Diamantes para la eternidad

Que salga Keanu Reeves con sus dos expresiones habituales y que el argumento prometa tiros y patadas lanza el equívoco mensaje de que vamos a ver un sucedáneo de John Wick en tierras rusas. Pues no. Nada de eso. La primera pelea de Reeves lo deja hecho una piltrafilla en el suelo, su personaje es más bien pasivo y cuando al final se decide a empuñar el arma, le cuesta horrores matar a sus enemigos, no como el tal Wick que en diez segundos era capaz de liquidar a un batallón entero de villanos sin despeinarse.

Siberia, helada como su mismo título indica, es un pequeño ejercicio de cine negro con un buen arranque y un desenlace fatalista que incluso parece inesperado por lo abrupto de la ejecución.

Alejando a Reeves de su imagen reciente de matador para someterlo a una cura de humanidad (que sangre, que pierda, que falle, que se deje humillar), Siberia acierta en la descomposición de ciertos estereotipos (el estridente mafioso ruso que obliga a Reeves a un pacto de hermandad con felaciones incluidas, la amante que sufre una transformación radical, la propia confusión del protagonista en sus motivaciones e impulsos, quizá propulsada por las limitaciones del actor) pero la falta de ritmo, algunos diálogos que parecen una mala copia de Tarantino, una historia de amor poco convincente y la sensación de que el director está sobrepasado por el guión de Scott B. Smith (el mismo de la notable Un plan sencillo, de Raimi ) hace patinar una propuesta que, en cualquier caso, merece cierto respeto y se ve con moderado interés.

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