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El placer de una caminata por el robledal mejor conservado de Europa

La extraordinaria riqueza de la Reserva de la Biosfera, amenazada por el fuego en la última oleada

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La reserva natural de Muniellos en otoño

El tiempo se detiene en las entrañas de un roble centenario. Miro al cielo a través de un agujero, acaricio los destellos del sol, toco su gruesa y áspera corteza, no oigo nada, siento humedad, respiro hondo, hay oscuridad, tropiezo con telas de araña, estoy aislada, estoy en paz...

-¡Que! ¿A que impresiona?

Víctor García, guía de naturaleza, de 25 años, me devuelve al mundo exterior, a contemplar el mismo árbol, ahora desde fuera. Es robusto, mide más de 20 metros, está cubierto de musgo y tiene por lo menos una veintena de brazos. Su tronco es hueco y posee puerta, ventana y hasta chimenea. Para abrazarlo hacen falta cuatro personas. "Ésta es una de las catedrales de Muniellos", afirma tajante Víctor García. La emblemática reserva integral del Suroccidente, el mayor robledal de España, está repleto de estos monumentos naturales, a los que el otoño impregna de un color especial. Marrones, amarillos y verdes se entremezclan en un paisaje que tan sólo veinte privilegiados pueden disfrutar al día. Es el bosque más salvaje de Asturias, el tesoro al que las llamas nunca alcanzan.

Sus puertas abren todos los días a las nueve de la mañana en Tablizas. Es miércoles. El día está soleado, pero el frío corta en pocos minutos la circulación de las manos. El termómetro marca un grado. Víctor García, vecino de El Tablado (Degaña) y técnico superior de Gestión de Recursos Naturales en la empresa turística Quei Vitorino, guía a LA NUEVA ESPAÑA en su visita al robledal mejor conservado de Europa. Antes de comenzar la ruta, unos datos básicos: Muniellos es un espacio de 2.695 hectáreas, ubicado entre los concejos de Cangas del Narcea e Ibias, que representa solamente un 10% del parque natural de Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias. Además forma parte de la Red Natura 2000, que es la mayor red de conservación de la biodiversidad en la Unión Europea.

Ahora sí: empezamos a caminar. La ruta se inicia justo al lado la casa del guarda -edificada por la Sociedad Bosna Asturiana en 1903- por una pista que durante los primeros 500 metros es de madera, adaptada a personas de movilidad reducida. Una alfombra de hojas cubre el resto del sendero, y hasta las tres lagunas de origen glaciar (La Isla, La Fonda y La Grande) hay una distancia de 17 kilómetros. En tiempo se recorren en unas 7 horas, contando la ida y la vuelta. Hay otro recorrido mayor, de 21 kilómetros, que es circular. "Nosotros haremos el primero", avisa Víctor García, que realiza a la vera del río Muniellos un breve repaso por la historia de este espacio.

"Durante muchos años aquí se explotó la madera y en el siglo XVI se utilizó para la construcción de los barcos de la Armada Invencible. En 1768 comienzan las cortas mandadas por el rey y destinadas al arsenal del Ferrol para hacer navíos. En ese tiempo el bosque estuvo vinculado al mayorazgo de la casa de los Queipo". Con respecto a su protección, continúa el joven, hay cuatro fechas importantes. La primera de ellas, 1964, cuando Muniellos fue declarado "paisaje pintoresco", cesando así la extracción de madera. La segunda, 1973, cuando el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona) compró los montes de Moal y La Viliella, en Cangas del Narcea, y Valdebueyes, en Ibias. La tercera, 1982, año en el que es declarado Reserva Biológica Nacional. Y la cuarta y última, 2000, cuando se convierte en Reserva de la Biosfera por la Unesco. Hoy Muniellos es un espacio blindado, al que únicamente pueden acceder un máximo de veinte personas al día y una vez al año. El cupo en otoño se llena.

