Javier Ledo ha vuelto al lugar del crimen y esta vez parece que ya no todo le da igual. Lo delata la expresión de su cara, distinta a hace unos meses, cuando negaba una y otra vez ser el asesino de Paz Fernández. Reconozco que el primer día que hablé con él tenía una coartada tan bien armada que hasta yo pensé que era inocente. Y sí, le pagué dos cafés al día siguiente en Navia, a media tarde, mientras volvía a repetir que era inocente. No tengo buen ojo para identificar asesinos, pero esta semana, en su vuelta a casa por Navidad, su gesto le delata. Ya no hay quien salga de la ratonera. Ni yo volveré a pagarle un café.