La aljamía dignifica la lengua española

El curso que la Universidad de Oviedo impartió en Madrid sobre los escritos en letra moriega

Ocuparse de la escritura aljamiada no es una excentricidad, ni un mero capricho por algo exótico, raro o curioso sin más, ni una afición diletante por un fenómeno lateral y en el fondo intrascendente, dentro del universo de las letras hispánicas.

Muy al contrario, las letras aljamiadas, la morisca y la hebraica, nos permiten ver la lengua española a una nueva luz, y nos hacen reflexionar sobre el propio estatuto del español como lengua de cultura. Si Menéndez Pidal, Álvaro Galmés y varios otros eminentes romanistas o hispanistas se interesaron por la aljamía, ello es porque fueron conscientes de la importancia de los escritos de los moriscos, y de los sefardíes, mucho más allá de su aparente exotismo.

Esa importancia podemos apreciarla, al margen de lo estrictamente lingüístico, en dos vertientes.

La primera es que las letras aljamiadas nos obligan a cuestionar la frase de Nebrija mal interpretada y citada hasta la saciedad según la cual la Lengua es compañera del Imperio. Los moriscos, igual que los judeo-españoles, desarrollaron su lengua y su cultura sin tener el paraguas de ningún imperio. A lo más que pudieron aspirar fue a la mera tolerancia de los sultanes otomanos.

Si los moriscos y los sefardíes pudieron mantener su lengua, lo hicieron como minorías marginadas, que nunca tuvieron un estado propio, ni una mínima organización política que sirviera de apoyo a su lengua y su expresión literaria. Y esa lengua y esa expresión literaria son, no se olvide, variedades de la lengua española y de las letras españolas que siguieron cultivando después de su expulsión.

Creo que es una realidad muy afortunada y reconfortante el hecho de que el español no haya sido solo la lengua vehicular de la ortodoxia católica en la España presuntamente unánime de Isabel y Fernando o de Felipe II y monarcas posteriores. Sabemos bien que hubo españoles protestantes que manifestaron su disidencia en los Países Bajos, en Francia, Inglaterra o Italia, y lo hicieron haciendo un uso magistral de la lengua española (Casiodoro de Reina, Juan de Valdés). Pues bien, el español sirvió también para expresar la fe religiosa y la peculiar cultura de los moriscos y los judíos. Y ello, qué duda cabe, engrandece al español. No habría nada más reduccionista y empobrecedor que una lengua que sólo sirviera para expresar una sola fe y una sola cultura. Pienso, por ejemplo, en los himnarios en bajo alemán de las comunidades cerradas de anabaptistas en Estados Unidos y Canadá, amish o hutteritas. Una lengua étnica y una religión étnica son la maldición más sofocante que cabe imaginar. Las letras aljamiadas, la morisca y la judeo-española, han contribuido a que la sociedad española y el español no se convirtieran nunca en semejante cosa.

La segunda vertiente que hace de la aljamía algo ejemplar y digno de estudio, es el simple hecho de que unas comunidades marginadas fueran capaces de idear un sistema gráfico para escribir en español usando unos alfabetos que, como el árabe, eran a priori especialmente inadecuados para representar una lengua románica. Y sin embargo lo consiguieron, y ese sistema se ha mantenido con una más que sorprendente regularidad y uniformidad a lo largo de varios siglos, cuatro o cinco entre los moriscos, y siete entre los judeo-españoles. El sistema gráfico de la aljamía ha servido para crear un corpus de obras literarias, o no literarias, de enorme variedad e importancia histórico-cultural, y en ocasiones de notable valor estético. Y todo ello en una geografía muy dispersa y, sobre todo, sin que existiera nada parecido a una academia de la lengua, una autoridad lingüística de cualquier tipo, o un canon de escritores prestigiados que pudiera servir de modelo de corrección lingüística.

Las lenguas, en efecto, hay veces que para nada necesitan de un Imperio. Su propia dinámica y la vitalidad y apego de unas comunidades a su identidad, se bastan y sobran para que las lenguas hayan persistido hasta que las comunidades morisca y sefardí dejaron, simplemente, de existir.

Al sistema gráfico peculiar de la aljamía morisca y a sus textos se ha dedicado el curso que clausuramos ahora.

Acabamos de celebrar un curso muy intenso, y estoy seguro de que también muy provechoso. La Fundación Menéndez Pidal felicita a todos, profesores y alumnos. Una felicitación especial tengo que dirigirla a Juan Carlos Villaverde, máximo promotor y organizador de este curso. Es una felicitación no del todo gratuita ni desinteresada, porque va acompañada del deseo de que se repita la experiencia, y que el próximo año pueda organizarse un curso similar a este.

*Palabras pronunciadas por el presidente de la Fundación Ramón Menéndez Pidal, Jesús A. Cid, en la Biblioteca Nacional de España durante la clausura del curso "Escritos en letra moriega. Introducción a la lectura de los textos aljamiado-moriscos", impartido en Madrid por la Universidad de Oviedo.

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