Para Víctor García, Muniellos es "el rincón más especial de Asturias", no tanto por su belleza (que también) sino "por lo que significa: nos une a la naturaleza de la que provenimos". Todo a nuestro alrededor está sin alterar por la mano del hombre, crece libre y de la forma que quiere. El roble albar es el rey indiscutible del bosque. De hecho, compone, junto con el roble orocantábrico, casi tres cuartas partes de la superficie forestal. Pero como en cualquier bosque caducifolio de la cordillera Cantábrica, también abundan tejos, acebos, hayas, abedules, fresnos, pláganos, sauces, avellanos y, sobre todo, una gran variedad de musgos, hongos y líquenes. "Un liquen -recuerda García- es la simbiosis entre un alga y un hongo. Su presencia indica dos cosas: alto contenido en oxígeno y ausencia de contaminación ambiental". En la reserva, los líquenes trepan por todas partes; no hay rama que se les resista. Los más llamativos son los conocidos como barba de viejo. Son de color verdoso grisáceo y cuelgan de los árboles imitando a los pelos. Incluso existe una especie endémica de liquen, cuyo nombre ("Xylographa lagoi") rinde homenaje al guarda Manuel Lago, que fue asesinado por cazadores furtivos en agosto de 1980. No es el único tesoro que habita exclusivamente en Muniellos. A nivel de microflora, esto es el paraíso. En la reserva vive una pequeña planta herbácea, propia de las gleras o pedrizas móviles, que lleva el nombre de ranúnculo de Muniellos y que no se puede ver en ninguna otra parte del mundo.

"Todo esto tiene mucho valor", recalca Víctor García, mientras avanza por un sendero colmado de hojas de roble y abedul fundamentalmente. "Porque para ver una selva cantábrica en este estado -prosigue- tuvieron que pasar muchos, muchos años". "Los primeros árboles que nacen son los abedules, que fijan los nutrientes necesarios para que se desarrollen los robles y las hayas. Éstos, como son más altos y captan la luz, sumergen en la sombra a los abedules, que acaban muriendo". Muniellos, pese a ser un bosque maduro, sigue vivo, en constante evolución. "Pensamos que los árboles, como no se mueven de su sitio, no hacen nada. Pero ahora mismo sus raíces se están moviendo en busca de sustrato". El degañés recomienda ver el documental de David Attenborough sobre "La vida privada de las plantas". "Da qué pensar. Se pregunta por ejemplo si el hombre es el que se aprovecha del trigo o es el trigo el que utiliza al hombre para conquistar nuevos terrenos, ya que por sí mismos no pueden. Lo mismo se podría decir del manzano en Asturias... Es una movida curiosa (se ríe)".

El silencio domina el entorno. Sólo se escucha el agua bajar en cascada por el río Muniellos. El musgo pinta de verde todo lo que tiene a su alcance: rocas, troncos, tocones, ramas caídas en el suelo... Nada queda al desnudo, todo está vestido por una densa, a la vez que suave, manta de verdín. Los árboles toman formas imposibles. Allí no hay ley ni orden. Unos nacen en el sendero, otros en el monte, otros en la ribera del río, otros en canchales... Nadie los toca ni los molesta. Y por eso las hojas del acebo no tienen ni pinchos. "Los desarrollan para protegerse, para que no lo defolien al ser un árbol perenne. Pero aquí, como no tiene ninguna presión, sus hojas crecen sin pinchos. Lo cual demuestra que los árboles viven en absoluta tranquilidad", comenta el guía.

Llegamos a la zona del bosque más famosa, parada obligatoria de los turistas para hacerse fotos. Dos robledales centenarios invitan a entrar en su "casa" y a experimentar durante unos minutos lo que se siente siendo un árbol.

-¿Están vivos pese a estar vacíos por dentro?

-Sí, lo que le da vida a un árbol es el cambium, un tejido vegetal situado entre la corteza y el leño. El ejemplo más claro es el alcornoque. Tú le quitas la corteza, el corcho, y con el tiempo se regenera porque el cambium sigue vivo.

La grandiosidad de estos dos robles nada tienen que ver, según cuenta García, con el roblón de Fonculubrera, ubicado en la ruta circular. Se trata de un ejemplar de 300 años de edad que ha crecido de manera espectacular. "Hacen falta por lo menos cinco personas para abrazar su perímetro".

