Juan Ramón López Muñiz salió del Sporting en 1996, pero nunca se ha apagado su sentimiento por los colores rojiblancos, grabado a fuego desde la infancia. Se lo inculcó su padre, que lo llevaba de la mano a El Molinón desde guaje, y se consolidó durante la etapa de formación en Mareo. Salvo unos meses en el juvenil, al Muñiz entrenador se le resiste el Sporting, aunque no hace mucho estuvo en la agenda de los dirigentes. Muñiz (Gijón, 2-11-68) consideró que no era el momento, pero desde la distancia (vive en Málaga) disfruta con la buena temporada del equipo de David Gallego.

Muñiz creció en el barrio de El Coto hasta que, con 7 años, su familia se mudó a la zona de Los Institutos. “Todavía se podía jugar en la calle. En lo que es ahora la avenida de la Constitución había mucho terreno y poca carretera para los partidos, andar en bicicleta y jugar a las chapas o las canicas”, señala Muñiz, que tuvo su primer equipo en el colegio Rey Pelayo: “La asociación de padres organizaba un torneo los fines de semana. Como coincidía con el rastro, venía mucha gente a vernos”.

Se puede decir que es un sportinguista de cuna: “Mi padre es el socio número 20 del Sporting. Igual en algún momento no tenía dinero para comer, pero sí para el carnet del Sporting. Nunca se borró”. Le vienen a la memoria sus primeros paseos hacia El Molinón, con cinco años, “hablando del Cruyff y del Barça, que ganó aquella liga aquí. Nos poníamos detrás de la portería del fondo del Piles porque era el sitio más seguro”.

Pese a que admiraba a aquellos jugadores vestidos de rojiblanco, Muñiz tardó en “verse” como sportinguista: “Antes no pensábamos en llegar, sino en disfrutar. Tampoco en mi casa tenía la presión de llegar a ser futbolista. Mi padre nunca fue a hablar de mi con un entrenador”. Y eso que desde que entró en Mareo se le vio con proyección: “Me llamaron en alevines, después de un torneo de Semana Santa entre colegios. Como me vieron alto y que técnicamente no era ninguna maravilla, desde el principio me pusieron de defensa. Siempre fui disciplinado, por eso llegué a profesional ”.

Muñiz ascendió en la pirámide de Mareo hasta que, con 18 años, tuvo que marcharse cedido al Cánicas y después cumplir el servicio militar. “Hice la mili en Navarra y jugué con el Estella, pero cuando volví a Gijón tenía ocho kilos de más. Me cogió García Cuervo, que estaba en el filial, y me hacía entrenar una hora antes que el resto”. Tras año y medio en el Sporting B, en diciembre del 1990 Ciriaco le dio la oportunidad de debutar con el primer equipo, en un partido de Copa del Rey en el campo del Durango (1-2). “Con Ciri tuvimos mucha suerte la gente de Mareo. Tanto él como García Cuervo no tenían problema en ponernos”.

Al final de esa temporada, varios de esos chavales pasaron al primer equipo y, entre ellos Muñiz, ya fueron titulares en el primer partido, en Valladolid. “La imagaen que tengo de esa pretemporada es a Joaquín siempre tirando del grupo. Cuando hablaba él, los demás escuchábamos. Fue un lujo porque para mí Joaco ya era un ídolo de pequeño. Transmtía el sentimiento que hay que tener por una camiseta. Puedes cambiar de muchas cosas, pero no de equipo”.

Tras alternar esa temporada1991-92 con el filial, Muñiz se asentó en el primer equipo formando un sólido tándem con Abelardo: “Era muy sencillo jugar con el Pitu. Formamos una buena pareja porque él era un jugador con mucho carácter, con personalidad, y en los momentos difíciles me echaba una mano”.

Abelardo se fue en 1994 y los dos años siguiente fueron duros para Muñiz y el sportinguismo. Sobre todo la promoción salvada in-extremis frente al Lleida: “Para alguien de la casa es complicado vivir esos momentos. En aquel partido sufrimos hasta el último segundo para mantenernos en Primera, pero no fui a la celebración porque no había nada que celebrar”. Y todo fue a peor: Cambió la política del club, trajeron a veteranos y en el vestuario ya no había tanta gente de Mareo. Ficharon a Giner, llegó alguna oferta y el club negoció con el Rayo. Sabía que no iba a tener tantos minutosy acepté, pero fui llorando de camino a Madrid”.

Al final de la temporada 96-97, Muñiz se vio en una encrucijada, un Sporting-Rayo con los dos equipos jugándose el descenso: “Me preguntaba qué estaría pensando mi padre. O bajaba el Sporting, o su hijo”. Descendió el Rayo, pero Muñiz siguió en Vallecas hasta devolverlo a Primera. Entonces cambió Vallecas por Soria, donde disfrutó en la recta final de su carrera: “En el Numancia estuve muy bien. La primera temporada, con Goikoetxea, fue espectacular”. Sin solución de continuidad, Muñiz cambió las botas por el banquillo: “Juande Ramos me ofreció ir de segundo con él al Espanyol. Podría haber seguido jugando en Segunda o Segunda B, pero no me lo pensé demasiado y acerté porque aquello, después de sacar el título, fue como un doctorado”.

Desde entonces, Muñiz ha pasado por numerosos equipos y parecía destinado a volver al Sporting, pero es una asignatura pendiente. Eloy Olaya le recuperó para Mareo en el juvenil, pero la experiencia solo duró unos meses por la llegada de Emilio de Dios a la secretaría técnica. Hasta la pasada temporada, cuando tuvo la oportunidad de volver al primer equipo: “Me llamaron después de la destitución de José Alberto, pero no era el momento para alguien de Gijón, con la exigencia de ascender... No llegó a haber ni oferta en firme”.

Muñiz cree que los resultados le dieron la razón: “Djukic lo metió en la zona media, pero ya se vio que no bastaba”. No cierra puertas para el futuro: “Mi relación con Javier Fernández es buena, y con Joaquín igual. En el fútbol no se puede descartar nada”. Por ejemplo, que el Sporting de David Gallego imite al de Abelardo: “Sí, me recuerda mucho. Es un equipo serio, difícil de ganar, que tiene claro el estilo de juego, rentabiliza los goles, con gente joven de la casa con ilusión. Gane o pierda, acabo satisfecho con lo que veo. Creo que va a estar arriba toda la temporada”.