"Nosotros ya estamos en casa y estamos muy agradecidos a toda la gente que se ha preocupado por nosotros y nos ha ayudado a salir de Nepal, pero ahora lo importante es que aparezcan los chicos de Avilés que estaban en el valle de Langtang. Y que aparezca todo aquel que todavía no ha sido encontrado. Eso es lo que importa ahora". Así hablaban los ovetenses Begoña Galguera y Alfredo Fernández, que hacían trekking en el Himalaya, y el montañero allerano afincado en Gijón Ricardo Fernández, que sufrió la gran avalancha del campo base del Everest, a su llegada ayer al aeropuerto de Barajas. Pero su mente estaba todavía en Nepal y sus recuerdos eran para los desaparecidos y para el pueblo nepalí, que vio prácticamente devastado su país por el fuerte seísmo del pasado sábado 25 de abril.

"Muchos han muerto, hay miles de heridos, otros han perdido sus casas, viven en tiendas de campaña, bajo plásticos, mucha gente ha perdido todo lo que tenían, empieza a escasear la comida... El drama ahora es para ellos y el futuro que les espera es muy negro porque se ha suspendido la temporada de ochomiles, que es de lo que viven ellos todo el año, y además la ayuda llega a Katmandú, pero a la zona de las montañas tarda más y las necesidades allí son acuciantes", repiten Begoña, Alfredo y Ricardo. "Nosotros vivimos con red", sentencia Ricardo, "porque pasa algo, como ha sucedido, coges un avión y ya está, para Madrid, y hasta te hacen entrevistas, pero a ellos, allí, no los entrevista nadie... Y allí se quedan, con el problema, porque no tienen nada, el terremoto les ha quitado casi todo".

Están cansados y el dolor que les produce lo que han visto y vivido en el país del Himalaya es superior incluso a la alegría de poder contarlo. Así se lo reconocen al hermano de Ricardo, José, o al hijo de Alfredo, que acudieron a esperarlos al aeropuerto de Barajas-Adolfo Suárez. Los tres asturianos regresaron de Katmandú vía Doha (Qatar) en un vuelo comercial de Qatar Airways que trajo de vuelta a casa a dos decenas de españoles, entre ellos el septuagenario alpinista Carlos Soria, que intentaba el ascenso del Annapurna (8.091 metros), pero que tuvo que abandonar pocos días antes del terremoto por las malas condiciones climatológicas.

El asturiano Ricardo Fernández también intentaba escalar un ochomil, el Lhotse (8.516), sin oxígeno y sin serpas de altura, junto al navarro Javier Camacho. El Lhotse comparte campo base con el Everest y allí estaba Ricardo cuando la gran avalancha de nieve y piedras provocada por el terremoto arrasó buena parte de este campo base dejando cerca de veinte fallecidos y muchos heridos. "La zona donde yo estaba sufrió menos la fortísima onda expansiva y puedo contarlo. Corrí detrás de una colina y me tiré al suelo y tuve la suerte de que allí no arrasó tanto como en otras zonas del campo base, si no...". "El temblor no fue muy grande", explica Ricardo, "pero generó una avalancha y esa avalancha de nieve y piedras, una especie de onda expansiva que barrió el campo base sepultando y arrastrando gente... Un caos y una tragedia". Cuenta Ricardo cómo "nos organizamos bien los que estábamos más o menos ilesos y como por suerte en el campo base había poca gente comenzamos a desenterrar gente, viva y muerta, y a atender a los heridos, muchos con heridas en la cabeza, como pudimos. Fue muy duro".

El alpinista explica que, como "por lo menos Javier y yo teníamos un teléfono satélite, pudimos conectar con la mujer de Javier en Pamplona para decirle que estábamos bien. Eso nos tranquilizó un poco, aunque mi compañero Javier tuvo problemas médicos y fue evacuado en helicóptero". Incluso, el propio Ricardo reconoce que "cuando sucedió lo del terremoto estaba pensando en bajar a menos altura porque una bronquitis me estaba impidiendo aclimatarme bien". Pero finalmente el rugido de la tierra le sorprendió en el atestado campo base del Everest.