El camino empieza a complicarse con subidas. La concentración de un gran número de abedules convierte el día en la noche. La frondosidad impide incluso ver la luz del sol. El suelo, aunque camuflado por las hojas del otoño, es rocoso. Después de varios minutos se vuelve a hacer de día y las cumbres de las montañas se ven más cerca. No hay rastro de animales. "Aquí están todas las especies de fauna. Tenemos osos, lobos, urogallos, corzos, jabalíes, mirlos acuáticos... Pero los animales no son tontos y saben cuál es la ruta que utilizamos. ¿Para qué van andar por aquí si tienen el resto de la reserva para ellos solos?", se pregunta García.

Más de tres horas de caminata y dos señales. A la izquierda, lagunas. A la derecha, bosque (la ruta circular para volver a la casa del guarda). Giramos a la izquierda y comienza el ascenso por la montaña. Ahora en vez de rocas en el suelo hay tierra. La estrecha senda transcurre entre los brezos. Bernardo Suárez y Carmen Fernández, dos visitantes procedentes de Oviedo, dan media vuelta. "Ya os queda poco para la laguna", avisa Fernández. "Es una pasada", apostilla su marido. Los dos cuentan, a espaldas de un paraje de película, que es la primera vez que penetran en Muniellos. "Que lo tenemos aquí al lado y estamos viajando a la otra parte del mundo... Esto es un pulmón enorme", asegura el matrimonio, natural de las Cuencas, que desde que están jubilados aprovechan para "descubrir Asturias".

Colapso a 1.300 metros de altitud. La italiana Alice Lo Bartolo y su pareja gijonesa, Manuel Palacio, también bajan de la laguna La Isla. Es su primera experiencia en Muniellos. "Superó nuestras expectativas. No escuchas ruidos artificiales. Estás tú solo en medio de la naturaleza". "A mí me llamó la atención lo frondoso que es y que no haya pinos ni eucaliptos. Esta época del año es perfecta por el color", agrega Palacio.

Efectivamente, el color de las montañas, tupidas por miles de árboles, es espectacular. Sin el río, allí no se escucha nada. El paso de dos aviones en la lejanía es la única señal de vida exterior.

Primera laguna e imagen de postal. El bosque se refleja en el agua y en el centro hay una pequeña isla que explica el origen de su nombre. Desde ese punto, las vistas son inolvidables. Montañas y montañas que se cruzan hasta que la vista no alcanza a ver más. Víctor García nos sitúa: "A la derecha tenemos aquí mismo Omente (Ibias) y un poco más adelante La Viliella y Larón (Cangas del Narcea). A la izquierda está el puerto del ¬Connio". Las llamas estuvieron muy cerca este año. En abril, en Omente y el pasado octubre, en Larón y alrededores. Esa oleada de incendios dejó tocada la muralla forestal de Muniellos. Gracias a su barrera de árboles maduros, las amenazantes llamas nunca logran entrar en el corazón del mayor robledal de España.

Sin embargo, en la última laguna, la más grande y a la que se llega monte arriba tras dejar a la derecha la segunda, hay heridas de fuego. El incendio de abril en Omente pinta de negro la cumbre de la montaña. Sin quererlo, sientes dolor: una imagen perfecta de la naturaleza manchada por la mano destructiva del hombre. A Víctor García, un enamorado de su comarca, también le causa congoja. Pero no sólo esa mancha, sino las más de 15 hectáreas que cubren de negro su concejo, Degaña. "A mí me duele esto igual que lo de al lado, porque todo es resultado de un desarrollo de cientos de años y del trabajo de nuestros antepasados". La cerilla acaba con todo.

Con el corazón encogido, emprendemos la vuelta por el mismo camino que subimos. El sol, cada vez más bajo, permite ver los colores del otoño con más intensidad que antes. Apetece parar e inmortalizar con la cámara cada rincón, cada esquina de ese bosque encantado. Pero la reserva cierra a las cinco de la tarde y hay que apresurar el paso hasta la casa del guarda. Muniellos es el lugar donde me sentí árbol, donde toqué el corazón de un roble y donde capté la esencia de la vida.

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