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Velando el fuego

Temperaturas

La predilección por el calor o el fresco, Lisboa u Oporto, Granada o Sevilla, Cristiano o Messi...

Hay dichos que reafirman la imposibilidad de que las esquinas del mundo se repartan de un modo equitativo. Y uno de ellos es el de "que nunca lleve a gusto de todos". De modo que algunos saltarán de júbilo en cuanto el cielo se torne de un gris amenazante, mientras que a otros ese color sólo les servirá para añadir una borrasca a su ánimo, una muesca más de inmediato desagrado.

Reconozco mi habitual afición a las prospecciones estadísticas: Lisboa u Oporto, Granada o Sevilla, Messi o Cristiano, etc? Uno de mis cotejos favoritos es el que discurre en torno a la predilección por el frío o por el calor. No creo equivocarme si afirmo que en torno a un 80% de los encuestados, más o menos, ha respondido que a ellos el calor, y, sobre todo, si es excesivo, recalcan (en este punto los excesos suelen aparecer pronto: más allá de los veinte grados), les resulta molesto, o muy molesto, sin que no falte quienes lo tilden de insoportable. O sea, que siguen manteniéndose fieles a su Norte.

Continuando con este mismo itinerario, somos una minoría los que, por el contrario, adoramos al dios sol, sea cualquiera la medida con la que se adueñe de nuestros cuerpos. Cierto es que también en nuestras filas hay una cierta barrera que no a todos les gusta rebasar: la mía es muy alta, pues 38 o 40 grados me parecen una auténtica bendición. De modo que no resulta extraño verme con ropa de abrigo, si bien un tanto ligera, aun en plena canícula, lo que ha llevado a más de una persona a incluirme en el grupo de los "raros", esa especie de flores extravagantes que a veces se asoman por el jardín urbano.

Consecuente con este razonamiento, hoy se respiraba cierta alegría en el bar en el que tomo mi descafeinado matutino. El motivo pertenecía a los pronósticos que aventuraban unos días de lluvia y cierto descenso de las temperaturas después del que se ha bautizado como el mes de julio más caluroso de toda la historia del planeta. Fue en ese momento cuando entró en escena una parroquiana y buena amiga, Miriam, otra rara avis como yo (gaditana de adopción mental acostumbra a decir que cada uno nace donde quiere), y que pronto compartió conmigo su desazón ante el panorama lluvioso que se filtraba a través de los ventanales. Cualquiera que nos hubiera estado observando, hubiera dicho que nuestros rostros eran el reflejo de una inequívoca desazón ante el panorama que nos aguardaba.

Reconfortado por esta ayuda solidaria, salí del bar y eché a caminar hacia casa, siempre buscando el resguardo de tejados y otros salientes que me impidieran caer en manos del líquido elemento que no cesaba de derramarse sobre las aceras. Y como me sucede siempre, al poco rato intenté buscar alguna parte positiva al asunto, de modo que no tardé en compararlo con los cambios climáticos que se fueron produciendo en las recientes elecciones a la presidencia de nuestra comunidad. Sudores, bochorno y ataques asfixiantes de calor fueron algunas de las reacciones de los candidatos a medida que el clima aumentaba su fuerza. De modo, me dije, que no estaba mal un ligero descenso en las temperaturas, no fuera que los aspirantes quedaran convertidos en una pulpa seca. Si bien, en este caso se trata de temperaturas muy distintas de las que estamos acostumbrados a observar en nuestra geografía diaria.

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