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Diario de a bordo

El irredentismo comarcal (L)

La madre que parió a Manín

En el año 1892, el Consejo de Estado dicta una providencia inapelable, dejando en vigor el deslinde entre Avilés y Castrillón realizado en 1883. En el Gibraltar asturiano se recibió con regocijo la sentencia, pues creyeron que con ella habían ganado definitivamente la Dársena. En Avilés, sin embargo, el fallo provoca solo indiferencia.

La gran finca de El Espartal había sido "adquirida" por la RCAM; una parte (unos mil días de bueyes), por "compra" al Ayuntamiento de Castrillón; otra (de unos seiscientos día de bueyes), por la simple ocupación de arenales "robados"? al mar. La RCAM pagaba por esa gran extensión de terreno, adquirida de aquella manera, la correspondiente contribución en el Ayuntamiento de Castrillón. En las escrituras de compra-venta, documento privado escrito al dictado de los dos actores intervinientes, Ayuntamiento de Castrillón y RCAM, se establece que la finca tenía como límite sur el río de Raíces o de las Guardadas, añadiéndose que dicho río dividía los comunes de los municipios de Avilés y Castrillón. Coletilla ésta, arbitraria y sin fundamento legal porque, en aquella fecha, no se había efectuado aún deslinde alguno entre ambos concejos. Un par de años más tarde, desde el obispado se dicta un arreglo parroquial, que amplía la jurisdicción de San Martín de Laspra a toda la zona del Espartal, espacio en esos momentos deshabitado.

Estas argucias legales, hechas con intencionalidad, suma antelación y una premeditación calculada, sirvieron de base para la que en 1892 el Consejo de Estado tumbase las resoluciones judiciales de deslinde favorables a Avilés, tanto del Gobierno Civil como de la Audiencia Provincial. En Madrid mandaba quien mandaba y los cartagineses tenían mucha "mano".

Establecido pues que los comunes entre Avilés y Castrillón estaban separados por el río Raíces o de las Guardadas, desde el pozo del Cuélebre hasta su desembocadura, "con las ondulaciones que la naturaleza le ha dado", quedaban por ver los otros linderos en San Juan, de los que no hablaba la sentencia del Consejo de Estado. ¿Con quién lindaba Castrillón por el Este? En último término con unas aguas que, según la tradición inmemorial recogida en el deslinde con Gozón de 1605, pertenecían a la ciudad y concejo de Avilés, es decir, la zona marítima de la villa. Con unas marismas que cubría la pleamar y unas ondulaciones del río que habían desaparecido por su encauzamiento. Los linderos en esa zona estaban sin fijar, como dejaron claro los abogados Cástor Álvarez y Froilán Álvarez Carvajal, en su informe de 3 de septiembre de 1892.

Manín se había establecido en el muelle Oeste de la Dársena, en la zona en donde se están derribando las últimas casas de lo que fue el pueblo de San Juan. Ahí construyó su tahona, convertida también en fielato avilesino, y ahí empezaron las amenazas, los insultos y las agresiones de los "gatilleros". También las resoluciones y multas del Ayuntamiento de Castrillón. Pero el bravo tabernero resistía impertérrito a todo.

Manín y su familia eran de Sabugo. Allí habían nacido sus primeros hijos, que fueron bautizados en la iglesia de la plaza del Carbayo. Pero Manín se traslada a San Juan, y allí empezaron sus desgracias. Con estoicismo y buen humor solía decir a los clientes, asombrados por su audacia: "Los de Sabugo somos así; fuimos a pescar a Terranova desde que hay memoria, a Sevilla con Rui Pérez contra los moros, a Florida contra los franceses, y a sujetar a los flamencos con el Adelantado, cuando se armó la de San Quintín. Yo pertenezco a esa estirpe, conmigo no podrán los prusos".

Lo que no sabía Manín, era que el Imperio belga estaba determinado a la conquista de San Juan y dispuesto a todo para conseguirlo.

Hasta aquel momento, los nacimientos y defunciones de las personas que habían comenzado a asentarse en los aledaños de la Dársena recibían los sacramentos en Sabugo. Cosa natural, por ser la parroquia más próxima y mejor comunicada con la zona. Pero el Imperio ve la oportunidad de dar un escarmiento a Manín y para ello activa el arreglo parroquial de 1856.

La ocasión surge con una desgracia. La mujer de Manín, que estaba embarazada cuando se establecen en San Juan, le llega el momento del alumbramiento. El niño nace sano, pero la madre muere en el parto. De inmediato, el cura de San Martín de Laspra le hace llegar a Manín una advertencia: dado que el óbito y el nacimiento se producen en terrenos bajo su jurisdicción, todos los oficios religiosos deben hacerse obligatoriamente en su parroquia.

Los prusos habían puesto en marcha el escarmiento a las osadías de Manín y alertan al cura de San Martín para que actúe y al de Sabugo para que se abstenga. San Juan estaba dentro de la jurisdicción de San Martín. El arreglo parroquial de 1856, que nadie había entendido, cobraba toda su utilidad.

