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Automatics del Aví

El abuelo del propietario había viajado al Nueva York de los años veinte, donde descubrió el primer local de comida automática y regresó a su Barcelona natal deslumbrado por el invento. Lo narró con embeleso a sus hijos y nietos, y el mayor de éstos, Jordi, vivió desde pequeño con aquella cosa en el magín. Hasta que un buen día decidió llevarla a la práctica tras vender la tornillería heredada del aví Josep Jordá.

El local, al que Jordi bautizó como Automatics del Aví en homenaje a su querido abuelo, está repleto de tubos y lineales de rodillos que alcanzan a cada una de las mesas. Una vez que los comensales han tomado asiento, células fotosensibles los detectan y activan de inmediato las tuberías oportunas. Huelga decir que no hay el menor rastro de servicio humano y que el cliente se encuentra con los platos y cubiertos perfectamente colocados frente a cada asiento. De momento en la casa no se ofrece más que un solo menú, por lo que no es precisa carta alguna y cada plato resulta una sorpresa. Enseguida llegan por los tubos unos envases herméticos que el cliente ha de abrir y emplatar, mientras desde una espita móvil puede verter en la copa cuanto vino apetezca. Una serie de sensores advierten del momento de los sucesivos servicios y siguen enviando comida encapsulada hasta el final, instante en el que muchos comensales echan en falta el grato café. Pero Jordi es consciente de que el automatismo tiene todavía sus fallos, que confía en ir subsanando con el tiempo. Él está no poco satisfecho con haber hecho realidad un sueño para reflejar el gran amor hacia su perdido abuelo, y la comensalía se siente como niño con zapatos nuevos al disponer de un sitio como éste, que ha proyectado al mundo y a la vecina España la ciudad condal como nunca antes nadie había hecho, si excluimos tiempos muy recientes.

Finalizada la comida, cada cliente pone sus platos en la cinta transportadora e introduce en otro tubo el importe exacto, marcado y conocido de antemano, pues el menú tiene precio fijo y no se devuelve cambio alguno. Para evitar cualquier sensación deshumanizada, una pantalla muestra a la salida imágenes de unas sonrientes y hermosas camareras que despiden a los clientes con frases muy corteses, deseando que todo haya sido del gusto del visitante. Una antigua fotografía del aví Josep cuelga sobre el dintel de la puerta de salida como la única nota de carácter retro.

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