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Los últimos días del último zar

Se cumplen cien años del fusilamiento de Nicolás II y su familia por tropas bolcheviques, ejecución que puso término a tres siglos de la dinastía Románov y cuyos meses previos reconstruye el libro "Crónica de un final: 1917-1918" a través de numerosas cartas y diarios

Una de las cartas recuperadas para el libro "Crónica de un final: 1917-1918. Románov. Correspondencia y memoria de una familia".

León Trotski aún era alguien en la naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La persecución estalinista, el exilio y el piolet de Ramón Mercader eran aún un horizonte lejano en aquel verano de 1918. Tras la toma de Ekaterimburgo por los bolcheviques, Trotski visitó a Yákov Sverdlov en Moscú, y el tema de conversación era obvio: el destino de los Románov. "¿Y dónde está el zar?", preguntó Trotski. "Se acabó, fue fusilado", le respondió Sverdlov, autor intelectual del asesinato. "¿Y la familia?", insistió Trotski. "Y la familia con él". "¿Todos?". "¡Todos!".

La ejecución de la familia real rusa por parte de las tropas bolcheviques se consumó en la madrugada del 17 de julio de 1918, el martes hará cien años, en Ekaterimburgo, en la residencia del comerciante Nikólai Ipátiev, donde Nicolás II y su familia habían permanecido en cautiverio durante dos meses y medio. Ahora, el libro "Crónica de un final: 1917-1918. Románov. Correspondencia y memoria de una familia", publicado por Páginas de Espuma, permite reconstruir el último año y medio de la vida de esta familia a través de multitud de cartas, telegramas y diarios. Un material que aporta una visión diferente, más humana, de los Románov.

El epistolario arranca el 22 de febrero de 1917, con una carta remitida por Alejandra Fiódorovna a su marido, Nicolás II. "¡Mi querido! Con mucha angustia y con una preocupación profunda te dejé ir solo, si nuestro lindo y dedicado Baby [se refiere a su hijo Alekséi]. ¡Qué horrible la época en la que vivimos ahora! Lo más difícil es vivirla separados; no puedo acariciarte mientras te ves tan cansado, agobiado. Dios te ha mandado una cruz verdaderamente pesada", escribió la zarina.

Para entonces, hacía ya dos meses que Grigori Rasputín había sido asesinado por orden y acción directa de Félix Yusúpov, quien le había envenenado, descerrajado dos tiros y golpeado en la sien antes de arrojar su cuerpo encadenado al río Neva, del que emergió varios días después. Posteriormente, desenterraron su cuerpo para quemarlo y esparcir sus cenizas en el bosque de Pargolovo.

Huérfano de su consejo, Nicolás II se vio incapaz de reaccionar ante las continuas huelgas populares. El 2 de marzo de 2017, Nicolás II abdicó, poniendo fin a una dinastía que gobernaba Rusia desde el siglo XVII. En su diario, relata aquellos momentos amargos: "[Según el general Ruzski] la situación en Petrogrado es de tal magnitud que el Ministerio de la Duma es incapaz de hacer algo, porque el partido social-democrático está luchando con él por medio del comité laboral. Es necesaria mi abdicación. [...] La cosa es que para salvar a Rusia y mantener al ejército en campaña, hay que decidir con paciencia. Dije que sí. Del Cuartel mandaron el proyecto del manifiesto. [...] A la una de la madrugada me fui de Pskov con gran pesar por lo vivido. ¡Traición, cobardía y engaño por todas partes!". Pero eso no fue sino el comienzo del calvario que sufrirían él y su familia, sometidos a un largo cautiverio previo a su ejecución.

Nicolás II y Alejandra Fiódorovna se habían casado en noviembre de 1894, pocas semanas después de que el zar ascendiese al trono por la muerte de su padre, Alejandro III. La pareja tendría cinco hijos: Olga (nacida en 1895), Tatiana (1897), María (1899), Anastasia (1901) y Alekséi (1904), nombrado "zarévich" por ser el heredero al trono. Los siete fueron confinados primero en el palacio de Tsárskoye Seló, a las afueras de Petrogrado (antes y ahora San Petersburgo).

En agosto de 1917, los Románov fueron trasladados a Tobolsk, en Siberia, por orden de Aleksandr Kérenski, primer ministro del Gobierno Provisional nombrado tras la abdicación del zar. Tras un largo viaje, llegaron a su destino el 13 de agosto. Meses después, en octubre, Tatiana escribió a Zinaída Tostaya, a quien conocía de Tsárskoye Seló: "En fin, nos hemos acomodado bien aquí. La casa no es grande, pero sí hogareña. Tiene un balcón en el que pasamos muchas horas. Todos los días hay buen tiempo, hace calor, pero caen muchas hojas de los árboles. Estamos mucho al aire libre. Detrás de la cocina tenemos un minúsculo jardín con una huerta en medio. Se puede recorrer todo eso, sin exagerar, en tres minutos. Además nos han rodeado una parte de la calle que está frente a la casa donde podemos pasear o, mejor dicho, andar y desandar ciento veinte pasos en total".

Ese mismo mes de octubre cayó el Gobierno de Kérenski, que huyó al extranjero. La muerte no le alcanzaría hasta 1970, cuando vivía cómodamente en Nueva York. Los Románov permanecieron aún unos meses en Siberia, aguardando su destino y viendo con preocupación el progresivo avance de los bolcheviques por toda Rusia. En abril de 1918 la familia real fue trasladada a Ekaterimburgo, la última etapa de su viaje vital. Durante el trayecto, los hijos fueron separados de sus padres, que vivieron momentos de gran angustia. El reencuentro se produjo el 10 de mayo, y Nicolás II dejó constancia en su diario: "Durante la mañana nos decían cada poco que mis hijos se encontraban a unas horas de la ciudad, después que ya estaban en la estación y, por fin, que ya llegaron a casa. ¡Aunque su tren estaba aquí desde las dos de la madrugada! Fue una gran alegría verlos de nuevo y abrazarlos después de cuatro semanas de separación e incertidumbre. No tenían fin las interrogaciones y respuestas mutuas. Muy pocas cartas recibimos de ellos y ellos de nosotros. Aguantaron muchos sufrimientos mis pobres hijos en Tobolsk y en tres días de viaje".

La presencia de la familia real, aun en ese confinamiento en Ekaterimburgo, se tornó incómodo para algunos sectores del emergente régimen comunista. Finalmente, en la madrugada del 17 de julio de 1918, los últimos Románov fueron ejecutados. Incluida Anastasia, cuya supuesta supervivencia alimentó una perdurable leyenda.

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