En la guarida de los "Yahoo Boys", los ciberdelincuentes nigerianos que estafaron más de 100.000 euros a una asturiana haciéndose pasar un general estadounidense

El madrileño Carlos Barragán se infiltró en Nigeria con los estafadores, que habían llegado a embaucar a su madre

David López Frías / A. R.

El periodista Carlos Barragán (Madrid, 1996) ya sabe lo que es meterse en la guarida de los "Yahoo Boys". Es como se conoce a ciberestafadores que abundan en Nigeria. "Gente que vive de estafar a otros por internet. Hay multitud de sistemas pero muchas son estafas de amor" cuenta Barragán.

En su caso, el hilo para tirar de esta historia salió de su casa. En 2015, su madre, Silvia, conoció a un hombre por Tinder y enseguida prendió la chispa. Decía ser un soldado norteamericano que estaba de reservista en la guerra de Siria. Y que quería empezar una nueva vida en Europa con ella. Pese a las advertencias de sus tres hijos, ella se ilusionó. Silvia llegó a comprar dos anillos para cuando Brian llegase por fin a España. Nunca sucedió.

Como suele suceder en este tipo de estafas, procedentes la mayor parte de Nigeria, el siguiente paso es pedir dinero a la víctima. Brian iba a enviarle a Silvia unos misteriosos lingotes de oro que decía haber incautado a unos terroristas. Ella sólo tenía que hacerse cargo de pagar los 5.000 euros de aduanas y... vida resuelta.

Su historia suena casi "clavada" a la que hace cinco años sufrió Higinia Méndez, una asturiana de Cangas de Narcea. A través de la página "Amor en línea" conoció a Ben Hodges, general del ejército estadounidense, según decía. La enamoró y la convenció de que le "prestara" dinero para liberar una fortuna que le habían incautado a un terrorista; fortuna con la que pretendía viajar a España y casarse con Higina. La asturiana confesó al juez que llegó a entregar hasta 100.000 euros, aunque al final el timo acabó enjuiciado porque en Oviedo la Policía Nacional detuvo a tres africanos, uno de ellos nigeriano, que habían viajado a Asturias para sacarle aún más dinero a la mujer. Ninguno era general, ni americano, ni se llamaba Ben.

A la madrileña Silvia el efecto del desengaño nunca acabó de írsele. Al contrario, se manifestó con más fuerza durante la soledad del confinamiento de 2020. Carlos Barragán, el menor de sus tres hijos, se saltaba las restricciones de movilidad para ir a verla. Y de aquellas conversaciones acabó naciendo la idea de Carlos: se iría a Lagos (Nigeria) para intentar descubrir quién era aquel falso Brian y cómo trabajan los estafadores nigerianos con diversos métodos, desde estrategias sentimentales hasta la clásica del príncipe derrocado que necesita ayuda para sacar su ingente fortuna del país.

"Fui yo quien le enseñó Tinder"

"Divorciada, mi madre siempre se centró en cuidar de sus tres hijos. Pero nunca tuvo mucho éxito en el amor. Se sentía frustrada en ese sentido. De hecho fui yo, el pequeño, quien le enseñó Tinder y le animó a instalársela para conocer a gente", cuenta Carlos desde un modesto apartamento en Lagos. Porque Carlos ha recogido aquella experiencia y la está plasmando en un libro. "Cuando mis hermanos y yo nos dimos cuenta de que a mi madre se le iluminaba la cara supimos que había conocido a alguien. Nos mostró un perfil muy trabajado, un militar estadounidense muy atractivo. Muchas fotos, que roban de otros perfiles", recuerda. Sus hijos desconfiaron desde el primer momento. Pero ella siguió adelante. "Estos estafadores enseguida te sacan de Tinder, porque allí no se pueden mandar fotos. Te llevan a WhatsApp, al email, a Hangouts, a Facebook o a cualquier otra forma de comunicación más íntima en la que se puede compartir más material", explica el madrileño.

La relación a distancia se mantuvo desde 2015 al 2016, cuando el falso militar le comunicó que le iba a enviar los lingotes de oro. Ella se lo explicó a sus hijos: "Es una persona inteligente, formada, lectora. Tiene una clínica dental. Yo creo que en el fondo siempre tuvo la duda y por eso nos iba informando". Cuando contó lo de los lingotes, su hijo Jaime se lo dijo claro: "Mamá, lo siento, pero no va a haber oro. Fin de la historia".

"Yo descubrí una aplicación de rastreo de correos electrónicos para saber su procedencia. Me senté en el sofá con mi madre y con toda la delicadeza posible le demostré que los mails que le enviaba el tal Brian no venían de Siria, sino de Nigeria. Recuerdo que dijo ‘madre mía, soy estúpida’", cuenta el hijo.

El periodista vio que era el momento de seguir hasta el final la historia. "Quería conocer al estafador que enamoró a mi madre", relata. Y puso rumbo a Nigeria. "Todo lo que se ha publicado de los ‘Yahoo Boys’ son historias muy unidimensionales. Te los pintan muy caricaturizados. Que lo hacen por la pobreza o porque sus abuelos eran esclavos y ahora ellos les quitan a los blancos lo que les quitaron a sus ancestros. Yo quería meterme en la habitación de estos tíos, ver cómo son, cómo lo hacen... Y vi una historia muy potente haciendo una primera persona", explica.

Un periodista del "New York Times" le recomendó a un fixer (persona que contrata un reportero para que le haga de guía en los destinos más conflictivos) fiable. El suyo iba a ser Bukky Omoseni. Cuando le vio le acompañaba Biggy, un amigo que trabajaba de ciberestafador. Un "yahoo boy" que le iba a contar sus experiencias. La casualidad hizo que Bukky, el fixer oficial, enfermase. Y Biggy acabó ocupando su lugar. "Era un chaval de mi edad y eso hizo que entablásemos una relación estrecha". Biggy le presentó a más compañeros y estos le enseñaron sus métodos de trabajo: "Viví 11 días con ellos y les humanicé. Les vi actuar y desplumar a gente, contarme sus vidas. Biggy se pasaba el día fumando porros y me decía ‘tengo que estafar’, como una obligación", relata Carlos. Son "gente que viene de un entorno de mucha pobreza y muy pocas oportunidades; por eso se dedican a esto", cuenta. "Alguno trabajan por libre y otros pertenecen a una especie de empresa. El que intentó engañar a mi madre era de estos últimos porque con esa estafa de los lingotes pretendía sacar unos 5.000 euros. Los que trabajan por su cuenta muchas veces se conforman con conseguir 100 o 200 euros", ilustra.

El periodista jamás encontró a Brian. No es de extrañar porque la cantidad de gente que se dedica a estafar por internet es incalculable.

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