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EL BAÚL DE LA HISTORIA

El descanso "casi" eterno de Valeriano Miranda

La eliminación de la tumba del antiguo párroco de Mieres y el traslado de sus restos a la cripta de los Muñiz Prada

Este hijo adoptivo de Mieres había nacido en Pola de Siero en 1859. Durante su juventud, estudió para sacerdote y, a pesar de los esfuerzos de su familia para que se librase del servicio militar, este se incorporaría a quintas en 1880, como hicieron muchos jóvenes de la época. Durante ese periodo, llegaría a ser cabo en el Regimiento de Infantería de Luzón, que contaba con su banda de música, hecho que motivó su afición a la música. Como es fácil de imaginar, una vez terminado el servicio, retomaría sus estudios eclesiásticos y, finalmente, en 1885, se ordenaría como presbítero.

En ese mismo año, cuando contaba con veintiséis años, llegaría a Mieres del Camín como coadjutor en la antigua iglesia parroquial de San Juan Bautista, donde estaría los siguientes cuarenta y dos años. Lo cierto es que la llegada del joven Miranda trajo consigo un reforzamiento de muchos actos litúrgicos.

De hecho, contó en muchas ocasiones con interpretaciones al piano realizadas por las aventajadas discípulas de Jenaro Palacios como eran Fe Banciella, Amparo Álvarez y Veneranda Miranda. Durante esos años, también contó con un coro de feligresas que cantaban con afinación y gusto en las noches de la novena durante la misa de comunión. Sin embargo, el coro se ensayaba de oído, aprendiéndolas de memoria y ejecutando sin papel, al unísono, sin que discrepase una sola voz.

Paralelamente, el sacerdote también sería muy aficionado a organizar excursiones, siendo imperdible la excursión anual que realizaba todos los años a la Magdalena, en el Monsacro de Morcín. La peregrinación iba acompañada por decenas de romeros, los cuales cuando llegaban a la referida ermita, tras un breve descanso, escuchaban la misa que celebraba el propio Valeriano Miranda.

Más cercana en proximidad era la excursión de este párroco y sus feligreses a la Virgen del Carbayu, y cómo no, a la desaparecida fiesta de Santa Germana en el valle de Mariana.

Este sacerdote, inquieto por naturaleza, era muy activo en la vida del concejo, por lo que en enero de 1924, vueltos los soldados del Regimiento Príncipe, organizó una peregrinación a Los Mártires, en Valdecuna, para agradecer el feliz regreso de los soldados de esta villa, que tan penosa campaña soportaron en África.

Además de ser un intrépido excursionista para la época y un gran activo social local, su fama de hombre bondadoso y caritativo logró que muchas comisiones de fiestas donasen lo sobrante de lo recaudado para las fiestas, siendo repartido "religiosamente" entre los más desfavorecidos del pueblo.

Por cosas como esta, el pleno del Ayuntamiento de Mieres de 1925, presidido por José Sela y Sela, nombró sin discusión alguna como "hijo adoptivo de Mieres" al ya de aquella veterano sacerdote de la parroquia de San Juan. Y por ello, nueve meses más tarde, se le entregaría el título a cuarenta y un años de entrega abnegada a la localidad, con su correspondiente misa y procesión solemne, tal y como era habitual en la época. Como anécdota para la posterioridad quedarían los puros, licores y pastas con los que obsequiaría el cura a todos los asistentes.

Y como sucede con muchos homenajes, podemos afirmar que quizás llegaría un poco tarde, pues Valeriano Miranda fallecería un año más tarde en su casa de Requejo, cuando las manecillas marcaban las once de la noche de un 22 de septiembre de 1927, recién entrada la "dictablanda" de Primo de Rivera. El sepelio de este sacerdote se celebró a las cinco de la tarde del viernes, y la conducción del cadáver del conocido sacerdote resultó ser una imponente manifestación de duelo.

Con casi toda certeza, Valeriano Miranda se marchó apenado por el derribo de la antigua iglesia y con la incertidumbre que le generaría la construcción del nuevo templo, hecho que finalmente se produciría en junio de 1931 con una misa inaugural ambientada por una orquesta y un afinado coro, bajo la batuta del popular Fausto Vigil.

En clave histórica, me veo en la obligación de mencionar que aquel cementerio católico, contaba con la parte posterior de la capilla que allí existía, siendo demolida como consecuencia de la secularización de los cementerios en España. En aquella zona se encontraba un pedazo de terreno reservado para dar cristiana sepultura a los sacerdotes que en esta villa fallecían. En dicho lugar se depositaron, con la idea que allí reposarían para siempre, los restos del que fue hijo adoptivo de Mieres, don Valeriano Miranda.

