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Párroco de San Pedro de Gijón

Una voz que removió la conciencia social

Con casi 90 años de vida, vividos con intensidad y compromiso, su huella tiene relieve en la historia de los últimos sesenta años de Asturias. No deja indiferentes. Aquella antigua casa rectoral de Mieres -hoy muy deteriorada- que albergó primero en los sótanos a aquellos jóvenes creativos y rebeldes que fueron "los Cucarachos", y que años más tarde sería sede de Proyecto Hombre, durante los años convulsos del final de la dictadura y de la gestación de una nueva época de transformación social, fue el lugar donde se gestaron estrategias y donde acudían con cierto sigilo líderes obreros y sindicales y miembros de los movimientos de Acción Católica de la JOC y HOAC. Iban a planificar y contrastar acciones para el cambio que había que provocar. Allí se gestó una nueva pastoral obrera, allí se sostenían actitudes de una nueva relación de la Iglesia con el mundo obrero que eran distantes por la historia pasada, allí se publicaba aquella hoja parroquial, "Luz", que hizo decir al célebre director de "Región", Vázquez-Prada, en sus "Gotas de tinta": "Cuidado con Luz que va a fundir los plomos", allí, en la galería, los domingos por la tarde se sentaban en los clásicos sillones de mimbre los curas de las parroquias de la villa y cercanías a conversar y debatir sobre los problemas y las situaciones de las personas, de los feligreses, de aquella inestable zona industrial y minera. Las conversaciones eran de altura, reflexivas, documentadas, basadas en la doctrina social de la Iglesia. Ser cura de la cuenca minera era un reconocimiento de la valía de persona, una dignidad, requería una preparación y una sensibilidad específicas. En aquella parroquia de San Juan de Mieres tuvo lugar el gesto llamativo y desconcertante -algunos lo calificaron de sacrílego- de cerrar un domingo las puertas del templo y suspender las misas porque antes de dar gracias a Dios había que agraciarse con los hombres y la huelga no encontraba solución. Fue noticia de primera página en todos los periódicos nacionales y de censuras furibundas. Como todo lo profético.

Sin duda, el protagonista principal -hubo más- fue Nicanor López Brugos, persona inteligente, audaz. Y al mismo tiempo prudente, preparado, de discernimiento lúcido, que se movió siempre en el filo de la navaja. De austeridad espartana, de exposición clara y contundente, de recia espiritualidad y que supo estar en su papel y misión de párroco y sacerdote defendiendo la vida digna de sus feligreses. Nunca pudieron cogerle, aunque lo buscaron en aquellos momentos "grises". Era un hombre práctico más que doctrinal y sostenía el principio de que los problemas tienen solución. Tenía talla de líder. Más de una vez decía con cazurrería: "Yo nací para mandar, que es lo que me gusta...". De hecho no quiso jubilarse, resistió hasta lo último.

Para completar el perfil de su personalidad hay que añadir que era entrañable, afectivo con los cercanos, generoso y desprendido. De piedad sencilla y convencida, de noble fidelidad y gran sentido de la amistad. Su gran acierto y cualidad es que supo adaptarse y ponerse al servicio de las distintas parroquias en las que ejerció el ministerio sacerdotal. En todas guardan un buen recuerdo suyo de lo que fue y de lo que hizo.

Nació en Orzonaga, pequeño pueblo de Matallana de Torío, el 1 de marzo de 1929. Pronto sus padres se trasladaron a Asturias. Pasó los años de la guerra con hambre en Avilés. Luego se establecieron en Gijón, en el barrio de La Calzada. Fue al Seminario, comenzando en Donlebún-Castropol, en el desvencijado palacio de los Treno, zona donde había poco, pero algo que comer. Seminarista estudioso, de inteligencia despierta, de finura poética y buen futbolista, veloz extremo derecho, habilidad que cultivó hasta que el menisco se lo permitió. En la Brañona de Panes, ya con 40 años, los defensas lo pasaban mal. Recibió la ordenación sacerdotal en la Basílica de Covadonga con 23 años, el 2 de septiembre de 1951.

Sus primeras parroquias fueron en la zona leonesa de Laciana, hoy Reserva de la Biosfera: Rioscuro la de los tejos, El Villar de Santiago y San Andrés de Sosas, cerca de Villablino, donde él recordaba sus clases en el colegio de esta localidad.

Pasó luego a Riosa (1955-61), donde predominó su faceta de constructor, levantando la enorme iglesia que le dio tantos problemas por su mala sonoridad. Y ayudando a su amigo entrañable, el cura de La Foz de Morcín, José Manuel Valle Carbajal, a levantar su casa rectoral. Allí le cogió la convocatoria del concurso a parroquias de Don Segundo García de Sierra. Obtuvo alta calificación.

Al no asignarle parroquia en la primera fase, fue destinado a Panes. Cayó de pie. Hizo una labor extraordinaria. Quiso quedarse allí, pero no estaba libre. Fue solamente un año, pero intenso, dedicado a los jóvenes, donde las representaciones de teatro involucraron a todo el pueblo. En agosto de 1962, le asignaron la parroquia de San Juan de Mieres, en la que estuvo 56 años. Nadie previó el estilo pastoral que desempeñó y la resonancia e importancia que iba a tener, porque para él no era la parroquia la que se adaptaba al cura, sino el cura a las necesidades y vicisitudes de la parroquia.

Conocí a Don Nicanor con 18 años, siendo un seminarista y, desde entonces, he mantenido una relación estrecha con él. Puedo escribir un libro de sus memorias, con sus virtudes y carencias. Algo que había que hacer de muchos curas que fueron el alma de los pueblos y que escribieron con el amor de su corazón páginas memorables, historias deslumbrantes casi en el anonimato.

Solamente aludiré a tres grandes acontecimientos y obras en las que participó muy activamente: la Asamblea Sacerdotal del 1978, de la que fue su motor, acontecimiento diocesano más importante en su gestación que en el cumplimiento de sus conclusiones; el Proyecto Hombre y Siloé, obras sociales que le deben muchísimo en su puesta en marcha y funcionamiento, y la renovación de la Fundación Vinjoy, "a la que resucitó de entre los muertos".

Reconozco que su trayectoria será discutida, pero en imágenes y lenguaje del Papa Francisco "no tuvo miedo a ensuciarse las manos" en su entrega sacerdotal. Tenía mucha preocupación porque podía dar quehacer con su enfermedad. Fue muy corta. Nos dejó casi sin darnos cuenta. Tenía prisa por ir a participar plenamente de la fiesta de la Comunión de los Santos.

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