Cannes 2024 (día 11): "L’amour ouf", Wenders, Rasoulof y George Lucas

El último día de estrenos del festival hizo coincidir al cineasta iraní con el segundo musical de temática criminal en competición y al creador de "Star Wars"

Gilles Lellouche, en el centro, con parte del reparto de "L'amour ouf".

Gilles Lellouche, en el centro, con parte del reparto de "L'amour ouf". / Kristye Sparow/Efe

Pablo Álvarez-Hornia

Pablo Álvarez-Hornia

Aunque no sea un musical al uso, «L’amour ouf» de Gilles Lellouche sigue (acertadamente) muchas de las convenciones del género en su reunión de piezas clásicas con otras propias de la era del videoclip. Sigue, además, una división en dos partes —distanciadas en el tiempo, dando el paso de la adolescencia a la edad adulta de sus protagonistas— que determinan un choque de estilos musicales: en la primera parte, música de los ochenta; en la segunda, predominio del hip-hop. Es, a su vez, un melodrama rebosante de energía a pesar de sus casi tres horas de duración; aunque todos los focos de este certamen en cuanto a musical (temáticamente) inventivo se refiere se los haya llevado «Emilia Pérez», de propuesta más llamativa, la cinta de Lellouche tiene muchos aciertos formales que la hacen mucho más radical de lo que el cliché de su punto de partida pueda aparentar.

La confirmación de la presencia de Mohammad Rasoulof en la alfombra roja para presentar su nueva película —tras la incertidumbre derivada de la condena y posterior fuga del director iraní— han acaparado la atención del día, más allá del entusiasmo que haya generado en sí mismo el thriller doméstico (y marcadamente político) que es «The Seed of the Sacred Fig», rodado íntegramente en secreto. La cinta trata, a través de personajes ficticios, la historia del asesinato de Mahsa Amin en 2022, tratando lo general de la situación del país a través de lo personal (el predominio del primer plano, aunque quizás derivado de las condiciones de rodaje, evidencia esta idea). Esta aproximación confía al fuera de campo buena parte de sus connotaciones, haciéndola inseparable de su momento: un comentario en tiempo real más que una reflexión que aspire a conservar su eficacia a medida que se disuelva el conocimiento con que el espectador llega al contexto de la película.

En Cannes Classics se ha presentado —solamente para aquellos dispuestos a posponer hasta mañana la película de Rasoulof— la nueva restauración del «Paris, Texas» de Wim Wenders, en presencia del director y parte de su equipo. Una sala repleta que ha atestiguado la popularidad que conserva la película, aun cuarenta años después de su primer paso por el festival.

Con motivo de la Palma de Oro Honorífica por su trayectoria, se ha pasado por la Croisette George Lucas, quien ha abierto su intervención con la aclaración de lo evidente: durante la mayor parte de su carrera, su cine no ha sido precisamente uno que tuviera buena acogida en estos entornos. El premio se le concede esencialmente por sus innovaciones clave en el terreno de los efectos visuales (y, muy especialmente, por el salto cuantitativo que construyó durante más de una década con su paso al digital). Por tanto, la mayor parte de la conversación giró en torno al aspecto más industrial del cine, y muy especialmente en torno a la forma de financiar sus películas. Con todo, Lucas regresaba una y otra vez —aun cuando se le preguntaba abiertamente por «Star Wars»— a aquel cine del Nuevo Hollywood en el que dio sus primeros pasos, con numerosas menciones a los proyectos que en aquella época afrontó junto a Coppola y Spielberg (y del también presente en la sala Walter Murch, amigo íntimo y célebre montador de «Apocalypse Now»).