Oviedo, Javier CUERVO

Tomado tan en serio como para tomárselo en broma, Jack Bauer lleva una vida de perros. En cada temporada tiene que enfrentarse a una crisis terrorista que va a provocar millones de muertos en Estados Unidos. Los atentados madrugan para desencadenarse y se resuelven en 24 horas (una por episodio y en supuesto tiempo real).

Bauer tiene una vida privada horrible que empeora su vida laboral. A su mujer, Teri, en reconciliación después de una crisis, la mató Nina Myers, la ex amante de Jack, su compañera más fiel en el trabajo y más infiel a la empresa (la Unidad Anti Terrorista, UAT) porque estaba implicada con los terroristas.

Jack tiene una hija, Kim, que no llevaba la situación, a la que tuvo que proteger de líos propios y ajenos, que aparece y desaparece. No ve a su hija tanto como quisiera, pero siempre acude a su llamada. La última (falsa) sirvió para que lo secuestraran agentes chinos. ¿Bauer está siempre cuando hay crisis o hay crisis siempre que está Bauer?

Está al servicio del presidente de la nación, el que sea, siempre en peligro de muerte. Su favorito es David Palmer (que no sobrevivió al segundo atentado, ya fuera de la Casa Blanca) pero por el medio ha habido otro, muerto en el derribo del Air Force One, y un tercero (Charles Logan) que resultó ser un traidor al país al que Bauer ayudó a detener. Para que las apariencias no engañen tenía un sospechoso parecido físico y moral con el mentiroso Richard Nixon y perseguía, conspiración terrorista mediante, el objetivo «patriótico» de lograr una América más fuerte.

Bauer trabaja en una oficina tóxica, la UAT, donde las relaciones laborales están erizadas de hipercompetitividad: nadie se fía de nadie, no hay compañerismo sino fidelidades ciegas entre grupos, los directores son depuestos y repuestos en el cargo por traiciones, amiguismos y luchas interdepartamentales. Cuenta con sala de torturas para obtener información contra reloj, contra la ley y contra la ética.

En estas circunstancias ¿Cómo es Bauer? Sus cualidades son las que algunas personas valoran en un perro: Defiende la casa (Blanca), responde al adiestramiento, tiene olfato, instinto, reflejos, agresividad y una fidelidad a prueba de bombas nucleares, gases nerviosos y patadas del amo. Para salvar al país entró en la Embajada China (el embajador murió por fuego amarillo amigo) y el presidente se lo pagó con una orden secreta para que fuera asesinado. Vivió varios meses oficialmente muerto para todos (novia, hija, Estado) salvo para un par de amigos-cómplices pero regresó justo a tiempo para salvar de nuevo al país dirigido por ese presidente. Al final, reaparecer le sirvió para ser secuestrado por los chinos. Ahora regresa de casi dos años de tortura al país que le volverá a necesitar.

Bauer tortura, mata, interroga a amigos y enemigos no sin dolor pero sí con gran capacidad para aceptarlo. Puede llorar o ser receloso en sus relaciones personales después de la viudedad pero se repone y se centra en su misión. El filósofo y psicoanalista del Institut for Avanced Study in the Humanities de Essen (Alemania), Slavoj Zizec, le ha cuestionado por la frialdad con la que es capaz de infligir martirio porque «hace los horrores que la situación precisa sin pagar un precio subjetivo por ello». No es que no tenga entrañas pero tiene mucho estómago. A James Bond -héroe de la guerra fría como Bauer en la guerra contra el terror- se le acusó de psicópata por su capacidad de matar sin sentir. Pero Bauer es un currante, hace su trabajo, y lo ejecuta como un «pringao»: hasta se hizo drogadicto por su país, para infiltrarse en un cartel, y su jefa se lo pagó con un despido (temporal).

«24» ha tenido 5 premios «Emmy» (los «Oscar» de la TV estadounidense) y es uno de los éxitos de la Fox TV de Rupert Murdoch con unas audiencias suficientes (más ventas y alquileres de DVD) y ha logrado entrar en lo que se llama «una serie de culto» (o sea con espectadores incondicionales que «la viven»).

