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Música

Peter Brook y la ópera

La relación con la lírica del reciente premio "Princesa" de las Artes

Peter Brook y la ópera

La concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes al maestro de la escena Peter Brook ha generado una lógica alegría en la profesión teatral porque se reconoce a uno de los pocos nombres verdaderamente imprescindibles en este ámbito, de los que han hecho aportaciones significativas que han tenido influencia monumental en multitud de dramaturgos de nuestro tiempo. Brook es un gigante del teatro en la práctica y también en la teoría. Sus escritos al respecto son de lectura imprescindible para todos aquellos que deseen profundizar el mundo del teatro desde una perspectiva humanista, integradora, alejada de prejuicios y tópicos estereotipados. El estudio del espacio teatral y las soluciones escénicas que ha planteado a lo largo de su dilatada trayectoria son exponentes del mejor teatro contemporáneo.

Estos días se han escrito muchos artículos de opinión glosando la figura del dramaturgo pero saltando casi de puntillas, salvo alguna excepción, sobre aspectos a mi juicio esenciales en su trayectoria. Por una parte estaría el cine y por otra la ópera que es un pilar sin el que no se entiende la envergadura cualitativa del legado de Brook. No me sorprende el ninguneo porque los prejuicios hacia la lírica todavía tienen mucho peso en el ámbito del teatro de prosa en España y el desconocimiento hacia lo que se hace en lírica -en ópera y zarzuela- es garrafal, cómo si ésta no fuese una pieza imprescindible del engranaje teatral, algo que en el resto de Europa se encuentra totalmente integrado, mientras que en nuestro país la ignorancia impide que en casos como el que nos ocupa la valoración sea compensada.

Brook también sobre ópera ha dejado numerosas reflexiones por escrito y en la práctica ha trabajado sobre el terreno de manera continua, aunque con grandes periodos de pausa, a lo largo de su carrera. Fue director del Covent Garden de Londres a mediados del pasado siglo y desde ahí comenzó a realizar propuestas que causaron estupor y que buena parte de la crítica no supo apreciar en su momento -la crítica operística peca generalmente de un desconocimiento rayano en el sonrojo cuando intenta analizar con criterio aspectos dramatúrgicos de los montajes líricos-. Esto sucedió, por ejemplo, cuando propuso también en Londres, en el Covent Garden, una nueva producción de "Salomé" de Richard Strauss en 1949. Encargó la escenografía a Salvador Dalí y ambos apostaron por un acercamiento a la obra onírico, no realista. No se entendió en aquel tiempo, pero su influencia ha sido categórica en dramaturgos de décadas siguientes cuando afrontaron uno de los grandes títulos straussianos. El director inglés también ha abordado títulos de Debussy, Mozart , "Don Giovanni" -en el Festival de Aix en Provence- o "Fausto" de Gounod -con quien ha sido uno de sus escenógrafos de referencia, Rolf Gérard-, "Eugene Oneguin" de Chaikovski en Nueva York o "Carmen" de Bizet. En este último título, ya en París desde el teatro de "Les Bouffes du Nord", apostó por una lírica despojada de aditamentos y de las prisas que habitualmente envuelven al sector. El sistema voraz de los grandes teatros apartó a Brook de los circuitos durante décadas porque no estaba dispuesto a trabajar con pocos ensayos y no poder desarrollar con los cantantes sus ideas dramatúrgicas en las condiciones adecuadas. Se mantuvo firme y demostró desde "Les Bouffes" que otro enfoque para la ópera es posible y, además, puede tener altísima calidad artística fuera del "star system" habitual. Hay mucho y bueno que agradecer a Brook de su legado en la ópera por la fidelidad a sus ideas que lo llevaron a no claudicar ante exigencias que consideraba inadmisibles. Me gusta y mucho su definición del género: "la ópera nació hace cinco mil años, cuando el hombre salía de las cavernas, haciendo ruido. De esos ruidos llegarían después Verdi, Puccini, Wagner. Había un ruido para el amor, otro para el temor, para la felicidad, para el odio. Era la ópera atonal, la ópera de una sola nota. Así empezó todo. En aquel momento era una expresión humana natural que se convirtió en canto. Después, algo más tarde, el proceso fue codificándose y terminó siendo un arte". Esa línea que traza llega a nuestro tiempo y Brook no dudó en buscar nuevas fronteras al espectáculo total que es la ópera.

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