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Os doy Groenlandia

The good traitor se aproxima a un episodio de la II Guerra Mundial que resume los vaivenes políticos que se vivieron en algunos países a medida que la bestia nazi avanzaba. El embajador danés en Washington se rebela contra su gobierno y negocia con las autoridades norteamericanas, al principio enemigas de entrar en el conflicto, un complejo y taimado plan para aprovecharse del oro de su país enviado a EE UU (“quien tiene el dinero gana”) y mantener un grado de independencia sorprendente. ¿Fue el embajador un tipo listo que se aprovechó de su posición para construir una especie de pequeño gobierno en el exilio, manteniendo su opulenta vida de fiestas y moquetas con una táctica inteligente y maquiavélica para convencer a los americanos y evitar que el gobierno colaboracionista danés le desactivara? ¿O fue un patriota en toda regla que se arriesgó para que su país no terminara devorado por el nazismo incluso en sus misiones en el exterior? ¿Un traidor con buenas intenciones, como apunta el título? Lo que se ve en la pantalla no aclara nada, sobre todo porque el guión reduce a la mínima expresión el entramado político de un tablero de intereses y compromisos a un puñado de escenas de escasa enjundia, y prefiere engordar la trama con un trío sentimental entre el embajador, su esposa y su cuñada, un recurso melodramático que desgasta la seriedad de la película, demasiado pulcra y a ratos preciosista, y que encuentra su mejor puntada visual en ese principio y final con un juego de espejos que refleja las muchas caras del protagonista.

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