Cuando éramos niños esperábamos todo el año con gran ilusión el día del Viso, una fiesta alegre, entrañable y familiar. Subíamos caminando y después de asistir en la ermita a la misa de gaita bajábamos hasta el campo de la fiesta a comer con nuestra familia. Era un día de encuentros, de canciones populares, con danzas y cantares de los gitanos y bailes en el prao al son de la gaita y el tambor.

A lo largo de los años, las costumbres se han ido adaptando. Se amplió el espacio con las áreas recreativas, se instaló un bar ambulante, se habilitó un necesario aparcamiento, se incorporó la charanga... Últimamente hay tenderetes e hinchables que, aunque antiestéticos, no interfieren con la esencia de la fiesta. La novedad de este año me parece difícil de asimilar: ¡música latina amplificada en el bar! Subí a primera hora a coger sitio para la merienda de mi familia y me quedé "espantada" con las pruebas de sonido. Me acerqué al bar a preguntar si iban a poner aquello a la hora de la comida y sugerí que podían dejarlo para el atardecer (cuando sólo quedan los jóvenes). El encargado me comentó que "era lo que le pedían". Esta respuesta me hizo reflexionar: Si esto son los nuevos tiempos y hay que adaptarse, quizá quien sobra en el Viso soy yo.