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"Era buen chico, un trozo de pan", dice el policía que liberó a Quini

Francisco Álvarez, que lideraba el operativo que resolvió el secuestro, relata el desarrollo del caso

"Era buen chico, un trozo de pan", dice el policía que liberó a QuiniTONY GALÁN

Si hay un día clave en la vida de Enrique Castro, Quini, posiblemente sea el 1 de marzo de 1981. Hoy hace 37 años. En aquella España en transición, con el eco del "¡Se sienten, coño!" resonando aún en los pasillos del Congreso, el Fútbol Club Barcelona, con Quini en punta de lanza, se jugaba la Liga en el Camp Nou. El ariete, en plenitud, liquidaba al Hércules con dos goles (para un 6-0 final) y certificaba que el Barça pelearía hasta el final. Nadie podía presagiar que, tras el encuentro, tres encapuchados secuestrarían al astro cuando se dirigía al aeropuerto, donde le esperaba su mujer. Empezaba un calvario de 25 días para el asturiano. Tres semanas y media que conmovieron a todo un país.

Quizás la última persona con la que hablase Quini antes de su secuestro fuese Quique Sala. El hoy delegado del Hércules formaba en el equipo alicantino, y afrontó el duelo lesionado. Todo corazón, Quini se acercó tras el duelo a animarle tras la derrota. "Tras ducharnos cada uno en nuestro vestuario, luego coincidimos en la salida y le acompañé hasta su coche. Lo que pasó después todo el mundo lo sabe", añade Sala, en declaraciones al diario "Información" de Alicante, del mismo grupo editorial que LA NUEVA ESPAÑA.

"La primera llamada, a la familia, la hicieron tres días después del secuestro", relata Francisco Álvarez. Este policía jubilado lideraba entonces uno de los equipos del Grupo Antiatracos de la Central de Cataluña del Cuerpo Nacional de Policía. "Estábamos al límite de horas, pero yo era seguidor del Barça y nos dieron el caso a nosotros", relata. En el operativo participó una veintena de agentes. En la primera llamada detectaron algunos datos claves: el acento del secuestrador, maño, y que llamaba desde una cabina próxima a una estación de tren.

"Los días pesaban como una losa", afirma Álvarez. La inquietud social era máxima, y la polémica dentro del club no ayudaba. Al Barça se le escapaba la Liga a borbotones, de derrota en derrota, y Schuster, con Quini la estrella del equipo, cargaba contra el entrenador (Helenio Herrera) y la directiva (presidida por José Luis Núñez) por obligar al equipo a jugar en esa situación.

Tres semanas después de secuestro, llegó la llamada que esperaba la policía: los captores pidieron un ingreso de 100 millones de pesetas en un banco suizo. "Queríamos que dieran el paso. Cuando dijeron que querían el dinero en Suiza dijimos al Barça que aceptara, hablamos con el juez y coordinamos un operativo con la policía de allí", explica Álvarez. El plan era detener al secuestrador que fuese a recoger el dinero. Tres agentes se desplazaron a Ginebra. Uno de ellos era Jorge de Haro: "Fuimos a observar, porque lógicamente no podíamos intervenir en suelo suizo. La detención la realizó la policía de allí".

El detenido era Fernando Martín Pellejero, un joven desempleado aragonés. Tras un rápido interrogatorio, reveló el nombre de sus cómplices -José Eduardo Sendino y Víctor Miguel Díaz Esteban- y el lugar en el que recluían a Quini, un bajo del número 13 de la calle Jerónimo Vicens de Zaragoza. "Cuando llegamos al lugar, Quini estaba aterrado. Creía que le íbamos a matar. Tuvimos que enseñarle las placas varias veces", recuerda Álvarez. Era el 25 de marzo.

En enero de 1982, se juzgó a los tres secuestradores. Quini renunció a presentar cargos pese a que el Barça, que había perdido la Liga, reclamaba daños y perjuicios. Los secuestradores, tres parados que habían actuado por desesperación, fueron condenados a 10 años de prisión y a pagar cinco millones al futbolista, que rehusó cobrar. "Era muy buen chico, un trozo de paz", sostiene Álvarez. En los años siguientes, Quini mantendría la relación con los agentes. "Nos reunimos una vez al año y estamos en contacto permanente. Estamos todos muy tristes, muy apenados, por el fallecimiento de Quini. Aquel fue un caso importante y bonito, porque se resolvió bien y porque la víctima acabó siendo amigo", concluye Francisco Álvarez.

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