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Sortilegio con violonchelo

n Elogio de una interpretación «mágica»

Sortilegio con violonchelo

Lo bueno de la presencia de una gran figura es que, además de fascinar a sus más eruditos admiradores, se prodiga entre personas que, hace apenas diez días, ni siquiera conocían su existencia. La iniciativa del Centro Niemeyer aproxima al público al artista, bajándolo del pedestal del marco teatral elevado en el que la música clásica se ha instalado hace siglos, al acompañar su actuación con una charla junto a su amigo y colega Carlos Prieto. Doble acierto. Avilés se adelanta, mientras que las dos principales ciudades asturianas perpetúan un esquema -o esquemas, por diferentes-, obsoleto y poco rentable para la sociedad que paga con sus impuestos a los artistas que llegan, tocan y se van. Yo-Yo Ma no necesita presentación, es indiscutiblemente uno de los mejores violonchelistas del planeta, como lo ha demostrado en el Palacio Valdés -por favor, que nadie «modernice» el teatro, con un «paraíso» que te transporta a siglos pasados y materiales y estética de objeto de culto.

Las suites para violonchelo de Bach son una cumbre insuperable en la literatura violonchelística, y ningún intérprete del instrumento puede menos que servirse de su poética perfección para medirse en su técnica y acariciar maravillado el alma de sus notas, prácticamente a diario. A Bach siempre se vuelve. Las suites números 1, 3 y 5 articularon un programa para el áureo oído, la sublimación artística y la fantasía sonora de colectiva sugestión. Yo-Yo Ma fue él mismo, siendo también su contrario.

Queremos decir que combinó momentos de la más libre y personal interpretación con otros más escolásticos, utilizando el directo para perfilar un Bach diferente incluso al que él mismo ha grabado -su primera integral de las suites tenía que ser necesariamente una referencia absoluta, muy próxima a la escritura original sin salirse del guión-, con la libertad en obras pluscuamperfectas que no se agotan a sí mismas. En la nº 1 combinó equilibradamente ambos polos, su Courante fue la más libre y, tal vez para el que esto escribe -quizás porque hemos acariciado como violista las notas de las suites durante los últimos casi treinta años y quede por ello un resquicio de conservadurismo de deformación profesional-, menos equilibrada. Siempre magistral, creó un hilo tan fino como personal en su conexión con el público. En la Suite nº 5, colocada estratégicamente en el centro del programa, se permitió su más personal interpretación, con infinidad de matices expresivos que, lógicamente, no están presentes en la escritura musical barroca, incluso fuera de estilo, si atendemos a la tendencia interpretativa más purista, aunque no por ello el purismo estilístico garantice la excelencia interpretativa que «L'incoronazione di Poppea» -que escucharemos este domingo en el Campoamor- se realice con criterio «historicistas» y copias de instrumentos de la época no garantiza por sí solo la calidad musical. Así una suerte de matices dinámicos, rítmicos, incluso de articulación más libre que la que marcan las propias ligaduras de la mismísima pluma de Bach, crearon una visión expresivamente poética, libre pero profundamente interiorizada, firmada por Ma. Su talento y dominio técnico se lo permite, ya que en otros intérpretes menos dotados, una personal lectura resultaría quizá sólo extravagante. Fue así la más imaginativa y lírica, y quizás hasta polémica, interpretación. ¿Por qué no? Alimento para el espíritu son a este nivel impactantes propuestas en el vuelo del arte que no dejan indiferente.

La segunda parte, de la mano del destacado violonchelista astur-mexicano Carlos Prieto, interpretaron la «Suite para dos violonchelos» del mexicano Samuel Zyman. Prieto contó de nuevo la divertida génesis de la obra que relatábamos anteayer mismo en la crónica de la «master class», que no fue. La compenetración personal y artística entre ambos solistas se materializó para el deleite del público en una obra que combina, especialmente en sus movimientos impares, la maestría compositiva con una orgullosa y sutil estética latinoamericana. Finalmente, para redondear inteligente y premeditadamente, creemos, el programa, Ma afrontó con más proximidad al texto musical y menos carga de personal expresión la Suite nº 3 que, sin aditivos y sólo con la magistral interpretación de un Yo-Yo Ma pletórico. Fue un prodigio sonoro interpretativo en su aparente desnudez de recursos. En manos de Yo-Yo Ma se convirtió en un auténtico sortilegio. ¿Suficiente? Qué fuerza de silencio se palpó en este recital, qué maravilla sonora nos impacta al ver cómo lo que no es más una caja de madera con cuarto cuerdas adquiere vida y personalidad propia. Es el Stradivarius «Davidov» que canta, nos habla, que teoriza, poetiza y hasta se permite el lujo de filosofar. Fue la magia de la interpretación al más alto nivel, la perfección de la creación del arte de la lutería, y la más alta expresión, incluso en su laconismo, de la creación musical del ser humano. Fue Yo-Yo Ma, «su» Stradivarius y Bach. Una mágica trinidad al alcance de los presentes. Un pequeño contrapunto fue la propina de un compositor turco contemporáneo de Bartok.

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