La programación del Antroxu gijonés es desde hace años un compendio de actos y lugares comunes donde lo único que cambia es el nombre de la Sardina. Los festejos cuentan con un notable apoyo popular, fruto de la colaboración incansable de la gran mayoría de los colectivos ciudadanos, pero eso no puede ser excusa para que los responsables municipales renuncien a devanarse los sesos, abrigados en esa máxima conservadora que aboga por no tocar lo que funciona. Más aún teniendo en cuenta que la competencia de localidades cercanas con similares fechas de celebración es cada vez mayor y que existe un riesgo evidente de que una fórmula acertada muera de éxito cuando no se agita. Para evitar que cualquiera recite de carrerilla el calendario del Carnaval, como si fuera la alineación del Sporting de principios de los 50, no hace falta ninguna revolución costosa o excéntrica. Basta con introducir pequeñas modificaciones en eventos consolidados que den más sabor a la salsa.
