Acostarme sabiendo que dormiré a intervalos de menos de media hora, sin dejar de flagelarme y agarrado a un peluche. Detalle: tengo 54 años.

Pensar en todo momento que estoy fallando a mis compañeros de trabajo y, sobre todo, a mi hijo, mi ancla.

Así día tras día, y cada uno peor que el anterior.

Hablar con mi mujer ya no todos los días, sino a cada momento. Detalle: enviudé hace más de nueve años.

En su lecho de muerte le prometí que cuidaría de nuestro hijo hasta que pudiese volar por su cuenta. Me aplasta pensar que no lo estoy haciendo.

Así día tras día, durante los últimos meses.

Una tarde alguien me estalla en la cara lo que llevo rumiando todos los días durante los últimos meses.

Otra noche sin dormir, vomitando y con ganas de que acabe todo. No puedo abandonar a mi hijo.

Al día siguiente, absolutamente desesperado, recibo un buen consejo: "Tranquilo y busca ayuda profesional hoy mismo".

Han pasado ocho días y me parece que la situación, antes que mejorar, empeora.

No puedo centrarme para leer ni para escribir. Detalle: lo que más me gusta es leer y escribir.

Imposible abrir las cuentas de correo, en las que seguirán entrando decenas de mensajes a diario. Soy incapaz de poner en marcha el ordenador. Sé que los mensajes se acumulan sin parar y aumenta mi desesperación.

No puedo sacar de mi cabeza el sentimiento de que estoy fallando a mis compañeros. Me da vergüenza llamarles, temo cruzarme con ellos por la calle.

Estoy fallando a mi hijo.

Estoy jodido, muy jodido.

¿Cómo acabará todo esto?

Es un triunfo salir de la cama. Salir de casa es otro triunfo.

Cojo el coche y no me atrevo a salir por la autopista. El día que me atrevo, circulo respetando escrupulosamente todas las normas. Si tengo un accidente no quiero que haya la mínima duda sobre mi inocencia.

Y mientras escribo estas líneas, siguiendo el consejo profesional que me han dado, no dejo de pensar en mi hijo, mi ancla.