La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Escritor

Monarquía real

Sobre la apreciación ciudadana de la institución monárquica

Para conmemorar los 1.300 años del origen del Reino de Asturias, el pasado 8 de septiembre, Leonor de Borbón hizo su primera visita oficial y acudió a Covadonga como Princesa y heredera del trono. Una visita que fue contestada por los contrarios a la monarquía, que hicieron varias pintadas, colocaron una gran pancarta en el puente romano de Cangas de Onís y realizaron una marcha a pie por la senda que va de Arriondas a Cangas bordeando la carretera.

Al final nada: poco ruido y pocas nueces. La protesta no pasó de anécdota porque apenas nadie o muy pocos están por la labor de manifestarse en contra de la monarquía. Y eso que la monarquía española, según una encuesta realizada por Ipsos Global hace tres meses, es la que menos apoyos concita de todas las europeas. Más de la mitad de la población, el 52%, se muestra a favor de un referéndum sobre monarquía o república. Tal vez por eso, por miedo a los resultados, el CIS silencia la opinión de los españoles acerca de la monarquía, pues lleva tres años que no incluye la pregunta en sus cuestionarios. La última vez fue en abril de 2015, con Felipe VI ya en el trono y una valoración de 4,34. Un suspenso que, en cualquier caso, fue mejor nota que las de su predecesor y padre, Juan Carlos I, que en 2013 y 2014 registró las dos peores valoraciones en toda la historia del centro de investigación demoscópica.

Estudios aparte, se me ocurre que las encuestas no contemplan una nueva figura que ha surgido con el paso de los años: el republicano monárquico. Alguien cuya opinión es que no deberíamos tener como Jefe del Estado a un rey hereditario pero que el que tenemos tampoco es para tanto. Que no lo es porque, a diferencia de las monarquías medievales o absolutas, o las constitucionales del siglo XIX y principios del XX, la actual no tiene poderes legislativos, ni ejecutivos, ni judiciales. No manda. Solo es el símbolo de la unidad del Estado.

La apreciación es correcta, como también lo es que sea cual sea la etiqueta que acompañe a la monarquía, democrática, constitucional o parlamentaria, ésta sigue sustentándose en un pensamiento que asume que existen personas capacitadas para ejercer la jefatura del Estado en función de su sangre o de un destino que nada tiene que ver con las urnas. En este caso la decisión de un dictador que designa a su sucesor sin ningún derecho ni legitimidad para hacerlo.

Así fue como volvimos a la monarquía. Otra cosa es que debamos reconocer y tener presente que aprobamos una Constitución democrática que prevé como forma de Estado la monarquía parlamentaria. Partiendo de esa premisa es como llegamos al deseo, o la convicción mayoritaria, de que los reyes de ahora no son como los de antes. Que son más serios y responsables y no se dedican a la buena vida, a ir de juerga con sus amantes y a procurarse ingentes fortunas.

Ahí radica, creo yo, el nuevo impulso a una institución que no está pasando por sus mejores tiempos. Radica en que, ideologías aparte, el deseo de la mayoría de los españoles es que la monarquía, entendida como algo antiguo y trasnochado, se acabó con aquel rey que protagonizó varios escándalos y tuvo que abdicar en favor de su hijo. A ver si es verdad.

Compartir el artículo

stats