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LNE FRANCISO GARCIA

El Sporting se hace el muerto

La derrota en Canarias deja a los gijoneses en medio del océano, incapaces de subirse a la ola buena

El Sporting regresa de Canarias perdido en medio del océano, sin brazada ni resuello en la zona templada de la tabla, donde ni frío ni calor, más lejos de la cabeza que del pelotón de los torpes, en el que parece empeñado en ingresar. La tercera derrota en los últimos cuatro partidos pone en evidencia la situación del equipo, que se ha desenganchado inevitablemente cuando aún resta un tercio de temporada. Incapaz de subirse a la ola buena, se conforma con flotar panza arriba, haciendo el muerto.

Las señales que manda la plantilla son alarmantes. Aún no nesfastas, pero la dinámica pesimista no augura la llegada inmediata de mejores tiempos. El juego es ramplón y la falta de confianza muy evidente. Salvo Mariño, con tres intervenciones de mucho mérito, al que el resto se encomienda como a un salvavidas en medio de la galerna, ninguno de los que ayer saltaron al césped merecieron mayor halago. No se les puede negar el esfuerzo, pero tampoco el lamentable establecimiento en la resignación. Persisten los errores defensivos y la impericia en la definición. El error garrafal de Álex Alegría en la primera mitad que pudo adelantar al Sporting, echando fuera un servicio medido de Geraldes, resulta palmario. Ninguno de los tres fichajes invernales de la chistera rala de Torrecilla está aportando gran cosa, salvo algún chispazo ocasional de Aitor García.

No le hizo falta al abuelo Herrera apretar los tornillos a la salida de balón del Sporting, que chirría jornada tras jornada, hasta el punto que los utilleros deberían incluir en el botiquín además del spray de Réflex un bote de Tres en Uno para engrasar las bisagras de los zagueros, que tiemblan como un flan de gelatina cuando se ven en la obligación de acercar el cuero a los centrocampistas. Al menos ayer no recurrieron con frecuencia al patadón y al "viva Grao".

El resultado es engañoso. De no ser por Mariño y porque Rubén Castro anda con la pólvora mojada, el Sporting se habría vuelto a la península con un saco. Cada contra de los isleños sembraba el pánico en una zaga que reculaba tarde y mal, como si los defensas cargaran con hormigón en el culo mientras los delanteros amarillos volaban. Y aún así los gijoneses tuvieron en su mano el empate hasta la última jugada, menos por méritos propios que por el afán de los locales en echarse para atrás para matar el partido al contragolpe.

Se diluye el efecto positivo del cambio de entrenador, que ya no puntúa ni dentro ni fuera, y que no encuentra soluciones a las deficiencias de una plantilla menos valiosa de lo que nos vendieron a principio de temporada. De donde no hay no se puede sacar. Y que cada palo aguante su vela, que este barco se dirige al pairo.

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