El narcisismo infantil o primario es una fase en la evolución psicológica del individuo. El narcisismo del adulto o secundario, en cambio, denota que aquella fase no ha sido superada. Entre los rasgos más sobresalientes, el adulto narcisista pretende ser imprescindible en todos los ámbitos de la vida, el laboral y el social, y lleva mal que otro pueda sobresalir. ¿Cuáles son los posibles motivos? Son muchos; sin embargo, todos tienen que ver con heridas narcisistas reiteradamente infligidas y no superadas, habidas en la primera infancia y que menoscaban la autoestima del niño. Un ejemplo de libro: en una reunión, una persona cuenta a sus contertulios que, de pequeño, siempre había querido tener un perro, pero su padre se lo había negado.

Imagínese a un niño de siete u ocho años, día y noche, soñando con tener una mascota. No hay, en su alma infantil, otra ilusión, otro anhelo; no hay circunstancia familiar donde el pequeño dé a conocer el sueño más cuidado en su corazón. Un día, el padre le despierta de su ensoñación y le dice: "Ven, vamos a comprar un perrito". El hecho de ver realizado el deseo largo tiempo amantado con tanto cariño, el que es capaz el corazón de un niño, y ante la intensa agitación en el alma al oír las palabras tan esperadas de labios de su padre, el gozo vivido es para él difícilmente comparable a cualquier otro imaginable. Aquella alma infantil, por un momento, ha conocido la dicha infinita, tal vez la que ninguna otra circunstancia de su vida le haya vuelto a ofrecer.

El hecho de traer a la conversación semejante relato apunta a que hay algo pendiente de resolución en lo más insondable del alma del narrador. ¿Por qué? Porque, él lo ha traído a la conversación, sin que sus interlocutores le hayan preguntado al respecto. Así, pues, el hecho de narrar aquella historia infantil da a entender que se trata de algo que ha debido marcar su vida.

Imagínese que a esta persona le es solicitada la descripción de esta vivencia. Si fuera aún niño, le sería difícil, más bien imposible describir lo vivido. Se entiende que así sea. El niño carece, a esa edad, de los recursos intelectuales para dar expresión a sus sentimientos. A esa edad, el niño tan sólo es desbordado, sobrepasado, embriagado por la intensidad de sus afectos; en este momento de la vida, un niño aún no tiene la madurez psicológica para distanciarse de su sentir, de objetivarse lo suficiente como para entender y describir sus emociones. Pero es el caso que, ahora adulto, tampoco dará cuenta de lo sucedido en su más tierna infancia; ahora, que, por su desarrollo cognitivo, se halla en condiciones de distanciarse y poner verbo a las vivencias, parece no poder; se limita a decir "no sé", "no recuerdo". ¿Qué dice este desconocer, este olvido?

En clínica, es sabido que el olvido es en sí un mecanismos de defensa frente aquello cuyo recuerdo causa dolor, angustia. ¿Qué es lo más doloroso para el alma infantil? Es lo conocido como "herida narcisista" o daño en la autoestima. Al final del relato aparece el dato, que ofrece la clave para su intelección: cuando el padre le invita acompañarle, para ir a comprar un perrito, aquel niño se encuentra que, en el puesto de la esquina, su padre se detiene a comprarle "un perrito con mostaza y ketchup". Imagínese la confluencia de sentimientos que, en ese momento, pueden asaltar el alma de un niño, a quien su padre -no un extraño- le ha hecho creer realizada su mayor ilusión; su ilusión. No otra cosa pudo sentir que decepción, desconcierto, frustración, impotencia, indefensión, rabia: es su padre quien le ha arrebatado su inocencia.

¿Qué podía haber en aquella alma de padre para infligir semejante herida en la confiada alma infantil de su hijo? La falta de consideración y crueldad con un menor, y más tratándose del propio hijo, su hijo, sólo es explicable, porque, a su vez, a él le arrebataron su inocencia infantil.