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Mágicas montañas (2)

El Jultayu, modesto y generoso

Cercano a la Vega de Ario, no es difícil de subir, aunque exija esfuerzo, y ofrece vistas soberbias de los macizos Central y Occidental y de Caín y el Cares, 1.400 metros abajo

Esta foto de Fernando Suárez refleja perfectamente lo más característico del Jultayu: una cumbre pequeña y escarpada, a la que, sin embargo, se llega caminando y desde la que se puede admirar un soberbio panorama, presidido por Torrecerredo (2.648 metros), cima de los Picos y todo el Cantábrico.

En mi modesto historial montañero el Jultayu ocupa un lugar destacado. Es sin duda el pico que más veces subí y también uno de los que más satisfacciones me ofreció. Nada sorprendente, porque él es así. Si a las montañas pudieran atribuírseles virtudes morales, a esta cumbre situada en el borde oriental del Macizo Occidental de los Picos de Europa habría que reconocerle las de la modestia y la generosidad. Solo se da importancia por su aspecto cuando se le ve desde Caín. Entonces se muestra alto y puntiagudo. Desde otros lugares no llama la atención, ya porque parezca una simple loma o no destaque por su estatura, pues sus 1.940 metros de altitud le relegan a un puesto modesto entre las cotas cimeras de los Picos.

Llegar hasta su techo exige esfuerzo, por supuesto –si no, no sería una cumbre con valoración deportiva–, pero lo premia con una esplendidez que roza la prodigalidad, al ofrecer unas vistas maravillosas. Y aliado con la Naturaleza puede sorprender. Y mucho. Es lo que ocurrió, por ejemplo, el 8 de agosto de 2003.

Ardiente Jultayu

Los once integrantes del grupo de Barro, en el que se incluían algunas novedades, como siempre bien recibidas, nos las prometíamos muy felices cuando a las 9.25 de la mañana aparcamos nuestros coches en la Vega de La Tiese, junto al lago de La Ercina. Hacía un día de sol resplandeciente, que nos había permitido disfrutar del paisaje durante la ascensión en coche a los Lagos y gozar especialmente de los momentos culminantes, como la llegada al collado de Les Valeres, donde, con el lago Enol en primer término, se encuentra uno ante las imponentes cumbres del Cornión, con Peña Santa de Enol como referencia dominante, mientras asoman al fondo las mayores alturas del Macizo Central.

Pero cuando nos bajamos de los coches aquella impresión favorable se enfrentó a una objeción: hacía mucho calor. Demasiado incluso. No tardaríamos en comprobar hasta qué medida. La aproximación hasta Vega de Ario, a cuyo lado se encuentra el Jultayu, es larga y en algunos tramos exigente.

Pepe Comas, sentado, en la cima del Jultayu, en agosto de 1995. Es el único que lleva el torso cubierto. En torno suyo, Melchor, Toni el maestro, Jorge Toraño, Alberto Palacio, José (hijo de Pepe) y Toño Mochales. Detrás del grupo, el Cuvicente. Al fondo, Peña Santa, reina del Cornión.

A un buen paso lleva más de dos horas completarla. Discurre al lado de vegas y majadas y exige superar algunas cuestas exigentes, como Las Reblagas. El acceso a El Jitu, por donde se accede a la Vega de Ario, parece diseñado a propósito por un escenógrafo genial, de puro espectacular que resulta. El camino afronta allí una ladera con un trazado que describe amplios zigzags y de pronto, cuando se llega al final de la cuesta, y solo entonces, surge de golpe ante el montañero un paisaje realmente prodigioso: las cumbres más altas de los Picos, con la Torre de Cerredo dejando clara la jerarquía, se despliegan ante la vista, subyugantes, avasalladoras de belleza.

Pero la temperatura ambiental era tan alta ese día que lo mediatizaba todo, incluido el disfrute de lo bello. Al llevar consigo un complejo aparato que incluía un termómetro, José Manuel González Antón se había convertido en el centro referencial del grupo. Al paso por algún jou su sensor había llegado a marcar los 43 grados. A la llegada a Ario la temperatura era de 40. Por suerte, la fuente de la majada de las Bobias estaba a plena producción y, al pasar por ella, a medio camino, habíamos podido avituallarnos generosamente de agua, el bien más preciado que reclamaba el día. Si no, es seguro que hubiéramos renunciado a la ascensión.

