La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Autoridad por puntos

Cómplices y amenazas de la norma asturiana para reforzar al profesorado en la sociedad

Difícilmente el respeto perdido al profesorado se restaurará por norma. Las leyes, con sus prolijos preámbulos, articulados, regímenes sancionadores y disposiciones finales, no dejan de ser un recordatorio de lo que debería ser y no está siendo, y una ayudita, a base fundamentalmente de prever castigos para los infractores de la utopía.

En ese sentido, siempre he encontrado conmovedor el esfuerzo de los anónimos redactores de tanta normativa -a los que, por cierto, no se reconocen derechos de autor- por describir el escenario perfecto a alcanzar, la sutileza de un derecho, el bienestar ansiado para cada cual. Hay talentos poéticos desaprovechados publicando en el BOE en vez de en colecciones editoriales para almas sensibles.

Por tanto, bienvenido sea -buena falta hace- el último desarrollo normativo del Principado de Asturias para reforzar la autoridad del profesorado. Pero el texto es una pieza más de un engranaje que hay que revisar y no sólo por la dignificación de una profesión concreta sino por responder a dos necesidades estratégicas como sociedad: el desarrollo del talento y la mejora de la convivencia.

La autoridad del profesorado ha sido socavada gradualmente en las últimas décadas como si un modelo de enseñanza más participativo y atento a las necesidades individuales supusiera la puesta en cuestión del criterio del docente, que es el profesional que tiene la capacitación, responsabilidad y visión conjunta de la labor a desarrollar en cada grupo para cada área de conocimiento.

Creo que en nuestro país ha influido también el profundo trauma que arrastramos de nuestra dictadura reciente -sí, reciente-, que da una carga semántica extra al concepto de "autoridad" como si fuera antagónico al del diálogo e incluso propiciase comportamientos arbitrarios, no controlados. En los países nórdicos, iconos en modos de enseñar y poco sospechosos de simpatizar con actitudes déspotas, la autoridad del profesorado es estratégica en el engranaje del sistema educativo. La reconocen todos, dentro y fuera del aula.

Es importante ese "dentro y fuera" porque no todo lo que afecta al aula sucede en ella. Siempre me gusta recordar que el alumno o la alumna cuenta en casa lo que ocurre en clase pero también en clase lo de casa, son vasos comunicantes para lo bueno y lo menos bueno. Por eso y porque los chicos viven las mismas etapas de adoración sin límites primero y cuestionamiento sin límites después, tanto con sus familias como con sus profes, es evidente que ambos son esenciales aliados en la construcción de esas personitas. No enemigos.

El respeto al profesor empieza en casa y ayuda a entender y entrenar otros respetos. Para empezar, el que se ha de tener a los padres. Y, a partir de ahí, al resto de personas que componen el universo de cada cual. Hay una sutil diferencia entre expresar el criterio propio o arrollar con él a quien está en tu vida precisamente para ayudarte a crecer. Hay una diferencia sustancial entre tapar los errores propios lógicos de quien está aprendiendo, responsabilizando a todos menos a uno mismo, frente al sano, imprescindible ejercicio de asumirlos para superarse y mejorar.

En esta ecuación, las administraciones que ahora van al rescate de la autoridad docente en nuestro país, también deben hacer autocrítica. Por la incapacidad de un consenso de estado, lo que deriva en leyes educativas efímeras que impiden consolidar una forma de hacer. Por las burocracias garantistas agotadoras que restan tiempo y fuerzas para lo esencial. Por convertir a la educación en un elemento más del pimpampum partidista con, en ocasiones, lamentables declaraciones de descrédito de la profesión. De poco sirve así hacer bellos relatos legales sobre lo que debería ser y penalizar a quienes se salgan de la utopía. Quizás funcione con el carné por puntos pero con la enseñanza no. ¿Aprenderemos?

Compartir el artículo

stats