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Concejal de Somos

Menos excelencia y más equidad

Sobre el "caso Naima"

Dice el ministro Pedro Duque que "la educación privada siempre va corriendo por delante intentando ofrecer una excelencia mayor de la excelencia que proporciona la educación básica pública". Anda el ministro por las alturas, esas a las que la mayoría de la sociedad no llega. Desde allí arriba parece que no se ven los tejados de las escuelas públicas.

Podemos pensar que el ministro es un adulador y como estaba en un congreso de la enseñanza privada se entusiasmó, se vino arriba y como él mismo eligió esa educación para sus hijos quiso justificar sus decisiones personales: "Tenéis que seguir corriendo delante de la escuela pública". Eso pide el astronauta excelente, que sobresale en aquellas capacidades que debe reunir una persona que viaja al espacio, pero es muy torpe en su capacidad para comunicar y para ejercer de ministro de un Gobierno que dice defender la educación pública. En eso resultó ser un ministro mediocre. El señor Duque asocia excelencia con educación privada, como si la gestión empresarial de la educación por sí misma determinase una mayor calidad de sus profesionales o mejores métodos pedagógicos. No es así. Lo que la enseñanza privada puede ofrecer no es excelencia sino exclusividad.

La patronal del sector educativo, por supuesto, lo niega y afirma que es más eficiente porque consigue mejores resultados que la red pública y al tiempo consume menos recursos. Lo primero hay que cuestionarlo, es subjetivo, tendríamos que ponernos de acuerdo en cómo medirlo. Lo segundo es cierto porque es un dato objetivo, en efecto, la enseñanza pública gasta mucho más por estudiante. La razón es evidente: como escolariza mayoritariamente al alumnado desfavorecido socialmente, al del medio rural o al alumnado con necesidades específicas tiene que poner a su disposición más medios humanos y materiales. La educación pública es, por definición, compensadora de las desigualdades sociales y aporta más recursos a quien menos tiene y más necesita. Ese es el caso de Naima, un niña sorda del barrio de La Luz que, por fortuna, puede empezar a oír gracias a un implante, pero que por desgracia se topó con los hombres grises que consideraban, frente al criterio de su colegio, que ya no precisaba apoyo especializado. Naima necesita que un profesional la acompañe para completar esa transición entre el lenguaje de signos y el lenguaje oral, pero el director de Ordenación Académica sacó su calculadora de excelencias y no le salieron las cuentas. Mucho dinero para una sola niña. Pensará el ministro astronauta que ese dinero estaría mejor invertido contratando a un alemán nativo o un monitor de hípica en uno de esos centros excelentes en los que la élite matricula a su descendencia. Gracias a la presión colectiva esta historia tiene un final feliz; los hombres grises se fueron de La Luz.

La excelencia de la escuela pública, en lo que sobresale frente a la elitista, es que está obligada a poner medios para sacar adelante a niñas como Naima y conseguir que pueda aflorar lo mejor de ellas.

Decía Francisco Tomas y Valiente, un joven de 19 años, Premio Extraordinario de la Comunidad de Madrid por su expediente y estudiante de la pública: "La calidad educativa no puede reducirse a la excelencia académica. La calidad educativa comporta otro elemento esencial, más allá de la excelencia, la equidad. Sería injusto no recordar que no solo son excelentes aquellos que obtienen óptimos resultados, sino muy especialmente, quienes consiguen progresar desde circunstancias menos ventajosas, en ocasiones, con problemas familiares, aprietos económicos o dificultades de aprendizaje. Menos excelencia y más equidad".

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