José Luis Martínez, en la cima del Jultayu. Unos mil cuatrocientos metros más abajo, Caín.

Desde el borde de la Vega la falda del Jultayu parece fácilmente accesible. No lo es tanto, porque para llegar a ella hay que superar el Jou de La Cistra, que es una especie de laberinto de Dédalo que hace perder tiempo y energías si no se afronta de la manera adecuada. Como no es fácil hacerlo, lo más aconsejable es seguir el camino marcado, que conduce hasta el refugio de Ario, dedicado a Pedro Pidal, que promovió y cuya construcción supervisó Francisco Ruiz Tilve, como siempre ha reivindicado con legítimo orgullo su hija Carmen, cronista oficial de Oviedo.

Desde el refugio también parten marcas, que conducen hasta la falda del Jultayu. Hacer este itinerario supone dar un rodeo, pero también ir sobre seguro. Por suerte nosotros disponíamos de una alternativa. Nos la había proporcionado en una experiencia anterior uno de los pastores que mayadian en esta zona –recuerdo que era de Demués–, al indicarnos un atajo que evitaba el paso por el jou de La Cistra y nos llevaba a la ladera del pico que queríamos subir. Aprovechamos esa información privilegiada.

Paco Izquierdo, con todo

En las notas que conservo de aquel día consta que subimos hasta la cima diez de los once que componíamos el grupo. El primero en llegar fue José Manuel González Antón, antiguo barrenista en un pozo de Turón. El último, Paco Izquierdo, quien, a sus 74 años, era el mayor del grupo y ese día llamaba la atención por su indumentaria: camisa de manga larga, con camiseta debajo, pantalón largo ¡y polines! Paco, que se había hecho montañero después de jubilarse como alto funcionario de Obras Públicas, había aplicado a esa nueva afición la actitud metódica y reflexiva que le había acompañado no solo en su trabajo, sino también en los cargos que, aparte de los de su profesión, había desempañado en puestos tan diferentes como ser directivo del fútbol o de la Ópera de Oviedo.

Las circunstancias de este día ardiente eran excepcionales y él había aplicado sus conocimientos a las circunstancias. Por ejemplo, no forzar el corazón. A mí la subida al Jultayu se me hizo más dura que nunca y tuve que detenerme hasta diez veces. Una vez me tomé el pulso y tenía 120 pulsaciones. Paco decía que el límite que no debe superarse se obtiene de restar a 200 los años que se tengan. Y seguro que se había asesorado bien. Su vocación tardía no impidió que se convirtiera en un gran montañero. Tan grande que la Montaña lo quiso para ella sola y un día se lo llevó.

José Luis Martínez, llegando con Manolo Frade a la cima del Jultayu, en agosto de 1998.

Una cumbre para disfrutar

La excursión al Jultayu no suele incluir unos altibajos físicos y emocionales tan acusados como los que impuso ese excepcional día de canícula. La subida al pico es costosa pero asequible. Se hace por una pendiente que en ningún momento requiere usar las manos para trepar. Y no ofrece pasos intimidatorios ni peligrosos. Cada uno acomoda el ritmo a sus posibilidades, y ya está. Y la cima, cuando se alcanza, es para disfrutar como en pocas.

Enfrente, y relativamente muy cerca, están las cumbres más altas de los Picos de Europa y de todo el Cantábrico, con el Torrecerredo (2.648 m) y el Llambrión (2.642 m) encabezando dos grandes bloques, entre los que el Tesorero, situado entre ambos, parece querer intermediar, muy en su papel conciliador, no en vano en su cumbre coinciden los límites territoriales de Asturias, Cantabria y Castilla y León.