Y a partir de ahí, continúa Ricardo, "andar, andar y andar por caminos, algunos de ellos destruidos, con corrimientos de tierras, argayos... Hasta Lukla para coger un avión hasta Katmandú, pero en Lukla había un gran tapón de toda la gente que quería abandonar la zona y es un aeropuerto muy pequeño, en cuesta, donde las compañías aéreas no pueden volar cuando quieren por las condiciones climáticas y hubo que tener paciencia".

A día y medio de camino del campo base de la montaña más alta de la tierra, en Periche, estaban los ovetenses Alfredo Fernández y Begoña Galguera, que hacían trekking por la zona. El terremoto los cogió en un restaurante "por lo que el tema fue aguantar el temblor agarrados para no caernos", explica Begoña, "salir de allí, a la calle, y vigilar que no te cayera nada encima". Reconocen que la situación fue "muy dura", aunque ellos, "verdaderamente", nunca tuvieron "sensación de peligro real". Sí queríamos "salir de allí cuanto antes, pero, claro, éramos conscientes del tapón que habría en Lukla y entre todos y la compañía de viajes decidimos retirarnos un poco del camino de bajada y esperar un par de días a que se descongestionase el aeropuerto. Por llamarlo de alguna forma, porque realmente es una pista de tierra, en cuesta, de 250 metros, de una condiciones muy complicadas y en la que sólo pueden aterrizar y despegar avionetas".

Los dos ovetenses recuerdan cómo estuvieron en el pueblo, Periche, al que evacuaban en helicóptero a los heridos del campo base del Everest. "Allí estuvimos echando una mano y haciendo lo que buenamente podíamos... Pero lo que impresiona es ver el drama que vas dejando atrás según vas bajando hacia Lukla. Ves pueblos que quedaron bien y otros completamente deshechos, con la gente bajo plásticos, con la pobre gente sin nada, con la comida escaseando".

Ricardo Fernández, mientras, "ni dormía ni descansaba" en el campo base del Everest. "Nos tumbábamos vestidos, con un ojo medio abierto, con el frontal y las botas puestas, porque encima teníamos tres grandes seracks de hielo que si cayeran por causa de las innumerables réplicas del terremoto arrasarían con todo y sería el fin para todos". Por lo que, "en cuanto pudimos, pusimos rumbo a Lukla".

"Ya en Lukla, nos juntamos unos cuantos españoles", continúa el relato Alfredo, "y la Embajada española nos gestionó los billetes. En Lukla había compraventa y trapicheo de billetes, que estaban cada vez más caros, pero gracias a la Embajada pudimos llegar sin problemas hasta Katmandú". En la capital nepalí, en el Consulado, "nos atendieron muy bien, vimos toda la gente que estaba trabajando, militares, guardias civiles, y nos enteramos de lo que sucedía con los avilesinos desaparecidos en el valle del Langtang y que allí las cosas estaban muy mal". Y ya "todos nos concentramos en las oficinas de la constructora San José en el aeropuerto de Katmandú", que "cedió altruista y gratuitamente sus instalaciones y todo su personal", puntualiza Ricardo. "Y a partir de ahí, a través de Qatar Airways, que nos cambió los billetes sin coste alguno, para Madrid".

Ricardo Fernández explicaba que "en Katmandú la situación, siendo mala, no es tan desesperada y la ciudad no está tan destruida como se dice, aunque hay zonas que sí están muy dañadas. Pero el problema es que ayer mismo hubo tres réplicas que produjeron un desprendimiento que mató a veinte personas. Ése es el problema, que la tierra sigue temblando en Nepal... Y que hay mucha gente que todavía no ha aparecido".