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Muertos sin compañía

El dolor de no poder despedir a los familiares fallecidos por la pandemia

Una de las recomendaciones que dan los expertos para paliar en lo posible las consecuencias de este confinamiento (hay palabras que surgen de pronto y que, sin que nos demos cuenta, van dejando en nosotros una inercia cada vez mayor), es la de no variar mucho los hábitos de vida que teníamos hasta entonces. Como es lógico, cada cual posee los suyos y, por tanto, la panoplia de usos y costumbres que vamos desplegando a lo largo de nuestra existencia es muy variada. En mi caso, leer, escribir, ver cine en las plataformas digitales continúa siendo una tarea habitual y fácil de realizar. No sucede lo mismo con mi adicción diaria de tomar un descafeinado en el bar de siempre y, al mismo tiempo, aprovechar para formar parte de alguna tertulia en la que se acostumbra a poner el mundo patas arriba.

Desde el principio del encierro (confieso que el primer término que me vino a la mente fue el de confinamiento) he intentado, en lo posible, continuar con las mismas rutinas. El descafeinado es sencillo de apurar en casa y, del mismo modo, he sustituido la tertulia presencial por otro modo de comunicación, WhatsApp sobre todo, el teléfono y también alguna que otra videoconferencia.

Como es lógico, las conversaciones con los amigos giran sobre todo tipo de preocupaciones: cuánto tiempo nos quedará aún hasta poder salir a la calle, si llegados a ese punto habremos aprendido lo suficiente para mejorar nuestros comportamientos sociales, si los trabajadores sufrirán las consecuencias del parón, en qué acabarán los ERTE, si los sectores que viven del turismo podrán tomar aire o se quedarán también confinados (otra vez la palabreja de marras) en una estrecha burbuja económica que terminará ahogándolos. Y así hasta un montón de inquietudes más, sin que falten las relativas a la reanudación de la temporada del fútbol. Es de justicia decir que llegados a este punto, y si bien muchos de los tertulianos en la red son adeptos a este deporte, prevale siempre la preocupación por la salud antes que por los perjuicios que se puedan derivar de la tardanza en volver al césped, o de la suspensión en su caso.

Por lo que a mí respecta, y siendo cómplice, naturalmente, de todas las inquietudes que se van mostrando, mi mayor preocupación está alejada de las canchas económicas y de los desajustes de las bolsas y de tantos otros socavones que comienzan a aparecer. El dolor de los familiares de las personas que mueren estos días, la soledad de hierro que les pesa en el corazón al verse sin más compañía que uno o dos allegados, el frío que en esos momentos debe acalambrarles los huesos me parece que supera. Y, con mucho, todas las desafecciones que origina esta pandemia. Basta con imaginarse lo que significa tener a alguien querido ingresado en el hospital y tener que estar pendiente a todas horas del teléfono.

Los muertos de estos tiempos acaban peor que los de Bécquer en sus rimas: "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! De la casa, en hombros, lleváronla al templo". Ahora ni siquiera es posible acompañar al féretro, salvo uno o dos familiares como mucho. Con razón se dice que en las mudanzas acostumbra a perderse algún mueble. Solo que en este caso los nuevos tiempos están dejando atrás algo mucho más importante, como es el calor y la compañía que todos los familiares de los fallecidos necesitan en esos tristes momentos.

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