A menudo, cuando un cliente llega al despacho tiene una idea preconcebida de lo que significa ser abogado y cómo desarrolla éste su trabajo. Esas ideas suelen ser erróneas, fruto de prejuicios y falta de conocimiento de esta profesión, que ya viene de antiguo. Si bien es cierto que el abogado, tradicionalmente, ha sido un profesional cuyo papel ha sido desconocido por la sociedad, más cierto es que en los últimos años, tanto por ciertas entidades y organismos como por los propios letrados, se está realizando un gran esfuerzo por intentar transmitir al ciudadano lo que implica este sector.
Uno de los errores más habituales es que el cliente piense que los abogados conocen plenamente el Derecho que va a ser aplicado a su caso; todo abogado siempre tiene una base de conocimientos relacionados con el Derecho, independientemente de si se ha especializado en una materia o presta servicios multidisciplinares, pero cada caso que ha de afrontar casi siempre tiene particularidades que tienen que ser estudiadas y precisadas, y esto hace que los trabajos se realicen con más diligencia, adaptando sus conocimientos al caso concreto.
Otra batalla con la que a menudo tenemos que lidiar es lo que concierne a los honorarios. Actualmente, parte debido a la situación económica por la que atraviesa la sociedad, los clientes cuestionan más el valor de los servicios que presta un abogado; un error que cometemos consiste en rebajar los criterios orientadores en materia de honorarios que los colegios de abogados desarrollan, siendo los mismos más que ajustados a los servicios a prestar. Nuestro papel en cualquier procedimiento judicial o extrajudicial es importante, ya que los letrados somos el enlace entre la sociedad y la justicia, por lo que establecer acuerdos económicos a la baja no contribuye en medida alguna en la dignificación de la profesión. El cliente ha de ser consciente de que se trata de una prestación de servicios que ha de ser remunerada en todo caso, y si no dispone de medios suficientes para afrontar un procedimiento, siempre puede optar, si reúne los requisitos para ello, a la justicia gratuita. Es importante que toda la sociedad sea consciente y valore que, aunque no vendamos productos tangibles, realizamos una labor muy importante y laboriosa de prestación de servicios.
Por otro lado, parece irrefrenable el fenómeno por el que se tiende a prescindir de los abogados o, simplemente, por el que se nos atribuye un papel secundario. En numerosos procedimientos judiciales no es preceptiva la intervención ni del abogado ni del procurador, lo que implica, en primer lugar, que el órgano judicial se pueda llegar a colapsar, habida cuenta de que no es lo mismo una demanda desarrollada por un profesional que un mero "formulario" descargado del Consejo General del Poder Judicial, por lo que a la hora de esclarecer los hechos o pretensiones, así como en lo que a las notificaciones se refiere, el personal de justicia tendrá más dificultades para la tramitación de los expedientes; en segundo lugar, el prescindir del abogado implica tanto la infravaloración de este profesional, perdiéndose los valores que siempre han acompañado a los juzgados, como la degradación de la justicia. Está bien que el mundo jurídico sea más accesible para el ciudadano, pero siempre con unas limitaciones avaladas por el sentido común y el orden natural de las cosas.
Dado que el Derecho nos acompaña en nuestro día a día, existen multitud de personas y organismos que se creen dotados de este ámbito de conocimiento, por lo que invitamos a la reflexión acerca de la figura del abogado, dado que no es un simple redactor de documentos, sino que es un profesional cualificado en constante trabajo, formación, desarrollo y, más importante aún, una persona que trabaja con personas y para personas.
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