Manín no podía dar crédito. Él, su mujer y todos sus hijos eran de Sabugo. Todos sus antepasados estaban enterrados en Sabugo. No quería ni podían obligarle a hacerse parroquiano de San Martín. ¿Qué podía hacer? Entonces su madre, "sabuguera de pro", le dice a Manín: "Nun te preocupes mi fío, voy falar inmediatamente co'l cura Sabugo. Dalguna solución habrá. Algo podrá facese. Asina que voy pa Avilés, que esto arréglotelo yo".

Dicho y hecho. La madre de Manín coge el tren en San Juan y pone rumbo a Avilés. Una vez en la villa sube por la calle de la Estación, llega a la Iglesia de Sabugo, en la plaza del Carbayo, y pregunta por el párroco. Le dicen que ha salido al Ayuntamiento a hacer gestiones para la construcción de la nueva iglesia. Hacia allá pone rumbo pero, en el camino, se encuentra con el sacerdote, que bajaba ya por la calle de la Cámara: "¡Don Manuel, don Manuel! ¡Un momento! Sabrá usté que la mío nuera dio a luz esta noche un neño y que la probe morrió n'el parto. Y díxonos el cura San Martín que´l funeral y el entierro debíamos facelo n'esa parroquia, y que' bautizo del neño tamién debía facese en Laspra".

El cura era don Manuel Mojardín y Graña, natural de Pesoz, y aun no debía de conocer bien el carácter especial de sus parroquianos de Sabugo. Así que le contesta seriamente y con mucha propiedad: "Efectivamente, se puso en contacto conmigo el párroco de San Martín y me comunicó que deben ustedes hacer todos los oficios en su parroquia, que es a donde pertenece San Juan".

La madre de Manín replica muy airada: "Pero don Manuel, San Xuan ye Avilés, todos los entierros y bautizos ficiéronse hasta agora n'a parroquia de Sabugo. Y nosotros somos de Sabugo de siempre, todos n'a nuesa familia bautizámonos y enterrámonos en Sabugo, y nun queremos agora dir pa Laspra, ¡cojones!, queremos enterrar a la mío nuera y bautizar al neño en Sabugo, y nun faremos cosa distinta! así que ya lo sabe. Vamos plantifica-y al neñu y a la madre n'iglesia y faiga usté lo que-y parezca".

El cura, circunspecto, le dice a la madre de Manín secamente: "No insista señora, deben ustedes dirigirse a la parroquia de San Martín. Si me entero que vienen a Sabugo, cierro la puerta de la iglesia y no les recibo".

Entonces la madre de Manín, totalmente fuera de sí no puede contenerse, arremanga el brazo y descarga una tremenda bofetada en la cara del sacerdote que, entre la sorpresa y el golpe recibido, cae al suelo tan largo como era. La madre de Manín, se arremanga encima de él y sigue golpeándolo con su bolso, entre gritos: "¡Vas entérate tú en donde va a enterrase la mío nuera y donde va a bautizase el mío nieto; vas entérate tú, viruso!".

Ante el altercado y los gritos, la gente se arremolina e intentan sujetar a la mujer, pero todo es inútil, hasta que se acercan dos municipales que, a duras penas logran reducirla. El cura se reincorpora pálido, se arregla la sotana, recoge el bonete y, con voz apagada, les dice a los guardias: "No tiene importancia, pueden dejarla ir, no voy a denunciar"

Los municipales sueltan a la madre de Manín, pero la mujer, muy excitada todavía, a grito pelado le espeta al cura: ¡¡"Nun piense usté que esto va quedase asina, voy coxer el tren agora mesmu y dir a Uvieu a ver al Obispo, y si non me fai caso, toy por dir ver al mismo Papa de Roma si fai falta, pero el mi nietu y la mi nuera vienen pa Sabugo, pa Sabugo, ¿oyístime viruso?!!".

Ni corta ni perezosa, regresa a la estación y coge el tren a Oviedo, se planta en la sede episcopal y pide audiencia al Obispo, que la recibe "ipso facto", pues ya había sido informado del incidente en Avilés. Su Excelencia Monseñor Ramón Martínez Vigil, después de tranquilizarla y escucharla con paciencia, le dice que sus razones son comprendidas por la Iglesia. A continuación le hace entrega de una carta. En ella se contenían órdenes para que el párroco de Sabugo oficiase los sacramentos, tanto a la madre como al hijo, y para que el entierro se efectuase en el cementerio de esa parroquia. La madre de Manín, presa de la emoción prorrumpe en sollozos y acierta a decir, besando la mano al Obispo: "Munches gracies eminencia, munches gracies, ya sabía yo que usté nun podía fallanos. Tare-y agradecida to'la vida, gracies, gracies?"

Así que, al día siguiente, el hijo de Manín fue bautizado en brazos de su abuela, en Sabugo, por el cura párroco que, a continuación, ofició el funeral y posterior entierro de la madre del niño. Una gran multitud de avilesinos asistieron a los actos, acompañando al digno fielatero y a su familia.

Los nacimientos y entierros de la gente avecindada en San Juan siguieron haciéndose en Sabugo, gracias a la madre que parió a Manín y su férrea voluntad, que doblegó la artimaña de los prusos. Bueno, al menos hasta unos años más tarde, cuando murió en San Juan, el Jefe de Estación?

Así sucedió, así se lo he contado a ustedes, y así queda anotado en mi Diario de a bordo. Pero la historia continúa?

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