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La vaca que ríe

La vaca que ríe

Georges Maillard, un suizo suscrito desde el primer número a la revista "El Caballo", a la que todo el mundo conoce desde que Hugh Grant la popularizó en "Notting Hill", pero hasta entonces casi inédita, resultó ser también un enamorado del suroccidente astur, donde veraneó desde la adolescencia en casa de sus abuelos maternos. No sorprende por ello que decidiera montar en este paraje de montañas suaves un restaurante especializado en carnes, pero no de bovino, porque, entregado con pasión a la cría de caballos de raza, entendió que el mejor homenaje a sus queridos corceles fallecidos -más o menos uno al mes por el rigor del entrenamiento- sería inmolarlos en parrilla convenientemente fileteados. Pero no podría decirle a la comensalía que sus carnes sublimes eran de equino, pues por aquellos pagos sólo quieren bovino a todas horas y el caballo a la mesa da repelús de antiguo. Así que ni corto ni perezoso recordó a los gatos y a las liebres pero al revés: os daré liebre por mucho que os guste el gato.

El primer paso fue pensar bautizar su casa con un nombre potente y atractivo para el público carnívoro que peregrina hasta la ladera, como "La vache qui rit", aunque lo meditó y llegó a la conclusión de que los nativos se iban a liar, por lo que fue a lo más obvio, "La vaca que ríe". El siguiente fue empezar a difundir por los bares de los concejos de la zona que iba a traer en exclusiva para su restaurante carne de las vacas más selectas de su país para que aquí supieran lo que era bueno. Los demás pasos fueron tan secundarios como rutinarios hasta que el local abrió sus puertas y llenó a diario desde entonces. Y en efecto los comensales descubrieron lo maravillosa que era la carne de las vacas suizas tras pasar por las manos de Ho Zhu, su experto parrillero de leña.

Monsieur Maillard, como pequeño filósofo de domingo que es y admirador del gran Amiel, sigue asombrado del increíble poder de la palabra, al mismo tiempo que de lo débiles y fáciles que son en el fondo nuestras mentes.

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