La ruta motera del Motorbeach dio color y variedad al sábado en la playa de La Espasa (Caravia). "Al que es motero esto le encanta, le gusta ver de todo, motos grandes, pequeñas, moteros calvos, con pelo, con o sin tatuajes". Esta reflexión del valenciano José Aliaga fue fiel reflejo de lo visto en la entrada del recinto festivalero ayer al mediodía. Scooters, deportivas, motos de enduro, y cafe racers arrancaron con destino al Mirador del Fitu. Mientras, los que conseguían vencer el cansancio acumulado de las dos jornadas anteriores chapoteaban en las aguas del Cantábrico aprovechando la primera mañana libre de precipitaciones.

Antes, durante la noche, Wilco Johnson había puesto a brincar a la gran cantidad de público presente. Algunos incluso se emocionaron dejando escenas memorables. Uno de los asistentes a altas horas de la madrugada arrancó una pequeña moto revolviendo el barro y salpicando al público, que lejos de enfadarse comenzó a clamar "otra, otra", mientras escupían las partículas. También hubo quien empleó las instalaciones a modo de barra americana, causando risas en un contexto totalmente festivo. "El ambiente es una pasada, en pocos festivales se ve algo así. Nos da totalmente igual el barro que haya. Yo hasta me caí en un hoyo, pero son risas", recuerda el extremeño Juanra Rufo, que se revolcó por el fango en plena despedida de soltero.

A las seis de la mañana aún había quien se resistía a abandonar el recinto, mayoritariamente periodistas. Pocas horas después y con ayuda de una ducha fría, las zonas de camping volvían a la vida, en las "food trucks" se servían variedad de frixuelos como si fueran churros. Las motos salían disparadas hacia el comienzo de la ruta levantando el lodo y atrayendo las miradas de los primeros usuarios del bar.

Una vez las motos hubieron partido, liberados del estruendo, fue tiempo de bromear rememorando la noche pasada. "Somos cuatro andaluces", decían Manolo Sanguino y sus compañeros con un claro acento vasco, "y un vasco", añadía haciendo referencia al único andaluz del grupo. Estos cinco amigos, que ya habían venido al Motorbeach el año pasado, insistían en comentar la situación de su compadre sureño. "Vino con la novia, vio el percal y se fue en Blablacar de vuelta a Sevilla, pero él se quedó aquí", relatan entre risas estos aficionados a las motos.

Llegada la hora de comer, volvió la lluvia. Los cenadores ubicados en los prados anexos fueron el lugar de congregación en torno a los camping gas. Bajo el fuego de los hornillos se cocinaron arroces, pastas, carnes y cualquier otra vianda disponible; algunos incluso secaban sus propias botas a golpe de llama. Durante la tarde arreció la tormenta, algo que no tumbó las ganas de fiesta ni las esperanzas de los que hoy saltarán al barro al ritmo de la banda californiana "The Morlocks". Muchos de ellos parecían compartir una misma fe: "Hoy por fin ligaremos".