celanova. Una de las primeras preguntas que se hace es: "¿Tú te metes en un barco para escapar de una Guerra Civil y te condenan a muerte por auxilio a la rebelión? ¿Qué justicia es esa? Bueno, ya sabemos que no era justicia, era venganza".

Es el resumen de la historia de Abelardo Suárez del Busto, 28 años (Gijón); Alfonso Moreno Gayol, 26 años (asturiano, nacido en Salamanca); Baldomero Vigil Escalera Vallejo, 19 años (Gijón); Belarmino Álvarez García, 29 años (Sama, Langreo); Guillermo de Diego Álvarez, 25 años (Mieres); Marcelino Fernández García, 21 años (Mieres); y Mariano Blanco González, 36 años (Gijón). Ellos escapaban del conflicto, sin tomar posición, simplemente para no morir, y su camino fue la muerte. Salieron de Gijón por mar, a bordo del "Gaviota", y fueron apresados en alta mar en Ribadeo. Su final es el de tantos, pero el suyo quedó documentado.

Fernando Serrulla completa la tercera fase de un proyecto en el que trabajan cuatro grupos de investigación (Histagra, el Síncrisis, el Imelga y el Instituto de Ciencias Forenses "Luis Concheiro") y un equipo multidisciplinar, estudiando los restos encontrados en la fosa celanovesa para, posteriormente, pasar al análisis genético. Solo dos de ellos fueron reclamados. La hija de Marcelino Fernández y las dos nietas de Abelardo Suárez esperan impacientes los resultados de la identificación del ADN. Es cuestión de memoria histórica. De visibilizar, para no ser más invisible. De exhumar, para que la historia no sea enterrada.

La documentación histórica de los siete fusilados era precisa, exhaustiva y completa. El Comité de la Memoria Histórica de Celanova empezó a excavar en la historia de la cárcel de la localidad y los historiadores y documentalistas terminaron por aportar los últimos detalles. En la parcela del cementerio celanovés, donde estaba la fosa, se hallaron nueve cuerpos, en vez de siete. El antropólogo aclara que "dos de ellos no pertenecen a la zanja. El primero lo encontramos mientras se profundizaba en la zona y corresponde a un enterramiento posterior. Y el otro es un enterramiento que estaba en el borde de la zanja que no pertenece a los siete fusilados, pero también lo recogimos por si acaso". Y añade que "creemos que fue un enterramiento pocos días antes del fusilamiento".

Mira a los huesos que tiene delante. Se pone unos guantes de látex azules y señala sin tocar. Narra que "los que encontramos están en un mal estado de conservación, sobre todo el número 5 y el 8. Están muy mal en cantidad de huesos, y también en la calidad de los mismos, porque están mal conservados". Serrulla lamenta, aunque no con total seguridad, que no se pueda extraer ADN de esos dos esqueletos para cotejarlos con la hija de Marcelino y las dos nietas de Abelardo, para determinar y certificar que sí son ellos los que fueron fusilados allí con un tiro en la nuca.

El número 9 es el último esqueleto que le queda por estudiar. Abre una caja, saca una bolsita de plástico transparente y describe que "estos son unos molares del individuo número 4 y creemos que de aquí sí que se podrá extraer ADN. Esto es lo que hago, selecciono los huesos donde mejor se puede encontrar ADN". Todos los fusilados eran hombres y sus estudios encajan con el sexo, aunque no es capaz de determinar los del 5 y el 8 por su estado avanzado de degradación.

Metódico, protocolario, ordenado y preciso. Los cuerpos de Celanova se transportaron en cajas transparentes con su respectiva identificación con la palabra "número" y su guarismo correspondiente. Primero lavó los huesos de los esqueletos. Tras retirar la arena después de más de más de 83 años bajo tierra, los coloca con cuidado, meticuloso, en la mesa central del centro antropológico de Verín, por el que luchó y reivindicó. Sus casos así lo ensalzan.

Mirando a la historia de España, explica que "este, el número 9, es un varón joven y lo sabemos por el poco desgaste que tienen las muelas. Vemos mucha degradación en los huesos y han aparecido muchos objetos relacionados con estos individuos. Es importante asociarlos por el contexto en el que estamos". Y añade que "en este caso concreto se hallaron un cinturón, una hebilla y un clavo oxidado. En todos los esqueletos aparecen clavos oxidados, por lo que nos hace creer que todos fueron enterrados en cajas de madera, cada uno en una. La madera no se ha conservado, por lo que no sería la mejor madera y entendemos que serían cajas de madera sin tapas. No fueron ataúdes", señala.

En el cráneo se ve un orificio de entrada y salida. Un tiro en la nuca. Y es inevitable pensar en esa imagen, de cualquiera de ellos, cayendo a la fosa de Celanova sin un halo de vida. Sobre la violencia y sus huellas en los esqueletos, Fernando Serrulla dice que "no son fáciles de ver porque estamos manejando huesos, no tenemos piel, no tenemos partes blandas. Casi nunca lo puedes decir con certeza, pero puedes orientar sobre si tienen una lesión o un traumatismo. Por ejemplo, una fractura o un golpe en el cúbito, que significa un gesto típico de defensa (encoge el brazo como si fuera a recibir un golpe) o también puede decirnos que se haya caído. Por lo que el origen accidental o criminal es muy complicado de determinar".

