In memóriam Francisco Ibáñez

¡Gracias, maestro!

Carlos Fernández Llaneza

Carlos Fernández Llaneza

Hay fallecimientos que marcan. Nunca olvidaré aquel nefasto mes de junio de 1976. El 21 corrió rápidamente por Oviedo la triste noticia de que nuestra querida Petra, osa privada de su natural libertad y visita obligada cada vez que cruzábamos el Campo San Francisco, había muerto. Y, casi sin tiempo a reponernos, al día siguiente falleció Fofó, con el que tanto habíamos cantado y reído. Aquellos dos días consecutivos perduran aún en los anaqueles de los recuerdos más tristes de unos niños que lo más cerca que habíamos visto algo parecido a la muerte eran las tumbas, ya vacías, del cementerio de San Pedro de los Arcos, prolongación del patio de juegos del colegio.

Ayer nos llegó otra noticia triste: nos ha dejado Francisco Ibáñez. Un nombre que acompañó a varias generaciones.

Francisco Ibáñez Talavera nació el 15 de marzo de 1936 en Barcelona. Empleado del Banco Español de Crédito publicó su primer dibujo a los once años en la sección "Colaboraciones de nuestros lectores" de la revista "Chicos". Durante varios años alternó el trabajo en el banco con su verdadera vocación de dibujante, hasta que en 1957 se decide a trabajar exclusivamente para la Editorial Bruguera.

Durante los años 60 Ibáñez publica en distintas revistas sus mejores personajes: La familia Trapisonda en "Pulgarcito"; El botones Sacarino en "DDT"; Rompetechos, 13 Rue del Percebe y Pepe Gotera y Otilio en “Tiovivo". El 20 de enero de 1958, en el número 1.394 de la revista "Pulgarcito" aparecía publicada por vez primera una de las historietas de Mortadelo y Filemón, una pareja de detectives émulos hispanos de Sherlock Holmes y el doctor Watson y tan eficientes como los belgas Hernández y Fernández de Hergé y, sin duda, mis favoritos. Obviamente, no recuerdo en qué momento empecé a leer, pero lo que sí es seguro es que mis primeras lecturas eran el Mortadelo y el DDT que compraba cada domingo, junto con el el periódico a mi padre, en el estanco de Ángel. De camino a casa –escasos metros– uno ya llegaba casi leído. En ellos estaban todos estos personajes creados por el infatigable genio de Ibáñez. Muchos buenos momentos le debo. Momentos geniales e hilarantes en la soledad de mi habitación que llevaban a mi madre a asomarse a la puerta a ver qué me producía aquellos irrefrenables ataques de risa. Ibáñez ha dedicado toda una vida a conseguir una de las mejores cosas que puedes lograr: La risa. Ese ejercicio tan valioso para la salud en consideración de Aristóteles. Tuve la oportunidad de presentar su candidatura a los Premios Príncipe y Princesa de Asturias en tres ocasiones; por desgracia no lo consiguió, aunque la última, en 2020, fue una de las candidaturas que más apoyos recibió en la historia de los Premios. Ahora ya no podrá ser. Y bien que lo lamento.

Me gustaría ver en algún lugar de Oviedo una escultura de Mortadelo y Filemón y con ella rendir un sentido homenaje de gratitud a ese gran creador de risas y sueños que fue Francisco Ibáñez y que, entre otras cosas, nos ha enseñado a no tomarnos la vida demasiado en serio; a fin de cuentas, ninguno saldremos vivos de ella. Estoy convencido que tendría la misma buena acogida que la de nuestra pequeña Mafalda. No sé si el alcalde de Oviedo fue lector de Ibáñez, pero puede estar seguro que muchos miles de ovetenses sí; mucho agradeceríamos este sencillo homenaje a quien fue uno de los autores que más ejemplares ha vendido en todo el mundo.

Personalmente siento una gran deuda de gratitud hacia Ibáñez por tantas horas de diversión y risas regaladas desde que empecé a leer hasta hoy en día que aún sigo disfrutando de sus alocadas historias.

Siento que se nos ha ido un pedazo de nuestra infancia; eso sí, su legado permanecerá para siempre. Gracias maestro por esas horas de risas. Por hacernos la vida un poco mejor.

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