Cada vez que la boalesa Susina Pérez se viste de indiana recuerda a su tía, Rosalía Rodríguez de la Cruz. Esta última fue la mujer, indiana, a la que Boal debe su lavadero público. Corrían otros tiempos cuando Rosalía propuso a su marido, indiano y pudiente, “hacer algo por Boal”. “Le daba pena ver a las mujeres lavando en el río”, recuerda Susina. El boalés ordenó construir el lavadero, que se encuentra a escasos metros del lugar donde ayer se recordó, con contenida fiesta por la pandemia y atuendo de época por la diversión, a todos los boaleses que emigraron.
“Otros años esto estaría lleno”, se comentaba a mediodía en el Parque de los Emigrantes de la localidad, donde se ofreció un concierto. Víctima de la pandemia, la fiesta ayer fue “poca” por el miedo a los contagios. Eso sí, la contención no truncó un pequeño desfile de familias vestidas de blanco ni el paseo de los coches antiguos, de entre 1929 y 1976, y americanos. “No podíamos estar en otros sitio; hay que apoyar este recuerdo”, decía Maruja Pérez, quien se desplazó desde Gijón al que es, para Boal, un homenaje a sus indianos.
Bajo un sol de justicia, los que se atrevieron lucieron atuendos muchas veces retratados ayer por los curiosos. Hubo hasta quienes estrenaron sus galas. Carmen Rodríguez, una boalesa fiel al encuentro, se hizo la falda a medida, prueba del interés que desata la celebración. Tomar el vermú en Boal de blanco e interpretando al indiano y la indiana, “es, además, divertido y enriquecedor”, opinó Marián Díez.