Una nueva ventana al Universo

El telescopio “Webb” observará por primera vez el pasado estelar

El 24 de diciembre se produjo el lanzamiento al espacio del telescopio espacial “James Webb”, cerrando un gran año para la exploración espacial, que se abrió con la llegada a Marte del Rover “Perseverance”, entre otros muchos hitos. Como en todos los lanzamientos de una misión así, este es el punto final para los que han trabajado en diseñar y construir el equipo, y el punto de partida para los que van a estudiar sus datos científicos en los próximos años.

El “James Webb” va a continuar las labores de observación que el telescopio “Hubble” lleva realizando con gran éxito desde hace 25 años. Para llegar a la rampa de lanzamiento, este proyecto ha tenido un desarrollo increíblemente largo y complicado. Comenzado en los años 90 con el objetivo de lanzarlo en 2007, ha tenido rediseños, complejísimos retos técnicos y múltiples sobrecostes. Precisamente por estos sobrecostes, el Congreso americano llegó a cancelarlo en 2011 con más de la mitad de los equipos ya desarrollados, aunque posteriormente volvió a retomarlo. El presupuesto final, 9.000 millones de euros, cuadriplica, por ejemplo, el de una misión robótica a Marte.

El despegue del cohete “Ariane”, con el telescopio “James Webb”, desde la Guayana Francesa. | Chris Gunn / NASA

La primera impresión que nos puede dar, al mirar una foto o una ilustración, es que se parece poco a un telescopio tradicional con forma de tubo como sus antecesores. Lo más llamativo que vemos es su espejo principal, compuesto de 18 hexágonos dorados; y su parasol térmico, con cinco capas y una superficie de un campo de tenis. Todo en este telescopio tiene grandes proporciones, por lo que para poder introducirlo en el cohete es necesario plegar estos sistemas y desplegarlos en el espacio con una compleja secuencia de maniobras. Si miramos con más detalle, aparece el corazón del telescopio: cuatro sofisticados instrumentos científicos, cada uno con un enrevesado sistema, del tamaño de hasta una mesa de billar y cientos de kilogramos.

La principal novedad del telescopio “James Webb” respecto sus antecesores es que va a estudiar principalmente la radiación infrarroja, en vez de la luz visible. Esto abrirá una ventana al Universo totalmente nueva, y se podrá observar señales mucho más lejanas y débiles, incluso a través de las nubes de polvo, que son transparentes a esta radiación. Esta ventaja es a la vez el mayor desafío: para poder observar esta radiación es necesario mantener los instrumentos a una temperatura extrema de 220 grados bajo cero. La segunda gran ventaja es que tendrá una posición de observación privilegiada, en vez de una órbita cercana a la Tierra como la del telescopio “Hubble” (600 km), se irá a un punto lejano, situado a un millón y medio de kilómetros de distancia, donde se equilibran las fuerzas gravitatorias del Sol y de la Tierra. De esta forma puede protegerse con su escudo térmico de las perturbaciones que nuestro propio planeta tendría en unas medidas tan precisas. Nuevamente esta ventaja trae consigo un problema: estará tan lejos que será imposible mandar astronautas a hacer ajustes o reparaciones, como sí se hizo con el telescopio “Hubble”.

Poder observar el Universo en esta nueva ventana, con instrumentos tan sofisticados, y lejos de perturbaciones, no solo nos permitirá estudiar numerosos objetos (como galaxias, estrellas, planetas, etcétera) con otros ojos, y ver más allá de lo que se ha visto hasta ahora, sino también mirar al pasado, observando objetos tan lejanos que la débil luz que nos llega ahora se emitió en las primeras fases del Universo. Será como si miráramos a un espejo ahora y viéramos cómo éramos con pocos meses de edad.

Esta misión nos puede parecer lejana, pero además de la NASA, desde Europa y a través de la Agencia Espacial Europea se ha contribuido en un 10 por ciento a ella. Las contribuciones europeas principales están en dos de los cuatro instrumentos, además del propio cohete “Ariane 5”, encargado de poner en órbita el telescopio.

Y dentro de Europa, hay también contribuciones españolas en estos sistemas. La que más he podido seguir de cerca es la electrónica de control de uno de los instrumentos, el espectrómetro de infrarrojo cercano, que desarrollaron compañeros míos y completaron hace más de 10 años. Muchos de los que han participado en este proyecto podrán por fin ver sus esfuerzos recompensados. ¡Muchas felicidades!

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