Identificación

Es la última fase del proyecto, que se enmarca en el plan estatal 2021-2024 de Memoria Democrática, financiado por el Gobierno central y el autonómico, y que ejecuta la Universidad de Santiago de Compostela. Es necesario que el antropólogo forense envíe un informe para dirimir cuáles son los esqueletos que pueden coincidir con Marcelino y Abelardo. Tiene a dos o tres candidatos, pero no lo puede precisar con absoluta certeza.

Se basa en los huesos hallados, que hacen estimar una edad orientativa. Uno tenía 28 y otro 21 años. El forense arguye que "vamos a buscar ese rango entre los esqueletos que hemos encontrado. No le voy a poder decir que es este o este otro, pero sí que le puedo decir que este es el más joven y este el siguiente más joven. De esta manera, seguimos un criterio para una búsqueda más eficiente sin consumir unos recursos que no son ilimitados, y también para entregar al familiar lo antes posible", explica.

De este último cotejo del ADN se encarga el laboratorio de genética de la Universidad de Santiago de Compostela, donde se están estudiando los cuerpos de otras dos fosas. El antropólogo no pone fecha de finalización del proceso de identificación porque depende de cuestiones multifactoriales.

Entre la tecnología que se utilizará para la identificación habrá inteligencia artificial, de la mano de expertos de la Universidad de Granada. Serrulla explica que "es una tecnología que nos ayudará en ese proceso. Nosotros fuimos a Gijón a recoger el ADN de las familias que reclaman a sus seres queridos y nos dieron unas fotografías y otra documentación post mortem. Con esas fotografías lo que haremos es enviarlas a Granada para que, con una técnica de superposición craneofotográfica, puedan indicar si esos cráneos que nosotros tenemos aquí se pueden corresponder con algunos de los fusilados reclamados". Serrulla añade que "en base a una serie de determinados puntos en la cabeza, pueden saber si el cráneo es de una persona. Pero hay individuos como este (el número 9) que tendré que reconstruir de alguna forma porque la mandíbula está muy deteriorada".

Hambre y humanismo

Fernando Serrulla realizó su tesis doctoral sobre la antropología forense en la Guerra Civil de España, analizando y estudiando más de 350 fosas. Le llama poderosamente la atención que "nos encontramos con mucha patología del hambre. Los esqueletos eran de personas jóvenes entre 20 y 30 años, pero sus huesos eran de una persona de 50 o 60 años. Tenían signos de vivir muy mal económicamente, era la España de los años 30, donde se trabajaba sin descanso. Nos encontramos con cuerpos que tenían anemia, tuberculosis, falta de higiene...", detalla este experto. "Las generaciones más jóvenes piensan que los muertos fueron en conflicto de guerra, pero no es así. Más de 130.000 personas fueron asesinadas por el bando franquista y 50.000 por el bando republicano en los primeros meses de levantamiento y un 3% de los muertos durante la violencia franquista eran niños. Simplemente por pertenecer a uno u otro bando".

Él no vivió la guerra, ni nadie de su familia fue represaliado. Sin embargo, se sigue emocionando cuando los familiares acuden a las fosas comunes: "Soy forense y estoy acostumbrado a trabajar con la muerte, pero en esas situaciones me emociono. Conocer la verdad de dónde estaba un familiar, sea un padre o un abuelo o quien sea, es un alivio muy grande para esa gente. No puedo evitarlo, somos personas", comparte Serrulla.

Habla desde su experiencia, más de 20 años de estudio de fusilados y reivindica que "estoy aquí o hago esto por una cuestión humanista, un compromiso con los derechos humanos. Hay que gente que dice que detrás de todo esto hay ideología, y no la hay. En mi caso, desde luego, es por una cuestión humana de entregar los restos a familias y que todos descansemos en paz".

Recordar el pasado, quiénes fuimos, qué pasó y cómo sucedió para saber quiénes somos y por qué somos como somos. Serrulla habla de la función pedagógica de sus estudios, de los planes estatales y de la búsqueda de las familias en fosas comunes, diciendo que "entre los principios de los derechos humanos están la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Esto último es lo mismo que la memoria; el deber de memoria es algo que tenemos todos. Vivimos en una sociedad actual bastante radicalizada por la derecha y por la izquierda, eso genera frases y comportamientos como los del Parlamento. Se empieza así y se acaba con la deshumanización del rival político y pensando que es un enemigo físico y no una persona. Eso pasó en la Guerra Civil. La gente empezó a radicalizarse, de ahí se pasó a la agresividad verbal y después física. He aprendido mucho porque me llevo dedicando 20 años a la Guerra Civil y, como lo he visto tantas veces, soy plenamente consciente de que se puede volver a repetir, no digo una guerra, pero sí una situación de violencia", reflexiona el antropólogo forense. De la marca histórica de un país, de la huella imborrable de una dictadura franquista, de las heridas de bala en cráneos, de esqueletos hacinados en cunetas sin nombres ni apellidos, de la masacre infantil de las dos Españas, de luchar por las ideas en vez de por la vida, "hay que aprender de todo esto, hay que acordarse y saber lo que pasó, para que no se repita nunca más".

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