Por ello, en sesión municipal celebrada en febrero de 1928, la Corporación tomó, por unanimidad y entre otros acuerdos, que fueron bien recibidos por los mierenses, el de darle su nombre a una calle mencionándose suplementariamente lo siguiente: "Que se ceda gratuitamente y a perpetuidad un compartimiento en el cementerio de esta villa para construir sobre él el mausoleo que, para perpetuar su memoria, dedica el pueblo de Mieres a don Valeriano Miranda".

A tal fin, durante el mes de diciembre de 1929, se formaría una comisión para perpetuar la memoria de Valeriano Miranda, como consecuencia de la apatía del Ayuntamiento, para honrar la memoria del que tan poco tiempo había disfrutado del título de hijo adoptivo de Mieres. Esta comisión abrió una suscripción popular, para colocar donde yacían sus restos mortales una lápida o panteón que guardase relación con la modestia que en vida practicó aquel santo varón, como ahora se le llama.

El promotor de la comisión sería el director de las minas de Fábrica Mieres, Rafael Belloso, quedando formada como presidente por Rafael Belloso, ingeniero; Hermógenes Lorenzo, arcipreste-párroco de Mieres; Luciano F. Martínez párroco de La Rebollada; tesorero, Alfredo Martínez, comerciante; Juan Colina, Cipriano F. Velasco y Manuel Díaz Rodríguez, comerciantes; Baltasar Calleja, capataz de Minas; Dimas Álvarez, empleado; Maximino Suárez, corresponsal de "La Voz de Asturias", y Pedro Martínez, corresponsal de "Región". Esta suscripción duraría un mes y fue de carácter eminentemente popular, admitiéndose desde cinco céntimos en adelante.

Por su parte, el Ayuntamiento de Mieres, cumpliría con el acuerdo sustraído y dedicaría una calle al sacerdote, donando también el terreno prometido del panteón. Actualmente, parte de ese acuerdo sigue en pie, pues Valeriano Miranda aún da nombre a una calle, aunque sus restos no correrían la misma suerte, pues en febrero de 1997 se produciría la desaparición de su tumba y la inhumación del finado en otro lugar.

Aunque ya han pasado dos décadas, se sigue desconociendo el motivo de esta actuación municipal, cuyos movimientos fueron seguidos con especial atención por un testigo visual de lujo, el recordado Julio León Costales junto con el sacerdote José Luis Menéndez.

Como consuelo nos queda el de ser conocedores del paradero de los restos del antiguo párroco de San Juan, los cuales fueron recogidos en la cripta de la familia del afamado galeno Muñiz Prada, la cual curiosamente había sido bendecida junto a su capilla por Valeriano Miranda. En ese sentido, se debe de mencionar que dicha capilla es propiedad de la parroquia de San Juan gracias a la donación del último integrante de la familia Muñiz Prada, la cual era una monja que al no contar, lógicamente, con herederos donó esta propiedad, asistiendo a su gestión el recordando párroco Nicanor López Brugos quien, por cosas que tiene la vida, acabaría engrosando la lista de inhumados en dicho espacio junto a la familia de Muñiz Prada y el mismísimo Valeriano Miranda. Poco tiempo después se uniría a estos inquilinos otro sacerdote, como fue José Luis Menéndez.

Pero no solo comparten descanso eterno pues el sacerdocio de ambos sacerdotes tienen el récord de ser los más longevos de la iglesia de San Juan, aventajando en catorce años el "reinado" de López Brugos, siendo su etapa de cincuenta y seis años a la cabeza, frente a los cuarenta y dos años de Miranda, que también se dicen pronto. Son, por tanto, tres referentes no sólo en el ámbito eclesiástico, pues ambos son apreciados por cualquier ideología.

En una época en la que los fervientes defensores del anticlericalismo no le deseaban nada bueno a los religiosos, sus acólitos lanzaban cualquier tipo de proclama en contra de los mismos pero siempre salvando "a Don Valeriano" y del segundo, es de sobra conocida su lucha por el movimiento obrero dejando una marcada huella en nuestro municipio, hecho que evidenció la representación del entonces presidente del Principado, Javier Fernández y la del todavía alcalde de Mieres, Aníbal Vázquez, junto a la delegada del Gobierno, Delia Losa. Del tercero mucha gente se olvidó de él, al no ser tan mediático.

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