Andorra la Vella es un paraíso para los adictos a las compras; es la capital del «shopping» andorrano, un lugar perfecto para satisfacer todos los caprichos siempre y cuando la billetera esté repleta y la tarjeta tenga crédito.

En muy pocos metros cuadrados, el centro de la ciudad reúne numerosos establecimientos que venden las marcas más exclusivas de material deportivo; no en vano, Andorra vive de y para la montaña, su principal fuente de ingresos. La variedad de firmas, productos y diseños es tan amplia que los miles de deportistas que visitan este pequeño Estado aprovechan su estancia para renovar el equipo de esquí o snow. Debido a sus condiciones fiscales especiales, los precios siempre han sido más bajos que en el resto de Europa, aunque estas diferencias, salvo excepciones, ya no son tan ventajosas como antaño.

Las calles de la pequeña capital andorrana no sólo se llenan, al caer la tarde -una vez que cierran las pistas de esquí- de ávidos compradores de material de montaña; también se dejan seducir por otros muchos artículos de óptica, perfumería, ropa de sport, zapatería, electrónica, menaje de hogar, relojería y joyería, igualmente con el sello de los diseñadores más prestigiosos de cada sector.

Tabaco, dulces (especialmente chocolate), licores y alimentación son, en este caso sí por la notable diferencia de precio, mercancías altamente demandadas. Nadie se va de Andorra con las manos vacías; hasta los enemigos de las compras sucumben ante tantas propuestas consumistas.

Entre las cinco y las seis de la tarde, la ciudad, aun con temperaturas extremadamente frías, está atiborrada de gente. Este bullicio se transforma en calma absoluta a la hora del cierre de los comercios. Es entonces cuando los establecimientos de hostelería empiezan a recibir sus primeros clientes. Ha llegado la hora de tomar un piscolabis y disfrutar de un tiempo de conversación comentando las incidencias de una jornada que está a punto de concluir.