Lo que se vivió anoche en el recinto que alberga el escenario instalado en el parque de los hermanos Castro fue un espectáculo de locura colectiva. Uno de los conciertos más esperados de este nuevo festival del verano gijonés, el "Gijón Life", congregó a más de siete mil personas de todas las edades en torno a una de las figuras más señeras de la música melódica de este país, Pablo Alborán, rey midas del panorama nacional que convierte en oro todo lo que canta.

Apareció el artista sobre el escenario precedido de un sorprendente espectáculo de audiovisuales y en ese momento miles de móviles comenzaron a grabar. Y otras tantas gargantas, a gritar. Enfervorizadas. Con "no vaya a ser" arrancó esta fiesta de la música, uno de los eventos más aguardados del mes en esta ciudad. Después vino "La escalera", con un interminable coro de fans que repitió, palabra a palabra, el texto íntegro de la canción. El sonido fue perfecto, muy profesional, de la mano de una banda con peso en las percusiones y guitarras, españolas, acústicas y eléctricas, como corresponde a este pop de aires flamencos que se gasta el andaluz. También hay viento de metal.

"Muy buenas noches, familia. Muchas gracias por estar aquí. No me quiero ir", grita el cantante, provocando el delirio de sus seguidores al sonar la balada "Dónde está el amor".

Alborán, al que se vio musculoso, muy de gimnasio, muy ceñido, fue alternando canciones de su último disco con temas de trabajos anteriores. Sus fans se conocen todas las letras al dedillo, de tal manera que el concierto de anoche en Gijón pareció un inmenso karaoke. Da igual que el tema que suene sea "Cuerda al corazón" que "Lo nuestro"; lo mismo da que los acordes acompañen a baladas de amor o desamor: las tararean todas, sin falta de una sola: "Perdóname", "Quimera", "Recuérdame".. No es de extrañar que, a medio concierto, el artista reconociera en voz alta que "volver a Gijón es siempre un regalo. Me hacéis sentir en casa".