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La visión del arquitecto

La mirada de Sorolla que abarca un país

La atractiva muestra del pintor en el Niemeyer entra en sus últimas semanas

La mirada de Sorolla que abarca un país

Llevamos una temporada dedicada a la figura de Sorolla, tras las largas colas en el Thyssen y también en su casa estudio de Madrid, (comparando sus pinturas con vestidos de la época, como hiciera el MBAA con Balenciaga y Luis Fernández). Es un pintor amable, que a todos nos encanta, con temas atractivos y colores tan vivos, que quien diga que no disfruta miente, o siente que empalaga. Además, con este ambiente de fractura nacional, su inspiración y oficio por todas las regiones, hace de él un baluarte de España desde el arte.

Hay que gradecer a los Masaveu (esta familia asturiana de origen catalán) el cuidar y mostrarnos este legado estupendo, increíble, obtenido principalmente por el tremendo olfato pictórico de Pedro Masaveu, que tan serio como era , nos ha dado y sigue dando tantas alegrías artísticas.

En la muestra del Niemeyer, que entra ya en sus últimas semanas, un recinto está dedicado a fotos del autor en las que le vemos sus lienzos delante de los paisajes que retrata y, al unificarlo en blanco y negro, da una sensación extraña de duplicidad de la realidad, que lo convierte en un segundo dios, de nuevo creador. Alucinantes resultan también las imágenes en que despliega su oficio en paisajes abiertos con personajes vestidos y ambientados para la ocasión (supongo que para los grandes lienzos de la Hispanic Society of America, uno de los Premio Princesa de Asturias más recientes).

Otra de las salas se dedica a pinturas pequeñas en Asturias, apuntes diría yo. Destacaría las de las redes, porque me recuerdan de niño cuando aparecían colgadas por los pescadores, como un antifunicular gaudiano, y luego, a veces en el suelo del cabildo de la iglesia, para ser remendadas como vemos en otro de los lienzos del artista. Busca la belleza de la gente en su trabajo y consigue así la belleza del suyo. También porque las redes y sus efectos de luz, que más tarde recogería Manuel Rivera, son de una riqueza enorme, el volumen al viento que tanto recrea en nuestros días Janet Echelman. Ese viento, que en otras obras, de Levante, hincha, ¡qué fuerza!; el de las velas, ¡qué volumen!, más abstracto, me recuerdan a la Ópera de Utzon. Pero la luz nuestra asturiana, la del País Vasco, la de Biarritz, no es la misma que la valenciana, que la del mar de Jávea entre los pinos, como ya he escrito y referido, incluso conferenciando entre las paredes del Museo de Bellas Artes de Asturias que es dueño (por pago de sucesiones) de los, yo diría, más bonitos que se exponen. La luz mediterránea es vectorial, como flechas, que arrojan sombras nítidas en sus lienzos, con pincelada gorda, color intenso, masa, mientras que el caso nuestro es un gradiente sin dirección alguna, más gris, más somnoliento? El artista está a gusto cuando pinta en Valencia, cuando domina su luz filtrada a veces, con sus rosas, violetas, blancos y con sus verdes; con sus bueyes, y los reflejos sobre la piel de niños, sobre racimos de uvas, sobre la arena de la orilla mojada, que así se torna espejo.Muy bellas las escenas de Clotilde y sus hijas derrochando paz y amor, muy Renoir.

El montaje es un poco arriesgado, por dos razones, a los lienzos, a pesar del apoyo de sus marcos, la ingravidez y modernidad de los vidrios no les aporta mucho (Sorolla, reconozcámoslo, no es rompedor). Se pierde el muro horadado del pensamiento de Ortega para el cuadro, con el marco dorado y los brillos de reflejos no controlados. Será bueno, eso sí, para el traslado. La disposición, por otro lado, viéndolos así todos juntos, da una sensación de "almacenaje" en la que se pierde la inmensa riqueza de cada uno de los lienzos como "hijo único", aún sabiendo la prodigalidad del pintor levantino. El Niemeyer, la sala de la cúpula, es demasiado egocéntrica para luchar contra la también singularidad del pintor, y la iluminación viene desde arriba, de lejos. No debía de ser fácil su planteamiento. Claro, sus obras se ven bien en su casa madrileña, si puede ser uno de esos días de calor en el que el jardín te apoya, como entremés, con su verdor, para sentir densa la sombra interior.

A los que pasamos años en Valencia, contemplar los Sorolla es recordar su luz y vida, su tremenda alegría.Ver en Bellas Artes, todo el año, obras mediterráneas de Mir, Fortuny, Anglada Camarasa obras también más valencianas de Pinazo, Mongrell, de Martínez Cubells (que también proceden de la colección de Masaveu) es evocación de todo, es traer a nuestra niebla la luz y la belleza, el olor de los huertos, esa mar sin marea, esos amaneceres en la Malvarrosa, esa preciosa tierra que vive y que festeja.

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