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Adiós a la huertina

Un nuevo impuesto acabará con los últimos cultivadores de los pueblos

Por los pueblos de Salas aun se dedican -incluso en los alrededores de la capital del concejo- pequeñas parcelas de terreno, cerca de casa, al cultivo de hortalizas y similares para el consumo familiar. No se llevan al mercado porque el de los martes, en la villa, tiene una sola vendedora que viene desde Lorís con sus productos que no ocupan en la plaza más de dos metros cuadrados.

Pero esto del huerto familiar se va a acabar porque se está actualizando el catastro de una superficie agraria que alcanza las doscientas mil hectáreas en toda Asturias y una vez que entre en vigor pues habrá que pagar un impuesto de una cuantía que va en relación directa con el "valor de mercado" que tenga la parcela.

Esto de los valores de mercado de las fincas me temo que el legislador no está muy al corriente de la situación actual del sector agrario asturiano. Las fincas, como los libros, ya no tienen valor alguno sencillamente porque nadie las compra. Y no se compran porque la juventud rural lleva años abandonando el campo y solo hay continuidad en aquellas caserías en que las vocaciones privan sobre la rentabilidad. No hay emprendedores en el sector porque iniciarse en la profesión agraria supone una inversión millonaria con las perspectivas de que no sabes a cómo te van a pagar el producto. Mejor enrolarse en la cuadrilla del maderero de turno y a talar eucaliptos para la papelera de Navia.

Y quedan esos cuatro jubilados que a sus años se ven obligados a sacarse el carnet de manipulador de productos fitosanitarios -el que suscribe ha pasado por esa experiencia en la que es obligado volver a estudiar la regla de tres- para que en la tienda te vendan el Babosín de los caracoles sin ir más lejos.

Los pequeños huertos que hay por Mallecina, Malleza, Priero, Camuño -gran tierra dura para ajos que ya se cosechan por San Pedro- y otros muchos pueblos y que son cultivados por los pensionistas de la agraria van a tener muy pronto, catastro en mano, un impuesto de tal envergadura que resultará más rentable comprar las lechugas en el supermercado y colgar la fesoria en la tenada.

Si ya no dejan recoger manzanilla en la Campa de San Juan, si las piñas en el monte de tu propiedad son también artículo prohibido, si cultivar el huerto de junto a casa lleva su impuesto y si para comprar el Babosín tienes que superar un examen tras una semana de cursillo -que tienes que pagar- pues que quede todo a matorral y dedicar las horas de ocio a jugar al tute en el bar del pueblo -donde lo haya- y a esperar que venga el panadero con el periódico para leer noticias como ésta del nuevo impuesto a los huertos pero procurando no cabrearse porque a ciertas edades hay que evitar disgustos. Y hay que hacer caso al médico que recomienda hacer ejercicio. Pero sin fesoria.

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