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Por el corazón verde de Cádiz

Los Alcornocales y Grazalema albergan naturaleza y pueblos blancos

Por el corazón verde de Cádiz

La exuberancia del bosque mediterráneo, los pasos de alta montaña y el encanto de los pueblos encalados marcan el paisaje del nordeste de la provincia de Cádiz, que comparte con la vecina Málaga los parques naturales de Los Alcornocales y Grazalema. Ambos paraísos forestales, ganaderos y cinegéticos conservan endemismos como el pinsapo y viven bañados por el sol y la lluvia, que alcanza la cota máxima de la Península en el puerto del Boyar.

Allí, con África en el horizonte, comienza la ruta que pasa por el salto del Cabrero y llega a la calzada romana que une Benaocaz con Ubrique. Si Grazalema es el templo del pinsapo, abeto de porte elegante, sobreviviente de las últimas glaciaciones, en Los Alcornocales habita la mayor masa europea del árbol del corcho, en 170.000 hectáreas que se prolongan hasta el Estrecho y desembocan en Tarifa.

Pero antes de llegar al mar es necesario respirar el aroma a tierra mojada pisada por pastores, cazadores, venados, vacas, liebres, conejos y algún que otro lince. Parece como si el mismo Curro Jiménez fuese a aparecer a caballo para asaltar una diligencia que transita entre Villaluenga y Alcalá de los Gazules. Esos pueblos blancos, cubiertos con la impecable teja árabe que brilla como oro, brindan un paisaje urbano bien proporcionado a estos parajes, cuna del queso payoyo, hecho con leche de cabra y perfecto acompañante en una mesa donde no pueden faltar carne de la retinta local, aceite de oliva y dulces de membrillo. En La Castillería, cerca de Vejer, se puede degustar toda esta riqueza local en un ambiente hippy chic. El Campero, ya en Barbate, es el paraíso del atún de almadraba.

Después de explorar la naturaleza y la gastronomía es el momento de pasear por estrechas callejuelas y observar la mezcla del trazado árabe con ornamentación medieval y barroca. La ruta de los Pueblos Blancos comienza en Medina Sidonia y sigue por Arcos, Zahara de la Sierra, Cortes, Jimena, Jerez, Villaluenga, Ubrique, Grazalema y Castellar, hasta desembocar en las playas de Vejer y Conil. Todos tienen su origen en las tribus que llegaron en el siglo VIII desde Marruecos.

La iglesia de Arcos, de origen mudéjar, posteriormente gótica, dominada por su enorme torre, mira a la fachada del parador, antigua casa del corregidor, con un balcón que se abre al Guadalete y permite imaginar batallas entre árabes y cristianos. Esta zona también es rica en pinturas rupestres y calzadas romanas. Los artículos de cuero, esparto, madera tallada, cestería, corcho y cosméticos aparecen en los escaparates como mundanas tentaciones. El viajero, cuando deje atrás la Manga de Villaluenga rumbo a Ubrique, pensará en regresar, pero también puede que prefiera continuar hasta Alcalá de los Gazules y tal vez encontrarse allí con Alejandro Sanz.

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