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Madre Gijón

Estalla el verano gijonés (y II)

De cómo eran antaño los festejos de julio y agosto, aderezados con sucedidos de hoy

Después de la misa de San Ignacio bien rezada, cantada y predicada por el P. Llevas; y después de besado con unción el rico anillo de su Ilustrísima, el Sr. Obispo Padre Fraile Ramón Martínez Vigila, las autoridades, representaciones y colonia vascuence, abandonaban el Colegio de la cuesta de Ceares y retornaban en sus carruajes, o a pie, a sus casas y ocupaciones, cuando el reloj del Instituto Jovellanos tocaba, más o menos, las campanillas de las once. Y seis horas después, cuando las campanillas anunciaban las cinco, la oficialidad gijonesa y cortesana, apenas repuestos de la función de Iglesia, marchan, de nuevo en sus carruajes, a caballo o en "Charré" a la función de la "Meca", soberbia propiedad de Alejandro Pidal, capaz para albergar cómodamente en ella a sus trece hijos, media docena de invitados de copete, y a un "sinnúmero" de personas de servicio, legión dedicada, en tal fecha, a garantizar el brillo, sin mácula, de la gran gala de "los días" de la señora de la casa, la humanitaria y aún hermosa doña Ignacia Bernaldo de Quirós y González Cienfuegos, hija del liberal marqués de Camposagrado, dos veces consuegro de Dª. Cristina, la reina madre.

La Meca "está a la derecha de la playa, teniendo de frente la mar, palacio con escudo en la puerta que da al jardín"... "Aquella propiedad, -explica el nativo al forastero-, es el palacio de don Alejandro Pidal y Mon, dueño y señor de Asturias, y se le llama la "Meca" porque a él acuden en peregrinación cuantos astures y cortesanos creen a pies juntillas "que Dios es Dios y que don Alejandro es su profeta"...

Y el 31 de julio, de cada año en que los señores están en Gijón, a las cinco de la tarde, sus creyentes, a los sones de una banda invitada, rinden tributo al Profeta en "los días" de su esposa. Allí van condes, marqueses, diputados, senadores, generales, magistrados, chantres, sochantres y obispos y arzobispos; y como representantes del pueblo llano, un alcalde de su hechura, a quien laman el "niño Dimas", y dos concejales, Procuradores de los Tribunales de su entera confianza, Ceán Bermúdez, uno, de larga evocación; el otro, que hasta le imita de nombre, Antonio Pidal Morís, que suele aparecerse al pueblo bajo las siglas "A. Pidal y M".; y no falta algún magistrado "en ascenso", un López de su tiempo, de ideario gubernamental y ultramontano...; y en el "tutti" del coro, no faltan los suplicantes, trajeados y sudorosos, que llevan presentes a doña Ignacia y de don Alejandro demandan "mercedes", como hoy pedimos "estaciones" a la casi (im)popular Mercedes-Cherines-Fernández, de voz tan nasal, que revela los muchos esfuerzos de cuerda de una larga docencia; y con el maestro Mario Solís, ¡bravo maestro... (y que sea verdad)!, una parte de este sufrido vecindario se prepara a demandar a la alcaldesa Moriyón la "merced" de que por humanidad finiquite para el año 16, las funciones de sangre y toros en el Bibio, de Gijón..., que nacieron, como la traída de aguas, o como el tranvía, del gran parto, -belleza, riqueza población-, que Gigia Sexta Augusta experimentó al mediar la década de los 80 del siglo XIX.

En 1.887, estrenaba alcaldía el joven don Alejandro Alvargonzalez y con él llega a las casi nuevas "Casas Consistoriales", una renovada generación de "administradores"; alguno, aún de las familias senatoriales, -Casimiro Domínguez Gil; Ramón García Sala; Epifanio Alvargonzález, Anselmo Cienfuegos-, pero los más, hijos de los tiempos, -Jesús Menéndez Acebal, Antonino Rodríguez San Pedro, que serán alcaldes; Policarpo Boluna, o José Díaz Somonte-; y nace el "ansía" de los toros, no porque Gigia guste, como romana, de sangre de circo inocente, sino porque los "economistas" del momento, -los "Montoros"- quieren dar gusto al viajero madrileño y emular al rico bilbaíno... Y el Toro es necesario, dicen, para fijar al turista y competir con Bilbao...

Y el manual del "Marqués de la Rosa" para la "Inteligencia" de la lidia, se repasa con cuidado en el salón rojo del Casino, de donde salieron más de 10.000 pts. para las acciones del coso... Y al frente del "pasatiempo" sanguinario-turístico-financiero, reluce don Florencio Rodríguez, el opulento banquero; y su segundo es el patricio don Miguel Ramírez de la Sala, "el jefe" del Ferrocarril de Langreo; y el secretario es el ambicioso don Manuel Sánchez Dindurra, de regreso de La Habana, que quiere multiplicar su capital y hacer florecer las propiedades de su esposa en el paseo de Begoña; y entre los vocales, el inevitable doctor don Silverio Suárez Infiesta, jefe de la Sanidad del puerto; don Zoilo Alvargonzález, de los más ricos almacenistas y liberales de la villa, y don Juan A. Muñiz, el acaudalado fabricante de muebles, antiguo propietario del "Circo Pelayo".