La subida al pico es costosa pero asequible. Cada uno acomoda el ritmo a sus posibilidades, y ya está. Y la cima, cuando se alcanza, es para disfrutar como en pocas

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Alrededor, cimas ilustres, como el Pico de los Cabrones, la Torre Bermeja, la Torre de la Palanca o la de Peñalba, que emergen de grandes bloques separados por el Jou Grande, desde el que desciende la imponente Canal de Dobresengos, flanqueada por otras no menos profundas e inclinadas, como las de Moeño, Recidroño, Ría o, en el límite occidental que abarca la vista, la de Piedra Bellida, por la que, según don Claudio Sánchez-Albornoz, subieron, huyendo, las tropas mahometanas tras la derrota de Covadonga.

Por el otro extremo, el occidental, la Torre del Friero cierra, a la derecha a efectos visuales, las cimas occidentales del Central, pero, si se continúa girando la vista aparecen las del Cornión, como el inmediato Cuvicente, la espectacular Robliza o la Peña Blanca. Y al fondo, cerrando el panorama, imponente, la Peña Santa.

Ante un paraje tan excepcional caben todo tipo de actitudes. Se puede entregar uno a la contemplación de una belleza extrema o dedicar horas enteras a identificar las cumbres, pero no son alternativas excluyentes para este mirador soberbio

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Ante un paraje tan excepcional caben todo tipo de actitudes. Se puede entregar uno a la contemplación de una belleza extrema o dedicar horas enteras a identificar las cumbres, pero no son alternativas excluyentes para este mirador, más bien pequeño, pero sin duda soberbio, en el que, para que no falte nada, la Naturaleza ha tallado una especie de cómodos asientos, uno de cuyos principales alicientes es que a sus pies se encuentra Caín, solo que a mil quinientos metros más abajo. Y es que ese es uno más de los alicientes del Jultayu, que da vista –de águila, por supuesto– a un amplio tramo del maravilloso Cares, que abarca, más o menos, desde Corona hasta la vertical del Collado Cerredo, donde ya el valle ejerce plenamente de Garganta Divina.

Un atardecer memorable

El descenso se hizo más largo de lo habitual, por el cansancio producido por el tremendo calor. Renunciamos a la posibilidad de dar un pequeño rodeo al principio de la bajada para acercarnos al Joracao del Cuvicente, el monte contiguo al Jultayu, un gran ojo de buey a través del cual se ve Caín. Alcanzada la Vega de Ario, el regreso fue fatigoso y hubo incluso algún desfallecimiento. Todo lo compensó el atardecer memorable que nos esperaba como final. En torno a la Vega la Tiese, verdísima, el sol declinante había encendido las cumbres y el agua del lago de La Ercina las reflejaba, mientras los lloqueros de las numerosas vacas improvisaban una gozosa algarabía.

Felices en la cumbre

M. F. D.

Quienes suben al Jultayu se sienten felices en esta cumbre acogedora, tal como revelan las fotos de grupos, en las que predominan los semblantes alegres. Al repasar las que conservo me han conmovido especialmente las sonrisas que ya son irrepetibles. Como la de Pepe Comas, a quien acompañé en 1995 cuando subió con su hijo José a esta cumbre, en la que no había estado nunca. O la de Manolo Frade, en 1998, que, con la salud debilitada por unos achaques que anticipaban lo peor, no se sentía con fuerzas y se quedó casi en la base del pico. Y allí hubiera permanecido si José Luis Martínez no hubiera bajado desde la misma cima a hacerle compañía, para acabar animándole a que subiera, siempre con él a su lado hasta llevarle a la misma cumbre. José Luis fue un miembro muy especial de nuestro grupo. Valiente hasta la temeridad, llegaba donde nadie se atrevía. Y dominaba las técnicas de los pastores como si fuera uno de ellos. Era un espectáculo verle bajar por un pedrero a toda velocidad, utilizando el palo como timón y freno. Fue fuerte hasta para luchar contra la enfermedad, a la que venció al menos en dos difíciles ocasiones para volver a entregarse luego a sus aficiones, la bicicleta y la montaña, como si no hubiera pasado nada. Los males tuvieron que unirse para doblegarle. Le despedimos, con dolor y cariño, hace apenas unas pocas semanas.

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