Tener una "suerte" -que así se llamaban las parcelas de monte- en la Sierra de Mallecina, estribaciones de Aguión hacia abajo, era, efectivamente, una suerte para quien necesitaba mucho rozo o yestro (o estro) para el ganado. Se sembraban llousas enteras de maíz, trigo, centeno, patatas y fabas y había que cuchar en abundancia, por lo que cuanta más cama seca le ponías al ganado mayor era la producción de abono animal, puesto que ya es sabido que Dios y el cuitu pueden muito, sobre todo el cuito, según frase que nos llegó de Galicia y que aún está en activo; si no, véase la producción hortofrutícola de la región prima y hermana.

Bajábamos todas las semanas carros de rozo de la Sierra de Mallecina. Tras cortarlo a guadaña se le dejaba secar en el monte unos días y al carro. El de la Campa San Juan y aledaños era muy apreciado porque tenía mucha hierba y fulecho. El de más arriba ya era de peor calidad porque abundaban los matos, que pinchaban al ganado. Pero todo se aprovechaba. Y no había incendios porque las "suertes" estaban limpias como una mesa de billar.

Sabíamos que en La Cobertoria había unas piedronas y un día, mediado el siglo pasado, llegó la noticia una mañana a la sala donde se iba a desnatar la leche -primer parte oficial de la radio rural- de que alguien había metido un cartucho de dinamita a La Cobertoria y la había deteriorado. Pero aquello pasó y nadie más lo recordó como episodio relacionado con un serio atentado arqueológico.

Y pasamos, en virtud del buen ensamblaje existente entre la Fundación Valdés Salas y el Ayuntamiento que preside Sergio Hidalgo, que fue en su día el alcalde más joven de España, a que La Cobertoria de la Campa de San Juan de Mallecina se convierta en el escenario donde un importante equipo de arqueólogos esté estudiando y dando a conocer a quien quiera acercase por allí -hay hasta jornadas de puertas abiertas- todo lo descubierto y estudiado durante los últimos años y que llevan a una cámara funeraria y un vestíbulo de entrada que data de tres mil quinientos años antes de Cristo, asegurando los estudiosos que por el túmulo han pasado doscientas cincuenta generaciones.

Los últimos viajes de rozo que se segaron por aquí fueron los que bajaron hace unos años Milio La Corradas y el que suscribe con destino a cuadras de Mallecina y La Arquera. Ninguno de los dos ni siquiera soñaba que en este tiempo nuevo La Cobertoria se convirtiese en un centro de estudios arqueológicos de gran relieve. Pero a ambos nos parecía que algo bueno tenía que haber en la Campa de San Juan porque producía un rozo con tan rica mezcla de hierba y fulecho que hasta a las vacas parecían agradecerlo a la hora de ponerse a rumiar la cena. En La Cobertoria ya no se roza. Se investiga.