Todos nos consideramos buenos y convencidos de poseer la verdad. Si nos dejasen este mundo, lo arreglaríamos en un santiamén. Hay que adoptar las decisiones que hay que adoptar..., y punto.

Lo que pasa es que eso corresponde a la Administración, que es quien debe tomar medidas y solucionar los temas. Eso sí, sin menoscabar mis derechos. Pues estaría bueno, que para eso está mi libertad individual.

Además, todos somos muy solidarios y damos al me gusta en todas las redes sociales.

Pues bien, estos días los periódicos nos informan de que el CEA (Centro de Acogida y Atención) de Cáritas, que acoge a enfermos toxicómanos y trabaja con ellos en procesos de mejora y rehabilitación, trata de comprar una nueva vivienda a no muchos metros de donde se encuentra la actual, porque ésta se queda pequeña, y motivos del Plan de Ordenación Urbana lo hacen más conveniente.

Y se armó la tremolina.

Qué se les atienda, faltaría más. Pobrecillos, son unos enfermos. Eso sí, que se les atienda por quien corresponda, a mí que no me impliquen, y, por supuesto, en mi barrio y cerca de mi casa, eso sí que no.

Toda una campaña acoso y desprestigio, llegando al borde de la violencia, se desató contra la intención de Cáritas. ¿Razones? ¡A saber!, que yo sepa ninguna. La lógica, ¿para qué?

La casa actual está, como señalábamos antes, a escasa distancia de la futura. Si eso es un problema ahora, ¿por qué no lo era antes? Los residentes del centro están integrados en el actual barrio y colaboran incluso con las asociaciones de vecinos en la organización de festejos. Los residentes del centro jamás, jamás han creado un problema ni un conflicto.

Tengo el honor y la satisfacción de haber trabajado y convivido en el CEA hace 23 años, cuando éste estaba en una céntrica calle de Oviedo, y en todos estos años de seguimiento del programa insisto en que no he conocido ningún problema ni conflicto. Así lo quiero testimoniar.

He conocido allí, y me enorgullezco de ello, a personas a las que recuerdo con gran cariño, buenas, con muchos valores y con gran dignidad, que la vida, a su pesar, las ha baqueteado sin piedad, hasta convertirlas en despojos; muchas veces para ganancia de desalmados que pasan por dignísimos miembros de una farisaica sociedad.

¿Por qué esta cerrazón, esta sinrazón, este odio demostrado por los que se oponen al proyecto CEA? ¿Qué se esconde detrás de todo esto? ¿Quién gana qué? ¿Hasta dónde nos conduce esta senda de odio? ¿Qué futuro le espera a este mundo, barco en el que viajamos todos, si seguimos con esta inhumanidad?

A quienes esto hostigan, la Biblia les diría que mejor les sería que les colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno y que se ahogaran en lo profundo del mar.

Yo no llego a tanta radicalidad. Sólo les deseo que cuando ellos o alguno de sus seres cercanos pasen por alguna situación de gravedad y carencia vital encuentren a alguna persona tan generosa como los trabajadores y trabajadoras del CEA que les puedan echar una mano y brindar su ayuda y su cariño.