La irrealidad de los realities televisivos toca fondo. Primero fueron grandes casas de acogida para aspirantes a ser famosos por la cara. Se pasó después a grandes espacios abiertos, islas de náufragos sin ganas de escapar en las que fingir lo mucho que cuesta sobrevivir. La fama cuesta, sobre todo la efímera. Ahora se recurre al minimalismo. Una cadena anuncia un reality en el que los candidatos a ser algún día tertulianos de algún programa matinal tendrán que convivir con otra persona en 20 metros cuadrados. Eso sí, dispondrán de 40 minutos al día de intimidad, las cámaras se apagarán y podrán ir al WC (esperemos que no sufran estreñimiento o lo contrario) y fumar. Curiosa forma de enlazar tabaco y necesidades fisiológicas. Reveladora. ¿Delata esta idea la llegada de tiempos televisivos en los que se recurra a algo pequeñito para abaratar costes? El programita apuesta por encarcelar a sus concursantes con la esperanza de que su vida cotidiana tenga más interés que ver crecer un bonsai. Entre dos es más difícil cautivar a la audiencia que entre una docena. Menos gallinero. Los dos presos voluntarios tendrán que hacer un esfuerzo extra para llevarse mal y despertar morbillo. La felicidad aburre, los buenos modales no dan bien en cámara. Si triunfa, el filón es inagotable: ¿por qué no un reality en un cuarto de baño? O en una celda, pero de verdad de la mala. La cárcel de los famosos. Con Belén Esteban como alcaide S.A.