Nunca, ni a Riánsares, ni a Tarancón, ni a Cifuentes, ni a Palacio, ni a Valdés, ni en la Meca ni en el Bibio se les vio... que éstos ricos propietarios fueron gente de "calidad" sin orgullo, "compuesta" sin embriaguez, y "sensible" sin ñoñerías. Tampoco se recuerda a don Melquiades en tales trances. Tan señor, respetado y serio, fue el "ruiseñor", que a su llegada a Gijón para el descanso agosteño, la empresa de "La Gloria", situada bajo su casa, precursora del Kursaal y del "Arrieta" ( ¡y las calles, todavía sin rematar!), retiraba de los carteles a las habituales "artistas" esculturales y "cantantes" de éxito y suspendía las largas noches casquivanas con las hermosas "tanguistas"... Todo para que el solo sonar de las olas meciera los sueños del pequeño-gran-hombre, bien nacido en esta villa en la calle de su nombre.

Y con el día Primero de Agosto comenzabas las orquestas, ¡diez o doce mil duros en bandas de música militares!... Y las fiestas y exposiciones dedicadas al trabajo, orgullo de los barrios, a falta de "Quintas y Tiro de Caballos", que el Cabildo sostenía.

De Liquerica la Puerta del Infante, un kilómetro de fuego comercial, de paseo musical y alegre verbeneo, desde que en 1.886 se prohibió por la autoridad competente el paso de carros por el "boulevard" en horas de paseo; casi tres, de finas arenas, la playa de San Lorenzo con sus Balnearios, donde corrieron pollinos, con premio a la inversa, y briosos caballos, con jinetes uniformados; de las que despegaron deportivos biplanos, sin rugidos guerreros, y elevó el capitán Milá su "globo"; y con las que, niños y mayores, levantaron castillos; y más allá de las arenas de color y sabor canela, la mar del Océano Cantábrico en el que se bañaron las dulces "princesitas de la playa", -María de la Paz y Eulalia Francisca de Borbón, hermanas del rey-paseo-, y en las que se celebraron "cucañas", desde las que se lanzaron los primeros "fuegos acuáticos", como quisieron hacerlo todavía ayer, Peltó y Carlos Roces...; también contó Gigia Sexta Augusta, para propios y extraños, con tres paseos, tres teatros, Jovellanos, Cómico y Edén, -después Jovellanos, Dindurra y el gran Teatro de los Campos Elíseos; y un frontón, "Vista Alegre", para juego y apuestas a los grandes "pelotaris", pasión de Zabala, jesuitas y euskaldunos.

No faltaron al nativo ni al forastero, meriendas en Santa Catalina, ni comidas en la Guía; La Isla fue meta reservada a viajeros distinguidos, ministros, poetas, músicos y literatos... Hoy, "La Isla" es, además de "edén", jardín botánico,... nido del que el pájaro humilde y rural ya voló por causa del ruido ensordecedor, y la luz cegadora, de concursos, cantantes, altavoces y maracas; solo le falta que la Divertia, por afán recaudatorio, asfalte "lo plantao" para facilitar los bailes nocturnos a los que la música, el calor, el amor y el ambiente, invitan en julio puente de agosto; y para poder organizar a media tarde, concursos de "fútbol" que la juventud precisa para "quemar" energías, tal como si hubiera revivido la que fue famosísima "Quinta de Peláez" (ojo, don Alfonso con los inspectores), catedral de nuestro verano, popular y aristocrático, en la que no faltó, tras la virgen, la famosa "Jira" de la "Asociación Gijonesa de Caridad", alegría de artesanas y remanso de la buena sociedad local, necesitada de diversión sencilla, sidra y tortilla, después de tanta ópera, de tanta cena, tanta gala y realeza... Por temor a una "posible expropiación socialista", la Compañía propietaria, la de los Tranvías, vendió deprisa y corriendo, tras las elecciones del 79, el "Parque Venecia", de Veriña, y el "Somió Park", como se conoció después a la "Quinta de Peláez" (don Alfonso, cuidado con los inspectores)-; y sin Somió, patricio y artesano, triste y sola quedó Gigia Sexta Augusta, hasta que los incontenibles furores de bolsillo de Divertia transforman poco a poco por "recaudación", La Isla de "Égloga" en "Madrigal"...

Y además, el agosto trajo a Gijón la novedad de las carreras de velocípedos, que se celebraron en el paseo de Alfonso XII, -Begoña-, a la muy taurina hora de las cinco de la tarde, en las que triunfaron los que siempre triunfaban, lo mismo en la regata, que en el estudio o en el baile de confianza del Casino, que en el "tiro al pichón" de La Guía, Cienfuegos, (Gaspar y Luis), Goyanes, Barbachano y el notable Farias, don José, grupo uniformado y triunfador al que se sumó el joven Justo del Castillo...

El bautizo de sangre de la plaza del Bibio que en siete meses levantaron Goyanes y Canosa, tuvo lugar el domingo 12 de Agosto de 1888, a las tres y media de la tarde, con asistencia de autoridades y señores de la sociedad promotora. Mazzantini, -que tres días antes ayudó a apagar un fuego en los Moros-, y Guerrita, mataron seis toros de don José Orozco, de Sevilla que, a su vez, mataron diez caballos de esta villa. Bautizo de plaza con demasiada sangre animal inocente... ¡y don Willian Cárdenas sufre "porque los derechos de los animales están arrollando a los taurinos!... ¿Será porque la sangre de los toros es semilla de ciudadanos/as más humanitarios/as?.

Gigia Augusta también se ocupó en fiestas, de sus "pobres". Mil libras de pan. Mil comidas en la Cocina Económica... Ahora que al Cabildo le sobran millones y millones ¿por qué no dar un buen banquete a los pobres nacionales y extranjeros que son como árboles dolientes en nuestras calles, a los que ni siquiera vemos...? Gigia Sexta Augusta lo hacía.

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