«24» gusta a los jóvenes que aprecian la adrenalina que produce la velocidad a la que se mueve, la sucesión de escenas de acción, el despliegue de aplicaciones tecnológicas, su crono y sus acciones simultáneas y su estructura de videojuego en la que el personaje salta la pantalla-episodio hasta acabar la partida. No es algo que haya inventado el videojuego, no dejan de ser los 12 trabajos de Hércules, pero sí ha hecho de esa estructura su más frecuente estructura de relato.

«24» ha trascendido de la pequeña pantalla porque la guerra contra el terror que lleva en la ficción se lleva en la realidad. La casualidad hizo que se estrenara el 6 de noviembre de 2001, dos meses después del atentado de las Torres Gemelas de Nueva York.

Todo tipo de sensibilidades han estado muy atentas a su pantalla. Hubo medios que se quejaron de que aparecieran villanos de nacionalidad estadounidense en organizaciones terroristas y uno de sus creadores, Robert Cochran, sacó un comunicado oficial insistiendo en que por cada villano del país mostraban a numerosos estadounidenses heroicos.

Pero la tortura... En la familia de Audrey Raines, compuesta por un hermano, un marido del que se estaba separando, y su padre, el secretario de Defensa Heller, todos han sido torturados, por los buenos o por los malos. Hay mucho dolor en esa casa.

El Consejo de Padres para la Televisión estadounidense contó en las 5 primeras temporadas 67 escenas de tortura. Varios intelectuales en torno a «Le Monde Diplomatique», que dirige Ignacio Ramonet, han usado a Bauer y su improbable situación-trampa («todo va a estallar si no le saco la verdad a este terrorista en los próximos dos minutos») para denunciar cualquier veleidad sobre su aplicación.

La periodista de investigación de «The New Yorker», Jane Mayedr, -con artículos de referencia sobre el vicepresidente Dick Cheney, la familia Bin Laden y las cárceles secretas de la CIA- publicó que «24» es la serie favorita de los soldados en Irak y que instructores, soldados y contratistas civiles han declarado que muchas de las técnicas de «24» son usadas por los interrogadores. Emisoras derechistas argumentan que el éxito de la serie es, en sí mismo, un referéndum a favor del uso de la tortura.

Howard Gordon, uno de los guionistas, asegura que él se inventa las torturas en lo que él llama «improvisaciones en sadismo» y reconoce que le cuesta no repetirse.

Hasta un general de West Point, acompañado de tres técnicos del FBI en interrogatorios, se reunió con guionistas de «24» para hacerles saber la preocupación de que den por sentada la premisa de que «la ley estadounidense debe violarse por la seguridad del país» en una serie que encanta a los universitarios.

En este mundo loco de hombres y mujeres que son lobos para el hombre y la mujer, nadie es bueno demasiado tiempo, todos son sospechosos en algún momento y eso les llevará a la tortura.

El sexo es otra arma. Entre los terroristas hay atractivas lesbianas y asesinas devoradoras de hombres. En la UAT, las relaciones se usan para trepar y engañar como le ha pasado al mismo Bauer. En la Casa Blanca, también. La esposa de David Palmer fue un problema de continuas intrigas, nada de fiar. La esposa de Charles Logan tenía el problema contrario: su marido no era de fiar. Ella preparó la entrega de la grabación probatoria que le incriminaba pero antes usó el sexo (tragándose el asco) para retenerle el tiempo preciso para que Jack Bauer pudiera coger el helicóptero presidencial.

Todos están en peligro, sean los millones de vecinos de Los Ángeles que pueden fallecer en cada nueva amenaza, sea el presidente de los Estados Unidos, sean los protagonistas de la serie (salvo Bauer, que las pasa muy canutas pero no se muere) en cuyo elenco hay bajas cada temporada.

En consonancia con todos estos rasgos, la serie es sombría. Mario Vargas Llosa dice verle un sentido del humor que equilibra las tensiones. El sentido del humor es libre pero este paladín de la lucha antiterrorista no está para bromas en su nueva versión del hombre fuerte y callado que habla para dar órdenes. Ni asomo de Bruce Willis en Kiefer Sutherland.